La voz de Asmodeo captó su atención y la despertó de su ensimismamiento, sentándose junto a ella. Aquella forma de hablar estaba lejos de sorprenderla. Había tratado toda su vida con gente cuya educación había sido la calle, al igual que había tratado con gente adinerada desde que decidiera asentarse en Ventormenta y servir a la Casa Lyttelton. Una mujer de cabellos cortos y negros entró en la capilla.
—Ahora tás como una de esas... señorona con el corsé.
Si bien estando al servicio de la casa noble de Lord Arthur había llevado una vida con algunos lujos que echaba de menos, aquellas prendas del demonio no estaban entre ellas. Sin duda realzaban la figura, pero era incómodo llevarlos durante tantas horas y a veces se hacía difícil incluso respirar. Le había pasado durante largo tiempo, y aun si se pusiera uno ahora seguiría quitándole la respiración. Aquello le recordó a la mina. ¿Qué era aquel sabor que había notado en la boca? Además, las llamas parecían crecer de forma antinatural. Jamás había visto el fuego comportarse así. Estaba claro que los incendios habían sido provocados, pero quién y porqué eran misterios no resueltos. Sin embargo, a ella no le incumbía. La guardia se encargaría de hallar las respuestas a tales preguntas.
—Pos... Yo necesito una birra. Pa saná má rápido estas heridas.
Si invitaba él, no le decía que no a una cerveza fresca. Así podría conocerle un poco mejor y ver si podía sacarle algo de información que le fuera útil de algún modo, además de que nunca estaba de más tener contactos. Si conocía a alguien que necesitara a una persona con alguna de sus habilidades, se encargaría de que fuera a ella a quien cogieran. Por ahora no necesitaba mucha cosa. Con que pudiera ahorrar una temporada para luego buscar algo mejor le bastaba. Recorrieron las calles de Villadorada hasta llegar a la posada del barrio bajo, en el exterior de las murallas del pueblo. No conocía a nadie que ofertara algo seguro, independientemente de si era o no legal. Se sentaron en la mesa cercana a la barra y dejó que el grandullón pidiera dos jarras, anotándolas a su cuenta.
—¿Sabes tocar un instrumento, o bailar o algo?
Aunque había intentado aprender a tocar algunos instrumentos, jamás había tenido el tiempo que aquello requería. No obstante, le gustaba bailar. En el campamento del Gran Jon lo había hecho infinidad de veces al ritmo del nay, los darbukas o los bendires. Disfrutaba sintiéndose libre, no como en los bailes de las cortes que había tenido que aprender. Asmodeo estaba organizando algo, aunque no fue muy concreto, y buscaba a gente con algún talento artístico. Le aseguraba que se encargaría de buscarle otra cosa, pero que ese podría ser un trabajo. No obstante, aquello no bastaba. Era seguro, sí, pero no estable. Dependían de lo que la gente les diera, si es que les daban algo. Haciendo la calle se sacaría más que con aquello, pero era algo que no estaba dispuesta a hacer si no era extremadamente necesario. Era evidente que estaba incómodo. No por la conversación, sino porque no dejaba de golpearse las rodillas contra la mesa y por lo pequeña que era la silla para él. Aunque en un principio había rechazado acompañarle a la habitación que tenía alquilada, finalmente accedió con tal de no oírle quejarse más.
El cuarto, para su sorpresa, estaba muy ordenado y la ropa perfectamente doblada. No era algo que esperase de un hombre tan ordinario como él. Una cama de paja más pequeña que él, un armario y una mesa con dos sillas. Era bastante sencillo, pero seguramente todo cuanto él necesitaba. Asmodeo se sentó en el lateral de la cama y Eliane en una silla, colocándola para poder mirarle de frente. El trabajo que le comentó esta vez era algo más estable, algo por lo que podría empezar. Tenía unos ahorros con los que podría tirar unos meses más, pero no demasiados. Aunque vender las pieles que la madre de Asmodeo conseguía no iba a dar para mucho, era algo que sumado a bailar podría servir. No parecía que el panorama estuviera para algo mucho mejor, pero debía conseguir cualquier cosa que le aportara más beneficios. Él, además, talaba árboles a quienes lo necesitaran y preparaba la leña para vender. A Eliane no se le daba mal la gente y creía poder vender más de lo que él lograra por su cuenta. Era una forma de comenzar de nuevo, y por suerte esta vez no estaba sola. Tenía a su hijo y a su madre, y si bien tenía que ganar lo suficiente para mantenerles era algo que hacía con gusto. Lo que no sabía era si podría llevar un empleo con el cansancio que suponían los primeros meses de vida de su hijo. Últimamente dormía bien, pero aún recordaba con cierta amargura el no pegar ojo o el quedarse dormida mientras le daba el pecho. Muchas veces también se despertaba llorando, preguntándose dónde estaría su esposo. Negó para sí con la cabeza, pensando en todo aquello y en la conversación con Asmodeo. Debía deshacerse de aquellos recuerdos que llenaban su ser de tristeza y pensar en el futuro y en lo que le deparaba. Si movía bien sus fichas, le haría un jaque mate a Lord Arthur que le sabría a gloria hasta el día de su muerte. Los inicios eran siempre duros, pero su piel estaba ya curtida de muchas batallas.
Aquella noche no pudo dormir. El lacerante dolor de las heridas la mantenían despierta, y por ello volvió a la posada del barrio bajo de Villadorada. Llamó a la puerta del grandullón un par de veces hasta que abrió. Allí, sentada en su cama, las horas pasaban rápidas. Había echado de menos reír tanto como lo había hecho aquella madrugada, el olvidarse de los protocolos y la etiqueta. Dejó que tonteara con ella, que incluso la abrazara. Su cabeza, por una vez, se alejaba del deseo de la venganza. Por una vez se olvidó de James, de Lord Arthur, de William... pero no de Enthelion. Él había sido como un bálsamo para sus heridas. Aunque en público ambos habían representado sus papeles, Eliane se las había ingeniado para encontrarse con él más de una vez a solas, muchas de ellas en el dormitorio de él. Era el único en quien había confiado. Ahora extrañaba su voz, su tacto... incluso los besos que había depositado sobre su desnuda piel en más de una ocasión. No dejó que Asmodeo viera nostalgia en ella. Había seguido sus bromas y tonteos, y por una vez en mucho tiempo se estaba divirtiendo. Si iba a empezar de cero, era necesario que guardara aquellos recuerdos bajo llave.