En los tiempos que corren es muy difícil mantener una buena conversación entre dos; y ya no digamos entre tres o más interlocutores. Directamente es imposible porque el amago de tertulia se convierte en una especie de gallinero donde todos quieren dar su opinión, al mismo tiempo y voz en grito... ¡anda, lo mismito que se ve en los programas de televisión!... Todos tenemos algo que decir pero nadie quiere saber lo que piensa el otro. Es triste, o al menos a mí me lo parece.
Dicen los estudiosos que la comunicación se basa en la existencia de un emisor, que emite un mensaje y un receptor, que lo recibe. Que-lo-re-ci-be... o sea, se da por hecho que hay una voluntad de atender, de querer entender lo que el emisor nos está diciendo. Y también se sobreentiende que el emisor emite su mensaje de forma lo suficientemente clara como para que el otro lo pueda entender. Estos serían los fundamentos de una buena comunicación. Si la comunicación favorece las relaciones humanas y lo que vemos a diario es mucha frustración porque no conseguimos hacernos entender ni entender a los otros... es evidente que algo falla.
Puesta a meditar sobre el asunto, llego a la conclusión de que quizás lo que nos falta son unas mínimas normas de cortesía que faciliten las relaciones sociales, en este caso, en base a la comunicación. Podríamos, por ejemplo, escuchar con verdadero interés aquello que nos están diciendo y no hacer como el que escucha mientras nuestra mente busca la mejor forma de colocar nuestra tema de conversación, tenga que ver o no con lo que el otro nos está queriendo transmitir. Si el tema de conversación no es de nuestro interés, siempre podemos procurar una forma educada de salir de ella sin ofender ni quedar mal. Es un principio básico de educación.
También podríamos cuidar las formas, o sea, ser cuidadosos en nuestras exposiciones para no ofender innecesariamente a nadie. La agresividad no es buena para nada, en general, pero en una conversación siempre está de más. Porque por muy agresivo que seas no vas a tener más razón; ni por mucho que grites. Como mucho vas a conseguir irritar al personal que se lo pensará dos veces antes de iniciar una conversación contigo.
Otro punto que me parece interesante a la hora de mantener una buena comunicación es la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Hay personas que van por la vida de transgresores, pensando que así son más modernos, más liberales o más qué sé yo... A mí me parecen personas maleducadas, sin más. Y un poquitín inseguras. Porque el que está completamente seguro de sí mismo y de sus capacidades no necesita ofender, ni llamar la atención sobre sí mismo; simplemente se comporta de forma natural integrándose en el grupo.
Algunas normas básicas de educación también ayudan a comunicarnos satisfactoriamente. No interrumpir al otro cuando está hablando, dejarlo exponer sus argumentos escuchando con paciencia y atención... y saber callar. Los silencios son como la respiración de la conversación, nos permiten pensar y digerir la información que acabamos de recibir. Y buscar una respuesta adecuada. Si hermosas han de ser las palabras que salgan por nuestra boca, aún más los silencios que las acompañen.
Una vez más, termino pensando que la buena comunicación depende en gran medida de nosotros mismos, de nuestra educación y de nuestra actitud en la vida. Como todo, termina por ser un reflejo de nuestra personalidad y de nuestros valores. Pensemos entonces qué es lo que queremos transmitir.