Para los que piensen que reflexionar requiere unas condiciones especiales, aquí estoy yo para decirles que la única condición indispensable es una atención despierta y voluntad para concentrarnos en aquello que queremos pensar. Y si no, lean este post para verificar que se puede filosofar en los sitios más insospechados, como por ejemplo... la sala de embarque ¡de una estación de tren!
Ayer realicé un corto desplazamiento en un tren de alta velocidad, uno de esos que estornudas, buscas un pañuelo y cuando lo encuentras ya has llegado a tu destino... El caso es que llegué una hora antes y mientras esperaba a que llegase la hora de ir hacia el andén y como buena escritora (o aspirante más bien, pero me gusta como suena) me dediqué a observar lo que sucedía a mi alrededor. La sala estaba atiborrada de personas que esperaban, miraban los paneles informativos, bebían café o caminaban de un lado para otro. Otros conversaban, reían, leían... todo un mundo para describir. Pero lo que más me llamó la atención de todo fueron... los tacones.
Es impresionante los zancos a los que se suben algunas mujeres, no sé si en un intento de resultar más atractivas o de llamar la atención. Lo último lo consiguen, sin duda, lo primero es más difícil porque resulta poco atractivo y menos elegante el caminar caballuno que los altísimos tacones les obligan a llevar. Será la moda, pero no deja de ser una imposición estúpida, que afea más que embellece y que además, no debe ser nada bueno para la salud, ni de las piernas ni de la columna.
Como en todo un justo medio parece ser siempre la opción más adecuada, más equilibrada y más sensata. No deja de ser curioso cómo esta máxima filosófica se puede encontrar en todo cuanto nos rodea, incluso en unos simples tacones. Lo escaso no llega y el exceso se pasa... Poco tacón = pie monjil, poco atractivo. Taconazo = pie caballuno, poco elegante. Tacón medio = pierna elegante, atractiva.
Estas meditaciones me llevaron a la conclusión de que en la vida debemos ir buscando siempre el camino justo, según nuestra propia realidad porque ya sabemos que lo justo no siempre es igual para unos que para otros. Si la inercia (lo poco) nos va acercando irremediablemente a defectos como la pereza, el abandono interior, el tedio... el exceso (lo mucho) nos va acercando a las pasiones, entendidas en el sentido clásico de la palabra y que se entienden como deseos incontrolados, un querer más y más totalmente fuera de medida. En el justo medio está la virtud y ya decía Aristóteles que era a través de la virtud que el ser humano podía llegar a la felicidad.
Como en todas las cosas, poner en práctica el sentido común es el mejor camino para llegar hasta el justo medio; aunque desgraciadamente y como afirmaba el filósofo Jorge Ángel Livraga, "el sentido común es el menos común de los sentidos". Tal vez por eso es que la inmensa mayoría vamos por la vida ¡con tacones y a lo loco!