Afrontamos la etapa 2 del Camino Lebaniego desde Quintanilla hasta Lebeña. Por si te perdiste la etapa 1 desde San Vicente de la Barquera, te la dejo aquí.
Calentando motores para una etapa que promete emociones
Despertamos despacio en Quintanilla, donde todo ruido era ahogado simplemente por el murmullo de un manantial cercano, cuyas aguas bravas discurrían plácidas regando el camino a seguir hacia el bello Valle de Lamasón.
Teníamos la mejor de las señales naturales para retomar la senda en busca del Monasterio de Santo Toribio, nuestro personal Santo Grial en forma de travesaño de la madera de la cruz del nazareno.
Una interesante leyenda por la que salvaríamos dos collados, mientras el macizo oriental de los Picos de Europa nos contemplaba desde muy arriba.
Y desde arriba imaginábamos la espléndida bienvenida que nos esperaba. Podíamos otear el horizonte empinándose cada más vez más y más.
Trazábamos líneas imaginarias de sendas por las que podríamos de alguna manera salir de aquel valle.
Imposible saberlo, sólo nos quedaba ponernos en marcha y dejar que la ventura nos guiase en esta segunda etapa del Camino Lebaniego.
Flechas del Camino Lebaniego
Sobrelapeña y Lafuente, dos aldeas en el camino hacia la cima
Al principio, el camino volvía a seguir una estrecha carretera local que seguía abriéndose paso por el valle. Enseguida Sobrelapeña salió a nuestro encuentro gracias a la blanca fachada de su iglesia de Santa María.
Iglesia de Sobrelapeña
Altiva, blanca y orgullosa de su valle, se alzaba sobre un espacio privilegiado ajena a peregrinos y a la flagrante naturaleza que la cobijaba.
Poco tránsito de vehículos y mucha belleza, en la continua pero llevadera pendiente hacia arriba siempre, que nos dejaría en un abrir y cerrar de ojos en Lafuente.
Lafuente es una coqueta aldea que nos filtraba las primeras informaciones oficiales sobre lo que nos esperaba en adelante. Prometía esfuerzos pero también gratísimas recompensas sin duda.
Vistas de Lafuente
La primera de estas recompensas, la Iglesia Románcia de Santa Juliana, una joya del románico única en toda la zona del Nansa.
Iglesia de Santa Juliana en Lafuente
Un albergue de peregrinos más abajo, nos regaló con más compañía de esforzados peregrinos, que como nosotros decidieron abandonar los parabienes de la costa del Camino del Norte para disfrutar de la agradecida dureza de la montaña.
Nos saludamos, nos reconocimos rápidamente. No éramos muchos por esos lares y nuestros reencuentros eran tan fugaces como habituales.
Aquélla fue sin embargo la última vez que los vimos. La montaña nos pone a cada uno siempre en nuestro verdadero sitio. Donde la naturaleza es la que manda, no hay voluntad de peregrino que se revele. Simplemente déjate llevar.
El Collado de Hoz
Dicho y hecho. La pendiente se endureció de repente y pocas palabras salían salvo el aliento cuya cadencia se aceleraba con la altura salvada.
Nunca un ejercicio aeróbico fue tan bien recompensado. Las vistas del valle se despejaban en todo su esplendor. Difícil encontrar un verde tan intenso y extenso.
La aldea de Burio fue nuestra primera parada en la ascensión al interminable collado. Desde luego estábamos en forma, aunque ni de lejos como la que atribuimos a Rosa.
Aquella mujer vive desde hace más de 88 años por aquellos parajes. Forma parte de este mundo virgen que nosotros cruzábamos con esfuerzo.
Trabaja la madera a la vera de su pequeño taller en el mismo borde del Camino Lebaniego. Conocedora del trasiego de peregrinos, nos ofreció algunos de sus productos labrados con sus huesudas manos.
Cuencos, cucharas, tenedores, tapetes e incluso bordones de avellanos ideales para peregrinos de raza. ¡Más madera para la mochila! diría Groucho Marx.
Nos quedaba el último empujón para coronar la cumbre. Por si las cosas no iban bien, teníamos docenas de buitres leonados haciendo círculos sobre nuestras cabezas. Todo un espectáculo, si estás vivito y coleando, claro está.
Entre pasadas de buitres llegamos del tirón a la cima, bastante enteros dada la paliza y con un subidón de endorfinas para seguir felices un buen montón de días.
Y no era para menos, teníamos ante nosotros un bello y único decorado protagonizado por los Picos de Europa.
Aldea de Burio
Bajando hasta Cicera
Cicera nos sorprendió cuando menos lo esperabámos. Al fondo de un valle inventado entre verdes montañas, Cicera emergía bajo un sol de justicia.
Hasta allí nos dirigimos para buscar un descanso antes de acometer el último de los collados de esta etapa.
Enseguida empezamos a serpentear por sus callejuelas empedradas. Resultó ser una aldea preciosa y muy bien cuidada por sus habitantes. Casas de piedra por doquier hasta encontrar el albergue y el bar con terraza casi al infinito.
Una terraza con vistas hacia lo que nos esperaba, fue nuestro refugio durante casi una hora de relajado almuerzo. Coger fuerzas para la subida era más que una obligación.
La subida por la Canal de Francos
Salimos del pueblo en busca de la montaña sin más preámbulos. Aquí ya no valían atajos de ningún tipo. Fue un duro cara a cara de asombrosas consecuencias.
Un sendero empinado, a veces escondido entre rocas, lodo y maleza se apreciaba entre un tupido bosque. La luz apenas penetraba, lo justo para no perder la cara al camino.
Metro a metro, repecho a repecho, cruzando arroyos y algún que otro paso de cuidado, logramos coger un ritmo impensable sostenido con la fuerza de voluntad.
El aliento aconsejaba un descanso de vez en cuando, pues la cima parecía que se nos escapaba de las manos. Mirabas hacia arriba y seguías bajo el tupido manto verde de los árboles.
Hacia tiempo que el rumor del río había desaparecido del ambiente. Eso significaba que volábamos muy alto. Alguna ventana al horizonte encontramos de entre maleza, y efectivamente las vistas ya eran de vértigo.
Y de repente, la luz cegadora y el macizo oriental frente a nosotros. Habíamos coronado el collado, el Berés, no sin más de un sacrificio. Pero el lugar y el momento lo merecían.
Nos dimos un tiempo para descansar y disfrutar del nuevo entorno. Hasta un manantial de agua fresca nos esperaba para brindar precisamente por nuestra buena suerte.
La bajada fue torrencial. Mucho más larga que la subida. Abajo como una miniatura de un belén, aparecía Lebeña como nuestro final de etapa.
Una iglesia demasiado lejana y a la vez tan cercana
Cansados pero eufóricos al aterrizar en Lebeña, nos dimos un paseíto extra para descubrir su Iglesia prerrománica Santa María de Lebeña, joya de la arquitectura española.
Iglesia de Santa María de Lebeña
Bella por su historia y su sencillez, y de la más importantes de Cantabria de estilo Mozárabe. Precisamente fue esa humildad la que la ha mantenido intacta desde su construcción.
La falta de recursos de sus feligreses para mantenerla al día respecto a las diferentes modas y ordenes arquitectónicos, ha sido el secreto de su pureza y fidelidad a sus orígenes.
Conclusiones de esta segunda etapa del Camino Lebaniego para el recuerdo
Exactamente como el Camino de Santiago. Sencillo e imperturbable sigue invitando a caminar a peregrinos de todo el mundo, despojándolos de las modas, rutinas y prejuicios, que nos hacen llevar cada día una mochila demasiado pesada sobre nuestras espaldas.
Fotografía de Woman To Santiago
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