Casi siempre intento tener un título ya preparado antes de empezar a redactar. Creo que es una de esas manías mías de querer tenerlo todo atado, de tener un patrón, una guía, un algo que no permita que me salga de los bordes al escribir. Hoy, en cambio, no lo voy a hacer. Hoy voy a dejar que fluya el texto, que me dé por si solo un título cuando llegue al desenlace, que se ponga la etiqueta sin que yo se la pegue en la frente antes de ni tan siquiera decirle “hola, qué tal”, que me enseñe a no pensar en un final anticipado.
Así que voy a ir línea por línea contando cada uno de los pasos, como si estuviera caminando.
Un. Dos. Tres. Comencemos. Vosotros no lo veis, pero en este momento estoy estirando los dedos de las manos y alargando el cuello hacia el cielo, a ver si este dolor de cabeza se me pasa. Alguien a quien conozco siempre dice que ese tipo de dolor se va haciendo ejercicio. Yo asiento. Y me siento. No me gusta el ejercicio, siempre lo he visto como una asignatura a aprobar y olvidar. Hasta que te acercas peligrosamente a los treinta y te planteas qué será de ti a los cincuenta y cómo estarán tus huesos cuando la menopausia golpee con sus múltiples jodiendas. Entonces es cuando pienso: mañana me apunto a pilates. Pero mañana siempre es mañana. Y al día siguiente vuelve a ser mañana.
Sigamos. Me duele la cabeza. Y no voy a bajar a correr, tengo que seguir trabajando y quiero escribir un post. Una tiene sus prioridades. Unos se curan moviendo músculos, yo me curo tecleando. Y aquí estoy, achicharrada, con un plástico vacío de las gelatinas esas formato flash que venden en Mercadona con sabor a cereza y un vaso medio lleno de agua. Siempre medio lleno, nunca medio vacío. Eso de ver océanos en pantanos más secos que una mojama, creo que es cosa de ser Acuario; dicen que somos optimistas y yo… pues me lo tengo que creer. Y vaya, aunque me arda el cerebro y esté tecleando sobre una mesa coja, en un balcón con vistas al maldito cementerio hacia un lado y hacia el otro, a un tendedero portátil más feo que el pie ese de la marca (no recuerdo cuál, pero me sale cada dos por tres en Instagram) de sandalias, soy optimista.
Aunque a veces, la vida te toca las narices, claro. Los días de bajón todo lo malo tiene buffet libre. Se planta ante ti, la negatividad digo, y empieza a chupar energía poco a poco, sonrisas, fuerzas, inspiración y sueños. A la negatividad no le caemos bien los soñadores. Por ello, como yo sé cuándo le caigo mal a alguien, le doy la espalda, le retiro el saludo, la ignoro. De primeras fastidia. Una siempre piensa que es casi maravillosa y que casi nadie puede tenerle asquete, así que cuando descubres que algo o alguien te odia, te picas. Pero entonces abres un ojo. Luego el otro. Y que le vayan dando a lo que pretende amargarte la vida. Bye bye, negatividad.
Pero ja. Ja ja ja. Ja ja ja ja. Risa maligna. No siempre es tan fácil.
Todos tenemos días malos, hasta los que vamos de coach barato del tres al cuarto. Hasta la gente que parece que tiene una vida perfecta, os lo prometo. Por mucho filtro que haya de por medio… no cuela. Hay días que apagarías la función, que te mudarías de planeta o que saldrías a la ventana a gritarle a la gente que son escoria y que dejen de hacer ruido con esos grititos y esas risas tan enervantes, como si fueras la loca del barrio. Los días malos, creo que aunque apareciera Brad por la puerta, le diría que se fuera, que adiós, que me dejara con mi mugre interna y mi cara de perro, que se fuera a impresionar con esa pose tan sensual a otra pardilla. Y te haces preguntas. Te haces preguntas que los días buenos ni te cruzan por la mente, que a veces ni te soplan.
Preguntas como…
¿Realmente quiero esto?
¿Algún día estaré conforme?
¿En algún momento sentiré que todo está completo, sin que me falte algo o alguien?
¿Algún día dejaré de tener tantos sueños y seré una persona normal?
¿Lo estaré haciendo bien?
¿Y si me cortara el pelo?
¿Y si bajo a por Nocilla?
¿Y si me pongo un gin-tonic y a la mierda todo?
Preguntas. Preguntas que si estás dando saltos con La Casa Azul de fondo y un sonrisa marcada de oreja a oreja, no te haces. Preguntas que si estás de vacaciones tocándote las narices no te haces. Preguntas que si te están dando un masaje o tocándote el pelo no te haces. Pero claro, ni siempre puedes estar rascándotela ni siempre puedes pagar a un masajista. La música de momento sí que puedes oírla.
Qué nos queda sino.
He hecho trampa: acabo de escribir el título, no me he esperado a llegar al final, lo he sabido ahora.
La respuesta es sí.
A cada pregunta de las que me pueden pasar por la cabeza, a cada pregunta de las que te pueden pasar a ti.
La respuesta siempre será sí, como en “La mujer de verde”.
A tiempo de ponerle un no ya estarás, ya lo verás, ya se verá.
Y lo que sea un no definitivo, multiplícalo por cero, elimínalo, adiós.
Nunca pongas un no por delante. Nunca pongas un título a algo que ni siquiera has empezado, a algo desconocido, a algo que a saber si será para tanto, o para menos, o para mucho, o para casi nada. Deja la vida fluir, como si fuera un texto. Si te sales del guión o si manchas los bordes de incoherencias, ya estarás a tiempo de borrar.
Di sí. Porque cada rato que gastas en querer ser mejor, lo consigues. Porque cada dolor de cabeza por esa llamada que no llega, por ese correo que no llega, por eso que te agobia o que te frena, es solo un paso más hacia un sí en mayúsculas, nunca hacia un no. Di sí. Di que sí lo estás haciendo bien, que es solo un día tonto por el que tienes que pasar como el que pasa por una estación en la que no se va a bajar. No te bajes, no te quedes, di sí a continuar, porque tu tren tiene muchas más estaciones en las que sí bajar, en las que sí quedarse. Y son estaciones llenas de cosas buenas, llenas de luz y paisajes para enmarcar. ¿Ah, que no me crees? No te lo tendré en cuenta, sé que lo dices porque tienes un mal día. Vuelve a leerlo mañana. Vamos. Ya verás.
Sí. La respuesta es sí. Baja a por Nocilla o bébete un gin-tonic, que mañana ya se verá, que los días malos solo duran lo que tienen que durar.
La respuesta es sí. Siempre es sí. Y cuando haya un no, haz que sea un sí. Cambia la frase, cambia la pregunta, cambia la estructura o pon exclamaciones donde ahora hay interrogantes, cambia tu vida para ser feliz. Cambia lo que quieras cambiar, pero haz que sea un sí.
Pero hazlo mañana, hoy no, hoy ya te digo yo que no acertarás.
M.
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Archivado en: Relatos Tagged: emociones, negatividad, optimismo, sentimientos