DUENDE...
Espíritu errante,
¿qué buscas por las solitarias calles de la ciudad?
te veo mecido en la luna como barca de plata,
al borde de las fontanas, sobre el agua
que danza con el susurro dulce de tu canto.
Cada noche derramas en silencio
la magia de tu alma sobre esta tierra.
Bañas de luz y color los jardines
de casas encaladas, de patios abiertos al sol
derrochas alegría en cada rincón.
Esperanza de almas que invocan tu nombre
habitas en la suave corola de las flores,
rosas, azahar, jazmines y azucenas,
aromas que envuelven la ciudad
caídos de tu manto.
Dime sombra sin nombre,
¿a qué vienes a mí, suplicante la mirada
temblorosas las manos, una oración en los labios
y una queja en el corazón?
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Los ojos de la noche acechan desde su bóveda celeste,
testigos silenciosos del dolor que hiere mi alma.
Cansado estoy de esperar, guardián de fuego
los días dorados de antiguo esplendor.
El tiempo consume voraz mi esperanza
y hasta me pesa el aliento
cuando impotente grito
su nombre a los vientos.
¿Por qué, ciudad maldita
conviertes en ruinas tu leyenda?
¿Qué fue de tu gloria y qué de tus hombres de oro?
¿Qué fue del orgullo de tu nombre?
Manchada estás por el barro del olvido
y manchados los que en ti duermen
en brazos de la ignorancia y el hastío.
¡Oh ciudad añorada que albergaste en tu seno a sabios y poetas!
¡Abre de nuevo tu corazón!
De mi sangre quieren beber tus hijos,
y en mis cabellos quiere enredarse el viento.
Es mi canto la melodía de la fuente
y mi alma es tu embrujo misterioso, ciudad.
¿Cómo no llorar lágrimas de fuego
si perdido me encuentro en el recuerdo?
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Vuelve tus ojos al amor, alma en pena
y ten compasión de tus hijos.
No hagas de la desesperanza tu canción,
no tomes la ira como bandera.
Mira con el corazón aquello que los ojos no ven.
Siente las brasas que encienden una nueva llama, es la vida que renace.
Cómo corre la vieja savia por las venas de nuevos brotes
que se yerguen firmes, inquebrantables.
La fuerza en sus ojos, la valentía en sus cuerpos.
En sus manos la esperanza y en sus labios la flor.
No se apagó el fuego, númen, no.
La voluntad de tu aliento avivó las ascuas
y una chispa divina prendió el alma de tus hijos sedientos.
Ahora el sol brilla alto en el cielo. Es un nuevo día.
Ya despertaron.
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Y dando gracias al ángel del amor, el númen sonrió.
Carmen Morales