En una taberna de mala muerte, donde solía ir de madrugada a robar a quienes habían bebido demasiado, fue donde conoció a un hombre algo más mayor de ella que le robó el corazón. Poco sabía de su vida de ladrón, de las mentiras con las que su pérfida lengua había encandilado sus oídos y entumecido sus sentidos. Menos aún de las chicas que tenía en otros lugares y a las que había engañado del mismo modo que a ella, prometiéndoles siempre regresar. Eliane cayó como todas las demás a sus pies, y más en la ingenuidad de sus 17 años. Como otras tantas hicieran antes que ella, acompañó a aquel hombre, Favreau, en sus viajes. Cuando Favreau y sus hombres descubrieron rutas seguras que les llevarían a Kalimdor, no dudaron en saquear las ruinas que allí encontraban. Su lugar favorito era Tanaris, lugar del que Eliane se enamoró. Las tormentas de arena les obligaban a moverse continuamente, por lo que eran difíciles de rastrear, pero además a veces desenterraban alguna baratija que no dudaban en recoger para vender a precios escandalosos en algún puerto de los Reinos del Este, siempre usando nombres falsos. Eliane se había ganado un buen sitio en el grupo, y todo lo que le pagaban con las ganancias sacadas se lo daba a su madre. Había logrado que Favreau no se deshiciera de ella a los pocos meses como hacía con las demás, aunque seguía sin tan siquiera sospechar acerca de otras mujeres.
En aquellas dunas conoció a un hombre, apodado el Gran Jon debido a su gran estatura y corpulencia, que le advirtió sobre Favreau. En cuanto pueda te la clavará por la espalda, le había dicho la primera vez que conversaron. Ella seguía tan enamorada como el primer día, por lo que hizo oídos sordos a las palabras del Gran Jon. En alguna ocasión se había ido con su campamento, el cual contaba con una veintena de personas. Todos tenían un pasado distinto, provenían de distintas partes, pero se habían enamorado del desierto como había hecho ella y habían decidido establecerse allí. Se movían por las dunas según las tormentas de arena dictaban. Cazaban lo justo para comer y procuraban llevar siempre el suficiente agua, todos participaban de algún modo en la supervivencia del grupo; cuidaban todos de todos de manera recíproca.
Las cosas con Favreau se torcieron cuando, tras volver de comprar aprovisionamientos para la Perla Peregrina, vio que tonteaba con otra. Se dio cuenta de que, como le habían dicho otros e incluso su propia madre, era una de tantas para él. Zarpó una vez más en el navío del grupo de Favreau hacia Tanaris, y allí se unió al campamento del Gran Jon. Pasó un par de años con ellos, dos buenos y felices años, hasta que una nota le fue entregada en una de sus paradas en Gadgetzan. A Favreau no le dejaba ninguna mujer y él había prometido arrebatarle la vida a quienes amaba si no volvía con él. Lo hizo, pero con un plan en mente. Acabó con la vida de aquel que le había roto el corazón con vacuas promesas, usando la daga que él mismo le había regalado tras enseñarle a usarla años atrás. Sabiendo que el resto del grupo iría tras ella, huyó.
Cuando llegó a la Ciudad de Ventormenta, se alistó a las filas de la milicia de una casa noble usando una identidad distinta, Jane Hawke. Pensó que allí estaría a salvo y que ganaría lo suficiente para poder mantener a su madre, llevársela a la capital en lugar de envejecer en un pueblo viejo y húmedo. Por suerte, no vio nada que le hiciera sospechar que la hubieran seguido a ninguna parte. Le dolía haber dejado al Gran Jon y al resto de gente, pero eran un blanco si permanecía con ellos y no quería ponerles en peligro. La música y los bailes nocturnos, las risas junto al fuego, las cacerías… todo permanecería en su memoria. Aunque le gustaba pasar desapercibida, logró llamar la atención de uno de los miembros de dicha casa, Lord Edward Johnson, a quien rechazó en diversas ocasiones pese a los intentos del noble. Creó, sin embargo, un vínculo con otro miembro de la milicia, William Irving. El romance que inició más tarde con él disgustó en gran medida a Lord Edward, llevándoles a discutir en reiteradas ocasiones.
Tras diversos motivos, Eliane abandonó el servicio a la casa, siendo tachada de traidora al confundirse su dimisión con el apoyo a un hombre con el que habían hecho tratos que no habían salido bien, teniendo como resultado que Lord Johnson fuera herido de gravedad.
Tras aquello, rondó las tabernas de la ciudad. La información se pagaba bien, y ella no tenía ningún problema relacionándose con la gente. A veces ni siquiera tenía que hacerlo, le bastaba con escuchar discretamente o fingir haberse dormido en una mesa cercana para enterarse de lo necesario. Fue así como dio con el hombre que cambiaría su vida para siempre. Era la imagen de otra casa noble de la ciudad, aunque ella no lo supiera. Todo lo que él quería de ella era información sobre la casa a la que había servido, y ella sabía todo lo que él y su señor necesitaban. Enthelion, viendo que podía ser de utilidad, la presentó a Lord Arthur Lyttelton. Así pues se la presentó como Dama de Honor de la corte de la Casa Lyttelton, nombrándola Lady Eliane Talbot, el nombre que había elegido para esta nueva etapa. Su labor era algo completamente nuevo para ella. Debía aprender protocolo y a comportarse como una dama de buena cuna. Su labor principal sería la de tejer una red entre las gentes de bien para enterarse de todo lo que ocurría en otras casas nobles y de mejorar la imagen pública de la casa a la que ahora servía, la cual no era demasiado buena. El anterior señor de la Casa, tío de Lord Arthur había sido un déspota que se había cobrado la vida de muchos, usando el poder del dinero para librarse de todo. Alguien halló la forma de quitarlo de en medio y Lord Arthur se había convertido en el nuevo señor.
En las diversas y prolongadas ausencias de Lord Arthur Lyttelton, Eliane había llevado las riendas de la Casa, delegando la diplomacia y los negocios en otros, así como el tema de leyes. La imagen de la Casa Lyttelton había mejorado, así como sus relaciones con algunas otras casas. Aquellas personas que se habían puesto en su camino habían salido mal paradas. Se había ganado el respeto de muchos que al principio la consideraban una mera mujer de buena cuna, viendo que era más de lo que aparentaba. Ejercía su papel como mejor sabía, y pronto se ganó el apodo de La Murmuradora entre algunas personas.
Todo parecía ir como la seda, pero no todo lo que reluce es oro. William Irving, de quien había separado su camino tras unirse a la Casa Lyttelton, había sido secuestrado por los hombres de Favreau. Uno de ellos, Malobaude, quería venganza. Ella a cambio de él. Malobaude envió notas a Eliane acompañadas de pequeñas partes del cuerpo de William. Sir James Lyttelton, sobrino de Lord Arthur, estuvo a su lado y él junto al cuerpo militar de la casa se deshicieron de Malobaude y sus hombres. No habían llegado a tiempo para salvar a William, pero al menos dejarían de atormentarla. La había pillado volando bajo, y eso hizo que Eliane y James empezaran a verse en secreto. Aunque se negaba a aceptar que se estaba enamorando de James, aferrándose al recuerdo de William, por quien no había sentido más que mero cariño. Lord Arthur, en cuanto supo de la relación, obligó a la pareja a casarse, y lo hicieron esperando un hijo. Como regalo de bodas, les regaló parte de las tierras que poseía para que las regentaran en nombre de la Casa Lyttelton. James, viéndose no preparado para el matrimonio, para regentar nada y a punto de ser padre, desapareció.
Los meses posteriores no fueron nada sencillos. Sola, con Lord Arthur atendiendo otros asuntos a saber dónde, esperando un hijo y con todo lo que entrañaba regentar una casa, aguantó como pudo todos los problemas que surgieron. Poco después de dar a luz a su primogénito, Lucien Lyttelton, Lord Arthur regresó y más tarde su esposo. Considerándolo un traidor, Lord Arthur expulsó a James y poco después le otorgó la nulidad matrimonial a Eliane, firmada por la Iglesia. Considerándola un peligro para él y para el futuro de la casa, le había arrebatado lo poco que tenía. Sin ganas de seguir adelante al servicio de dicha casa, movió los hilos para marcharse, llevándose a Lucien consigo. Había perdido las riendas de su vida hacía mucho, pero estaba dispuesta a volver a tomarlas, costara lo que costara, y darle a su hijo la infancia y la vida que ella nunca tuvo.