Soy de una tierra que respeta y vive la tradiciones, cada vez más adaptadas a los nuevos tiempos y a las nuevas exigencias de la sociedad moderna. Claro que así la tradición comienza a adulterarse y pasadas algunas generaciones, lo que antaño eran ritos más o menos fieles a las creencias que les dieron origen, terminan siendo folklore puro y duro con escasas reminiscencias de aquello que algún día fue. El simbolismo que encierran muchas de nuestras tradiciones, se hace cada vez más velado en la medida que vamos realizando nuevas aportaciones alejadas ya de la idea original. Por eso es importante preservarlas puras e inalteradas.
En Andalucía la Semana Santa es un ejemplo de lo que hablo. Tradición y modernidad todo en uno, para goce y disfrute de un pueblo, el andaluz, fiel a sus costumbres y orgulloso de ellas. Es difícil para el forastero, para quien no ha crecido con el sonido de las trompetas y tambores, el olor a incienso y cera o el vaivén de los palios sobre el paso sordo de los costaleros, entender la mezcla de pasión, sentimiento y diversión (a partes iguales) que estas fiestas producen. Es una extraña mezcla de religiosidad y paganismo que bebe de lo más profundo de las emociones. Pero nos gusten o no, las comprendamos o nos repugnen, no debemos despreciar la importante carga de símbolos que atesoran, consciente o inconscientemente, que ese es otro tema.
La Semana de Pasión, como es conocida la Semana Santa en Andalucía, reproduce los últimos días de la vida de Jesucristo, desde su entrada triunfal en Jerusalén hasta su muerte y posterior resurrección. Más o menos, porque las cofradías no respetan el orden de los acontecimientos generando una natural confusión en los pequeñuelos que no entienden cómo Jesús puede estar vivo si hace un momento lo acaban de ver en la cruz (no me lo invento, conversación que una servidora escuchó entre una niña de tres años y su madre). Sin entrar en materia religiosa -porque hay jardines que mejor no pisarlos- llaman poderosamente mi atención algunos elementos que se repiten en las diferentes cofradías, aunque sean de ciudades diferentes.
Por ejemplo, los colores más utilizados para los pasos de las Dolorosas (así es como se llaman a las Vírgenes, cada una de las cuales tiene luego su nombre específico) suelen ser el azul oscuro para los mantos, el blanco para la túnica y el plateado para el paso y varales. Colores que siempre han estado asociados al Eterno Femenino y a la Materia: el mar, el cielo, las estrellas, la espuma del mar, la luna... Estrellas y Luna que por cierto, aparecen casi siempre representadas en los tronos donde van alojadas estas Mater Dolorosas. Todos ellos son símbolos que, a lo largo de la Historia, han sido sido siempre asociados con las representaciones femeninas. Una curiosidad también es que los pasos de las Dolorosas suelen ser más largos que los masculinos, de forma que vistos de perfil tenemos una línea horizontal... una vez más, símbolo de la materia, asociada con lo femenino. En cambio, los pasos de los Crucificados, suelen ser más altos, dando idea de verticalidad, muy asociada con lo masculino. Los pasos de crucificados o representaciones de Jesús en diferentes actitudes, suelen ser dorados y los vestidos de las figuras granates o púrpuras... colores todos ellos asociados a lo masculino. Estas son, simplemente, algunas pinceladas sobre un arte tradicional que se va perpetuando transmitiéndose de padres a hijos como un patrimonio cultural y emocional. No en vano en el Antiguo Egipto se realizaban ya procesiones anuales de las diferentes divinidades, muy presentes (igual que hoy) en la vida de su pueblo...
Pueden o no gustar, pero las tradiciones están para ser respetadas y preservadas porque son, en sí mismas, anales de sabiduría cifrada que se abren al estudioso y al que sabe mirar, como las flores se abren a los rayos de luz.