Lucien Landcaster

La lluvia golpeaba con violencia los cristales de la habitación. Junto al ulular del viento y el chisporroteo de las llamas de la chimenea, aquel era el único sonido en el dormitorio principal de la fortaleza. Pese a que el calor que desprendía el hogar, sentía frío. Era como si de cintura para abajo se hallara sumergida en la bañera, y aquello la terminó despertando. Se notaba mojada y pronto se dio cuenta de lo que había pasado. Había roto aguas. Intentó mantener la calma y, tras unos instantes en los que pensó en qué hacer, se acercó al borde de la cama para ponerse en pie. Quería cambiar las sábanas, limpiarse y ponerse un camisón limpio, pero poco después de dar los primeros pasos tuvo que detenerse. Se cogió al poste que había a los pies de la cama y que recogía las cortinas de la misma, ahogando un quejido mientras intentaba respirar hondo. Llamó a su mayordomo, quien dormía en un sofá cercano a la chimenea, y este la acompañó de nuevo hacia la cama.

—Iré a avisar a Izrina, ¿de acuerdo? Estate tranquila y no te muevas.

Eliane asintió, acomodándose un cojín en los riñones mientras apartaba las sábanas con los pies. Edward atravesó rápidamente los pasillos de Fortaleza Sur hasta llegar al dormitorio del servicio. Despertó a las jóvenes hermanas, a quienes Eliane había tomado bajo su cuidado a cambio de que el fabricante de flechas les dejara el precio de los proyectiles a uno inferior, y a la médico.

—¿Ya? Aún le quedan cinco semanas —contestó desperezándose la muchacha.

—Sí, ya. Poneos algo rápido y acudid sin dilación.

El hombre salió rápidamente de la estancia para dirigirse de nuevo al piso superior, al dormitorio de su señora. Encendió las velas del cuarto para iluminarlo mientras Izrina les daba indicaciones a las dos jóvenes, quienes rechistaban al tener que ayudar en el parto en lugar de seguir durmiendo. Aunque aún faltaba para el momento crucial, la médico quería tenerlo todo listo.

Las horas pasaban lentas y con ellas había llegado la mañana. Las contracciones de la mujer eran cada vez más seguidas, al igual que los quejidos de dolor que emitía con cada una de ellas. Había confiado en dar a luz al mes siguiente, pero aquello era algo que no podía controlar para su desgracia. El doctor Owen ya le había advertido de que podría ser un parto complicado. Habían sido unos meses muy difíciles en los que no había reinado la paz en casi ningún momento. Todos estaban de acuerdo en que la presión a la que se había visto sometida no era buena para ella o para el hijo que llevaba en sus entrañas, pero era la señora de aquel lugar y un Alto Cargo de la Casa a la que servía; quisiera o no, debía ocuparse ella de las cosas.

Izrina se llevó a un rincón de la habitación a Edward, hablando en voz baja con él. Ambos miraban a su señora con preocupación, y la mujer no pudo evitar asustarse. El hombre se acercó poco después y besó su mano con devoción, acariciándosela con el pulgar. Le aseguró que todo estaba yendo bien, pero el miedo ya se había instalado en su cuerpo.

—Ve a buscar a Randyll.

Aunque el mayordomo intentó poner pegas, pues aquello le parecía fuera de lugar, tuvo que callarse y obedecer. Aquel hombre no terminaba de gustarle. Parecía un perro lleno de malas pulgas. Apenas hacía nada que no fuera gruñir. Sin embargo, cuando estaba con su señora parecía un hombre distinto. Hablaba con ella e incluso le había visto reír. Pero por poca simpatía que sintiera hacia él, había estado con ella y no parecía tener intención de dejarla sola pese a tener una prometida esperándole. Ya es más de lo que ha hecho su marido por ella, pensó con amargura. Lewyn era su señor, pero ni siquiera le había llegado a conocer y tampoco tenía ganas de hacerlo.

Llamó a la puerta tras haber ido a por un té a la cocina y bebérselo tan rápido como el calor le permitió. Al no obtener respuesta, volvió a llamar. Cuando lo iba a hacer por tercera vez, el alto hombre apareció al otro lado de la puerta y se le quedó mirando. Era evidente que le había despertado.

—Lady Eliane desea veros en sus aposentos. Está...

Un grito de dolor de la Senescal, a un par de puertas más allá, interrumpió al mayordomo. Randyll pasó por su lado y se dirigió con largas zancadas hacia el cuarto de la lady. En cuanto entró, la mujer le pidió que se acercara y le tomó de la mano. Se sentó en el borde de la cama y parecía ignorar el hecho de que estuviera en camisón o de que lo tuviera por encima de las rodillas. Se quedó a su lado, aguantando el dolor que la mujer le producía en la mano al cerrarla con fuerza con las contracciones, dejando que su hombro le sirviera de almohada cuando lo requería. Edward sabía que entre él y su señora no había nada más que amistad, pero aquello no le gustaba. No era un comportamiento que considerase apropiado por parte de ninguno de los dos.

Randyll había tenido que cambiar la mano con la que Eliane le sujetaba, pues se le había quedado dormida. La mujer sufría contracciones cada vez más seguidas, pero Izrina le decía que todavía no era el momento. Sin embargo, esta vez hizo que se acomodara y le pidió que se preparase. Su hijo ya estaba preparado para nacer y había dilatado lo suficiente. Bebió algo de agua que Edward le había acercado y prestó atención a las indicaciones de la médico. Respiraba hondo cuando tenía que hacerlo, empujaba cuando se lo indicaban. Aparte, Izrina había tenido que realizarle una episiotomía, por lo que inocentemente supuso que aquello tardaría menos. No podía estar más equivocada. Se alargó más de lo que hubiera deseado, y por más esfuerzos que hacía no parecían ser suficientes.

—Lo estáis haciendo muy bien, mi señora, un poco más —indicó Emily, una de las hermanas que ayudaba a Izrina.

—Un último esfuerzo, milady.

Apoyó la cabeza contra el hombro de Randyll. Necesitaba recuperar el aliento y reunir fuerzas. El hombre posó la barbilla con suavidad sobre los cabellos de Eliane. Permaneció en silencio como era de esperar, pero apretó ligeramente la mano de la mujer, instándole a hacer ese último esfuerzo. La Senescal se la apretó con fuerza mientras volvía a empujar y dejó que su mayordomo le limpiara el sudor de la frente. Escuchó a las mujeres hablar y vio sus rostros sonrientes. Se dejó caer de nuevo contra los cojines que tenía tras de sí, agotada, y cerró por un momento los ojos. Ni siquiera se percató de los puntos que Izrina le cosía mientras las hermanas limpiaban a su hijo. Fue Randyll quien con un gruñido hizo que volviera a abrirlos mientras veía cómo le acercaban a su pequeño.

—Es un niño y está completamente sano, mi señora.

Eliane miró a su hijo con la piel arrugada mientras el antiguo explorador de la Casa, el mayordomo y la médico se alejaban un poco para hablar. Aunque el parto había ido bien, la primeriza madre estaba débil y habría que ver cómo se desarrollaba el pequeño durante los primeros años. El estrés y la tensión sufridos durante el embarazo podían traer consigo más complicaciones que el pequeño contratiempo que había llevado a Izrina a realizar una episiotomía. Randyll, dando por finalizada la conversación con ellos, se acercó de nuevo a la mujer y se sentó a su lado. Una pequeña mueca cruzó su rostro, similar al de una sonrisa, aunque sólo Eliane en aquella habitación la entendiera como tal.

—¿Habéis decidido un nombre?

—Lucien —dijo con una sonrisa—. Lucien Landcaster.

Besó con suavidad la frente de su pequeño y se lo tendió a Randyll, quien no quiso tomarlo en brazos hasta que al final lo cogió por insistencias de la mujer. Eliane no pudo evitar reírse ante lo extraño de aquella estampa y besó a Randyll en la mejilla.

—Enhorabuena, sir Lambert, ahora sois el tío Randyll.

El hombre respondió con otro de sus característicos gruñidos y dejó al pequeño en la cuna para permitir a la madre que se lavara y cambiara mientras le cambiaban las sábanas. Había aceptado ser el padrino del recién nacido y, tras pedírselo Eliane, se iba a encargar de Fortaleza Sur cuando ella no pudiera atender sus responsabilidades para con el lugar y sus gentes. Conociéndola sabía que no iba a tener que hacer nada, pues por agotada que estuviera le gustaba encargarse de todo. Si él podía encargarse de algo, lo haría antes de que llegara a los oídos de la mujer. Pero, por ahora, dejaría que ambos descansaran bajo su atenta mirada gris, sentado en el sofá del cuarto mientras el resto de la fortaleza comentaba la buena nueva o descansaba.

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