A medida que pasa el tiempo, vamos acumulando años y también experiencias. Momentos vividos que van dejando su huella como va dejando su rastro el caracol. Tal vez por eso para los antiguos fuese símbolo del tiempo, además de por la forma espiralada de su caparazón, que nos recuerda la ciclicidad de todo cuanto en la materia se expresa. Es también lento el caracol, como lentos somos los seres humanos cuando de cribar experiencias se trata. Acumulamos, acumulamos, acumulamos... y cargamos un pesado fardo de los resíduos que esas mismas experiencias van dejando. En el tarot (no me pregunten en cuál) existe una carta que simboliza esto precisamente.Un hombre carga un pesado saco y avanza penosamente hacia su destino; el fardo son los restos de las experiencias que hemos vivido y cargamos con ellos porque no hemos sido capaces de discernir entre lo que es válido (la experiencia en sí) y lo que ya no sirve (los hábitos que nos ayudaron en su momento).
Creo que hay un momento en la vida en que vale la pena volver la vista atrás y hacer balance. Ver el camino recorrido, el que queda por recorrer (aunque esto siempre es incierto pues no sabemos cuál será nuestra parada final) y sopesar si hay que corregir el rumbo. Claro que esto implica un cierto valor ya que corremos el riesgo de quedar atrapados por el pasado, por todo aquello que "pudo ser pero no fue", por la sombra alargada de nuestros fracasos... pero también supone un reencuentro con aquellas vivencias que nos llenaron el alma, con paisajes de nuestra vida que nos hicieron elevarnos al mismísimo cielo o con el regustito de las decisiones acertadas. Hay que tener valor, sí y también conciencia de que esta parada en el camino no puede verse influida por las emociones, porque son ellas las que van llenando nuestro fardo, cargándolo con tristezas, nostalgias, lamentos y mucha, mucha negatividad.
Si nos consideramos peregrinos de la vida, conviene aligerar la carga cada cierto tiempo. Sólo el que camina mucho sabe lo importante de no llevar más de lo necesario puesto que todo "pesa". Existe un cuento zen que explica esta idea de manera sublime. Dice así:
Dos monjes zen iban cruzando un río. Se encontraron con una mujer muy joven y hermosa que también quería cruzar, pero tenía miedo. Así que un monje la subió sobre sus hombros y la llevó hasta la otra orilla.
El otro monje estaba furioso.
No dijo nada pero hervía por dentro.
Eso estaba prohibido.
Un monje budista no debía tocar una mujer y este monje no sólo la había tocado, sino que la había llevado sobre los hombros.
Recorrieron varias leguas.
Cuando llegaron al monasterio, mientras entraban, el monje que estaba enojado se volvió hacia el otro y le dijo:
-Tendré que decírselo al maestro.
Tendré que informar acerca de esto.
Está prohibido.
-¿De qué estás hablando? ¿Qué está prohibido? -le dijo el otro.
-¿Te has olvidado? Llevaste a esta hermosa mujer sobre tus hombros -dijo el que estaba enojado.
El otro monje se rió y luego dijo:
-Sí, yo la llevé. Pero la dejé en el río, muchas leguas atrás. Tú todavía la estás cargando...
¡Buena caminada!