Iglesia de Santa María de Markina
Desperté en medio de todo ese chisporroteo; aquella ferrería que otrora fuera origen del crepitar del fuego, el soplo de fuelles y el forjado del hierro, hoy es un remanso de paz para viajeros y peregrinos.
Aún tenía presente la anterior etapa de este Camino del Norte, que comenzaba a desvelarse más dura de lo que los perfiles de las guías dibujaban.
Bajé a desayunar bajo aquella sinfonía de agua cayendo con estruendo sobre el tejado. Iba a necesitar hacer acopio de energías para enfrentarme a la emboscada que me había preparado la etapa de hoy.
Un desayuno a base de mielitos, tostadas de pan con pasas y el indiscutible café para volver a la realidad del momento, como si ya no fuera consciente de lo que se me venía encima.
Me despedí de Gontzal, de su ferrería de los mil y un encantos reconvertida hoy en oasis para mis cinco sentidos.
Hotel Antsotegi
Al cerrar la puerta tras de mí, tomé la vía ciclista paralela al arroyo que prácticamente me dejó a los pies del mismo ayuntamiento y en pleno Camino de Santiago.
Saliendo de Markina
Llovía con fuerza, apenas llegaba a vislumbrar la senda a seguir, pues mis gafas estaban empañadas por el vaho y las gotas de lluvia.Mis botas empezaban a hundirse en el firme ralentizando mi marcha. La visibilidad era tan escasa en mitad de aquel diluvio que temí perderme nada más comenzar la etapa.
Afortunadamente en estas sendas del País Vasco, el Camino se encuentra tan bien cuidado como señalizado. Es costumbre del lugar mimar pistas y sendas para disfrute de cualquier viajero.
Señales del Camino de Santiago en el País Vasco
El primer tramo urbano bajo la lluvia resultó de lo más agradable a pesar del mal tiempo. ¡Un buen comienzo! Lo cierto es que nos gusta caminar bajo la lluvia, os lo contamos en este post
El perfil suave y llano se asomaba a la orilla de un río de aguas bravas, que eran propulsadas hacia delante con la fuerza de la gravedad producida por docenas de saltos.
De la misma manera, haciendo un símil, el Camino de Santiago aquella mañana impulsaba a los peregrinos a progresar sobre el resbaladizo firme.
Pequeños saltos de agua del río Artibai a la salida de Markina
Recorriendo el pueblo de Bolívar
Abandoné el cauce del río Artibai para ir en busca del pueblo de Bolívar, sí, tal y como suena, el lugar donde los ancestros del célebre político y militar sudamericano Simón Bolívar nacieron.Allá por principios del siglo XIX, fue uno de los personajes mas destacados en la emancipación de algunas de las naciones sudamericanas frente a la Monarquía Hispánica.
Nada más introducirme en la medieval Puebla de Bolívar por su calzada jacobea, encontré a mi izquierda un coqueto caserón vasco que hace de sede del Museo Simón Bolívar.
Museo de Simón Bolívar en el pueblo de sus ancestros
Hice un alto en el tiempo y también en el Camino para conocer un poco mejor la historia de Don Simón, sus raíces españolas y la repercusión en el devenir de la historia moderna de España.
Mientras la primera planta del museo está dedicada al conocimiento del medievo del lugar, la parte más alta es donde se descubre al personaje y su dimensión histórica.
Tras este pequeño receso documental, proseguí mi marcha por un tramo que picaba hacia arriba y que me condujo a los pies de un monasterio.
Calzada asfaltada que sube el Monasterio de Cenarruza desde Bolívar
El monasterio de Cenarruza
Esta antigua colegiata ha sido testigo del Camino del Norte desde la misma Edad Media. De hecho accedí al cenobio a través de las ruinas de una calzada empedrada, como antaño hacían los peregrinos que acudían a este hospital en busca de cuidados y refugio.Antigua calzada empedrada para los peregrinos que visitan al monasterio
Aunque el antiguo hospital de peregrinos se perdió durante un incendio, hoy en día se ha restaurado como hospedería para viajeros y romeros venidos a descansar en un entorno privilegiado.
Seguía lloviendo a mares, así que nada más entrar en el recinto sagrado, me refugié bajo un espléndido pórtico cuyo artesonado de madera invitaba a una calidez que contrastaba con la humedad del ambiente.
Deposité cuidadosamente la mochila sobre una gran losa de piedra, levanté la vista y descubrí que no era la única que había buscado refugio en mitad de aquella tempestad.
Peregrinos bajo el pórtico del monasterio de Cenarruza
Un grupo variopinto de peregrinos se amontonaban bajo el pórtico; sentados sobre sendos bancos de piedra, miraban hacia el cielo pidiendo un respiro a la lluvia incesante que les había acompañado desde Markina.
Sin hacerme eco de sus súplicas, me dirigí hacia un portalón que invitaba a entrar en el interior del monasterio en busca de mejor aventura que la de rogar por el aclarado del cielo.
Me di de bruces con un espectacular claustro gótico, o quizá también renacentista, donde deambulé muy despacio, recreando mi propia danza de la lluvia que a la postre tuvo el deseado fruto contrario: paró de llover.
En el interior del claustro del Monasterio de Cenarruza
Antes de despedirme del monasterio, hice una visita a su repostería. Sabía de lecturas anteriores que los monjes heredaron una buena tradición como maestros pasteleros.
Camino de Munitibar
Endulzado el alma y secos los huesos, el sol sellaba la paz entre peregrinos y cielo; ya sabemos que el Apóstol a veces aprieta pero nunca ahoga.Saliendo del monasterio tras la lluvia
Sin lugar a dudas para mí, lo verdaderamente mágico de esta etapa fue la senda del camino que parte desde el coqueto claustro del monstario hasta la población de Munitibar.
Empecé a empequeñecerme bajo el gran bosque de coníferas que custodiaba la calzada jacobea. Llovía sobre mojado de nuevo, aunque las altísimas copas de los árboles hacían de paraguas natural, tanto para las trombas de agua como para los tímidos rayos del sol de verano.
Cruzando un bosque de coníferas cerca de Marmiz
Cuando el sol aparecía, la sombra de los árboles te congelaba. El agua surgía por doquier de entre la espesura que brillaba con un verdor puro y exhuberante.
El Camino penetraba en un túnel vegetal, y si me lo permites también del tiempo. En algún momento temí encontrarme en algunas de aquellas estampas medievales que acababa de descubrir en el Museo de Bolívar.
No podría decirte cuánto tiempo pasé en aquel bosque encantado. Fue uno de esos momentos donde el Camino te eleva por encima de tu realidad.
Túnel vegetal del tiempo sobre el Camino del Norte cerca de Guernica
Llegar a Munitibar fue un alivio por la lluvia intermitente, pero también una pena por despedirme de semejantes parajes naturales.
Y elegir un buen bar fue la clave para secar el sudor frío con un buen vaso de leche caliente. El perfil de la etapa y la climatología adversa había convertido este tramo del Camino en un viaje más duro de lo previsto.
Fin de etapa junto al árbol de Guernica
Me quedaba aún un buen tramo de etapa a través de pistas asfaltadas, sendas fluviales y caminos rurales que cruzan las tierras de un sinfín de caseríos desperdigados por valles y montañas.Caserío vasco aislado cerca del trazado del Camino
Al cruzar el pueblo de Olabe me esperaba otro importante repecho hasta coronar la aldea de Marmiz.
A partir de aquí hay dos opciones para llegar a Guernica: la sencilla de bajada y la difícil rompepiernas que casualmente suele ser la más bonita.
Como me gusta lo bonito y el cansancio aún no me hacía roto del todo, decidí tomar el desvío cuesta arriba para luego bajar abruptamente hacia Guernica.
¿Mereció la pena? Sin duda y a pesar de la fatiga. Tras la enésima subida rodeando el monte Burgoana, disfruté de un espléndido paisaje natural que me distrajo de cualquier penuria presente y pasada.
Paisaje de costa desde el Camino del Norte a las puertas de Guernica
Al bajar a Guernica encontré con facilidad el albergue juvenil donde los peregrinos ya disfrutaban de los placeres del Camino, tras una buena ducha caliente y el reconfortante colchón de la litera.
El mismo final feliz de toda etapa en el Camino de Santiago, y sin embargo sobre un lugar diferente. Este viaje tiene sus propias rutinas embebidas en una aventura continua y desconocida.