Cuando recobró el conocimiento, sus heridas habían sido tratadas. Su cuerpo ya no le dolía, al menos en comparación con el nuevo dolor que sentía ahora en el corazón, punzante y amenazante con no abandonarla. Las lágrimas no tardaron en asomar en sus ojos esmeralda y en lamer sus mejillas. Gael era como un hermano pequeño para ella. Alguien en quien confiar, en quien apoyarse, a quien cuidar y a quien proteger. El día anterior habían estado celebrando el cumpleaños de Asmodeo en su casa, habían reído, bebido y cantado al son de las notas del laúd del muchacho. Era un misterio cómo los hilos del destino les había unido para llevárselo tan pronto. Dolía demasiado recordar su risa o el rubor en su rostro. Aquello debía ser una pesadilla, un mal sueño del que parecía no despertar. El Cuervo Rojo no solo debía enfrentarse a los gnolls en una guerra que no había hecho más que empezar, sino a la primera pérdida de uno de sus miembros. Habían sido demasiado impulsivos, se habían dejado llevar por lo que sentían al lanzarse a la carrera contra aquel ser y habían pagado el precio; él con la vida, ella con el amargo recuerdo de perderle. No era el primer ser querido o compañero al que perdía, ni tampoco el primero del cual se sentía culpable, pero cada uno de ellos parecía doler cada vez más. Sin embargo, ya no había quien alegrara las noches con la música de su laúd. No había quien tocara una última melodía. Ahora cada uno de ellos debía afrontar su muerte de la mejor manera que supiera.
La última melodía
Cuando recobró el conocimiento, sus heridas habían sido tratadas. Su cuerpo ya no le dolía, al menos en comparación con el nuevo dolor que sentía ahora en el corazón, punzante y amenazante con no abandonarla. Las lágrimas no tardaron en asomar en sus ojos esmeralda y en lamer sus mejillas. Gael era como un hermano pequeño para ella. Alguien en quien confiar, en quien apoyarse, a quien cuidar y a quien proteger. El día anterior habían estado celebrando el cumpleaños de Asmodeo en su casa, habían reído, bebido y cantado al son de las notas del laúd del muchacho. Era un misterio cómo los hilos del destino les había unido para llevárselo tan pronto. Dolía demasiado recordar su risa o el rubor en su rostro. Aquello debía ser una pesadilla, un mal sueño del que parecía no despertar. El Cuervo Rojo no solo debía enfrentarse a los gnolls en una guerra que no había hecho más que empezar, sino a la primera pérdida de uno de sus miembros. Habían sido demasiado impulsivos, se habían dejado llevar por lo que sentían al lanzarse a la carrera contra aquel ser y habían pagado el precio; él con la vida, ella con el amargo recuerdo de perderle. No era el primer ser querido o compañero al que perdía, ni tampoco el primero del cual se sentía culpable, pero cada uno de ellos parecía doler cada vez más. Sin embargo, ya no había quien alegrara las noches con la música de su laúd. No había quien tocara una última melodía. Ahora cada uno de ellos debía afrontar su muerte de la mejor manera que supiera.
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