—¿Cómo va lo de buscar algo más estable?
La voz de su madre la despertó de su ensimismamiento y se puso en pie, dejando a Lucien con suavidad sobre la cuna.
—Te lo diré cuando vuelva. He hecho algún contacto, veré qué saco.
Se cambió de ropa y se puso un cómodo vestido blanco sencillo, ignorando mejores galas que aguardaban a ser portadas en mejores ocasiones. Había más probabilidades de vender si uno de los dos tenía una imagen más limpia y arreglada, aunque sentía más seguridad portando armadura.
Llamó a la puerta del dormitorio de Asmodeo en la posada y entró al oír su voz. Estaba sentado en la cama con los vendajes cambiados. Tenía mejor aspecto. Sus rubios cabellos parecían indomables y sus labios se convirtieron en una sonrisa cuando sus azules ojos recorrieron todo su cuerpo.
—Hoy tás muy guapa.
Se sentó junto a él en la cama con una pierna en el colchón para mirarle de frente, y él no tardó en hacer una de sus picantes bromas, pero Eliane se centró en lo que le interesaba. Quería hablar de negocios, así que el hombretón se puso en pie para dirigirse al final de la cama y sacar de debajo de la misma un cofre alargado. Incluso así, vendado, no parecía vulnerable como le habían parecido otros hombres. Tal vez se debiera a su tamaño en conjunto, el cual le daba una estúpida sensación de seguridad y protección. Comenzó a sacar algunos fardos de pieles pequeños y luego otro más grande. Unos eran de conejo, de liebre y luego de ciervo. Mientras le decía los precios a los que los venderían, la mujer se puso a hacer cálculos mentalmente. Necesitarían vender bastantes pieles para que a ella le fuera suficiente. Al ver su preocupación, se acercó a ella y se sentó de nuevo a su lado tras guardar de nuevo las pieles.
—Cuando cazamo un conejito o ciervo, hay carne que queda. ¿Deseas que te demo un poco?
—La comida es lo de menos —le sonrió con amabilidad, agradeciendo su oferta—. Es la menor de mis preocupaciones, como te dije.
—¿Qué necesitas, Eli?
Lo que necesitaba estaba muy lejos de su alcance y ni siquiera ella sabía qué era. Ahorrar dinero para volver a ganarse un nombre y acabar con Lord Arthur, sí, ¿pero cómo? Ojalá tuviera más idea de cómo hacerlo. Aunque aquel hombre era un ser cruel que incluso había asesinado a alguno de sus sirvientes, ¿qué podía hacer ella sin pruebas? ¿Cómo actuaría la justicia? Tal vez comprando tierras y adquiriendo poder fuera suficiente, ¿pero cómo? Ni vendiendo pieles el resto de su vida se acercaría a lo que necesitaba para algo así. Tampoco tenía ya a nadie de confianza con quien compartir aquellos pensamientos y que pudiera ayudarle. ¿Aquel hombretón de ojos azules? No parecía ser un hombre que entendiera de aquellas cosas, ni siquiera un hombre con ambición alguna. Él quería regresar a su hogar, a Páramos de Poniente, aquella seca tierra donde la gente se moría de hambre y donde residían los Defias, con quienes quería acabar. No, sus caminos terminarían separándose tarde o temprano.
—¿Qué hacemo, vamo a venderlas?
Asmodeo se dirigió al armario para cambiarse de ropa, quedando desnudo por unos instantes. Aunque Eliane iba a apartar la mirada por cortesía, no pudo evitar ver el tatuaje que portaba en uno de los glúteos.
—¿Acaso no tenías más cuerpo para tatuarte? —sonrió de medio lado.
El hombre no tardó en ponerse unos pantalones y su semblante se volvió serio. Ella había reconocido el tatuaje, conocía bien aquel dibujo y a qué pertenecía, pero no le dio importancia. Todo el mundo tenía sus secretos y un pasado, un pasado que no siempre era fácil recordar. Salieron de allí con varios fardos de pieles y se dirigieron al centro de Villadorada.
Bromearon durante el camino, haciendo que Eliane se preguntara si le atraía. Era evidente que se había fijado en ella, pero tenía dudas tras el embarazo y dar a luz. Se veía distinta en el espejo. Su cuerpo había cambiado, y a muchos hombres les parecían poco atractivas las madres. Ella, que tanto había cuidado siempre su aspecto y que le gustaba tener las miradas puestas en ella, ¿era ahora invisible para los hombres? Entraron en la posada del centro del pueblo. Había gente tomando algo, conversando, algunos incluso cenando. Se plantaron cerca de la entrada, dejando paso, y Asmodeo alzó la voz para hacerse oír. Intentaba llamar la atención de interesados en pieles y algunos ojos se posaron en ellos. Un par de hombres se aproximaron y uno de ellos quiso ver la calidad de las pieles y sus precios. Discutieron un tanto respecto a esto último. Aquel larguirucho de cabello oscuro quería comprar dos piezas casi por el precio de una hasta que decidió llevarse veinte pieles de liebre por cincuenta monedas de cobre. Asmodeo se lo pensó, por lo que Eliane guardó silencio y torció el gesto cuando el grandullón aceptó. Acababan de perder dinero con aquella venta y se quedó con la cara de aquel hombre, Joshep, para evitar tratos con él en el futuro. Si quería algo más de ellos, la próxima vez lidiaría con ella. El otro interesado deseaba las pieles para hacer experimentos de transmutación, por lo que pudo oírle comentar con Gael, el otro hombre que había ayudado el día anterior con el incendio de una de las granjas. No tenía tanto poder adquisitivo, por lo que se llevó tan solo un par de pieles. No obstante, no tardaron tanto con él como con Joshep, lo cual Eliane agradecía. Cuando estaban a punto de terminar con él, un enano entró y se colocó al lado de ella con una disculpa que la dejó a cuadros.
—Aversus moza, con sus permisiones que me adelanto. ¡Cagüenlastetasunacabra! ¿Qué sus hacéis por aquí, Don Asmodeo?
La mirada de la mujer observaba a enano y grandullón por igual. Aquel hablar le parecía de lo más extraño y se perdía con las expresiones de aquel hombre. Intentaba seguir el ritmo de la conversación, pero apenas le entendía. Tras salir de allí se dirigieron al Filo Presto, una hererría cercana donde el enano, Yorgevin, trabajaba. Llamó a su patrón, el dueño del lugar, y el hombre entrado en edad se acercó con los cabellos llenos de sudor. Asmodeo deseaba saber si necesitaban a alguien que pudiera vender el material fabricado en la herrería yendo casa por casa, pero al patrón aquello no le gustaba. Eliane intentó convencerle de que mala idea no sería, y de que la parte que ellos se llevarían sería pequeña.
—Yo lo siento, chica —dijo el patrón—. De verdad que pareces buena en esto, pero no creo que un hombre se sienta bien comprando en una posada o en la puerta de su casa una espada de una mujer.
Aquello no le gustó. Sabía que había hombres a quienes les parecía un insulto que una mujer empuñara un arma, pero durante demasiado había aguantado a Lord Arthur diciéndole que el sitio de una mujer estaba en casa para cuidar de un hombre y sus hijos. Dejó que Asmodeo hablara con ella y finalmente llegaron a un acuerdo. Ella se encargaría de repartir los encargos que la herrería tuviera, pero ninguno que tuviera nada que ver con armas.
—Las mujeres prefieren tratar con mujeres.
Empezaría al día siguiente, por lo que no debía tardar en irse a dormir. No obstante, Asmodeo se fue primero. Estaba cansado y necesitaba reposar, así que se quedó hablando un rato con Yorgevin. El pobre enano se encontraba solo, y Eliane pronto deseó haber marchado con Asmodeo de regreso al barrio bajo del pueblo.
—Dígame usté, Doña Eliane, y perdóneme si uno se llegara a pasar de atrevimientos. ¿Pos no está usté en necesitencia de varón? ¿No quisiera usté a un Yorgevin para la hacienda suya?
Tras el educado rechazo de la mujer, decidió despedirse de ella irse a dormir. Aquella noche Eliane había conseguido al menos un trabajo estable que combinaría con la venta de pieles y los espectáculos con Asmodeo. Se quedó con aquella buena noticia y con los comentarios que el grandullón soltaba sin más de ella, haciendo que por unos instantes se olvidara de sus absurdas inseguridades. Se la comía con los ojos, y ya no había duda de ello. Le gustaba aquella sensación de protección que desprendía e intentó retenerla en su mente mientras se dormía.