Imagen extraída del blog filosofeando.wordpress.com
En los tiempos que vivimos se ha convertido en un hábito reducir todo lo que nos rodea a su mínima expresión: las casas, los coches, la ropa, los móviles, los salarios? y otros elementos aún más importantes: el lenguaje, los buenos modales, la cortesía, la educación...
Es triste presenciar la decadencia de los valores humanos; hoy hablamos mucho de crisis y de pérdidas sin darnos cuenta de que lo más importante hace ya mucho tiempo que se perdió: los valores. Esa pérdida de valores, esa decadencia de la moral afecta al ser humano como un cáncer que le corroe el alma poco a poco. No hay que olvidar que no es el lenguaje lo que nos diferencia de los animales ya que existen animales, como por ejemplo los delfines, que se comunican entre sí a través de sonidos; si decimos que desde el momento que existe un emisor y un receptor ya existe un lenguaje, podríamos decir que existe un lenguaje de los delfines. Por tanto lo que nos diferencia de los animales no es el lenguaje, sino la capacidad de establecer unos patrones morales que determinen nuestras relaciones, dicho de otro modo, la educación.
Podríamos definir la educación como aquella ciencia que trata de la capacidad que tiene el ser humano de educir una serie de elementos que le permiten ponerse en relación con la cultura y transmitirla. La cultura es lo que permite al hombre comunicarse, escribir, leer, entenderse con otros hombres, crear obras de arte, ejecutar proyectos sociales, políticos o económicos. De ahí que la cultura sea fundamental. Pero, ¿educar es simplemente transmitir aquello que sabemos, pensamos u opinamos? ¿Transmitir nuestras propias limitaciones? Evidentemente si esto fuera así, la Humanidad no habría podido evolucionar puesto que las generaciones anteriores sólo habrían podido transmitir aquello que conocían. Por tanto hay que pensar que en el proceso educacional, existe un fenómeno adjunto, tal vez esencial: la educación no es simplemente la transmisión de los elementos de cultura de una generación a otra, sino la transmisión de una predisposición, psicológica y mental, que permite al hombre recrear un proceso aportando su propio matiz, color y fuerza. De ahí que los antiguos decían que educar era educir, o sea, enseñar a los jóvenes a extraer lo que tienen dentro.
Los antiguos presuponían que el ser humano tenía un alma que encarnaba en sucesivas ocasiones para cubrir experiencias y evolucionar. Por tanto, tenía un alma inmortal. Decían también que el alma de estos hombres, acumulaba experiencias a su paso por este mundo y que, así, estas experiencias les facultaban para unas cosas o para otras. De esta forma los filósofos de la Academia de Platón explicaban por qué algunos niños pueden tener tantas facilidades para la música, la pintura o para la oratoria. Si aceptamos esta teoría, se nos hace más fácil entender aquella frase de Platón que dice "el conocimiento no es más que una forma de recuerdo". Por eso, el concepto de educación en el mundo clásico está basado en educir de los jóvenes una serie de aptitudes para luego canalizarlas; al joven no se le enseñaba estrictamente una cosa u otra, sino que era colocado en un ambiente especial que le permitía educir lo que en sí mismo tenía.
Evidentemente hoy en día el concepto de educación ha cambiado mucho. Se nos enseña a acumular conocimientos y repetirlos como papagayos, pero no se nos enseña a trabajarnos a nosotros mismos como trabaja el alfarero el barro con el que moldea sus piezas. No deja de ser una paradoja que en este tiempo en el que tantos universitarios hay y el acceso a la universidad es relativamente accesible, tengamos tan poco o nulo interés en obtener una buena educación. Esa que nos permitirá adquirir, apreciar y transmitir una escala de valores, imprescindibles para el correcto desarrollo del ser humano en todos los niveles.