Hay algo que debemos tener claro antes de hablar de The Babadook, el primer largometraje de Jennifer Kent: estamos ante una película de género (terror, en este caso), y los géneros, como es bien sabido, tienen sus propias normas. Sus tópicos, hablando claro. Esquemas que, si bien fundamentan el lenguaje propio de un tipo concreto de películas, muchas veces lo industrializan, dando lugar a productos excesivamente académicos y (en muchas ocasiones) carentes de personalidad. Esto es un hecho, y The Babadook, en cierta forma, no huye de ello: su estructura narrativa, su esquema de personajes y el planteamiento (y resolución) de sus situaciones se han visto ya muchas veces. Miles. Esto, claro está, puede mirarse a través de dos prismas bien distintos: ¿homenaje o vuelta de tuerca?
Ahora sí: si bien la película está plagada de claves y clichés, hay un elemento fundamental en su concepción que la hace distar de muchos films del género, huyendo en cierto modo de ese academicismo que puede llegar a ser tan aburrido: su hondura psicológica, ya no solo en su planteamiento literario, sino en la construcción del discurso por parte de su directora. Acostumbrados en los últimos años a ver marionetas sometidas al susto del fantasma de turno, aquí el engendro es lo último que nos importa: es el estado de locura que carcome poco a poco a Amelia, la protagonista, lo que realmente nos provoca tristeza, impotencia y, finalmente, pavor.
Es por ello que el guion, canónico y de manual, cobra vida una vez que es "puesto en escena". Jennifer Kent maneja hábilmente las claves del género, construyendo una atmósfera inquietante por medio del sonido y del montaje, ágil éste último, con un ritmo veloz en su comienzo, yendo al grano al apoyarse en la repetición y la cotidianeidad de los acontecimientos, y con un compás más pausado a medida que el conflicto central de la película va tomando forma y avanzando en su evolución.
Es la focalización absoluta en el personaje central del film la mejor arma de su directora: el espectador empieza a tomar parte del mundo personal de la protagonista, siendo víctima -como ella- de la desorientación y la angustia que preceden su decadencia y progresivo avance hacia la locura. Y quede esto claro: si bien toda la película depende del mundo interior de dicho personaje, la fuerza que puede alcanzar éste se debe, en gran medida, a Essie Davis, la intérprete que ha sabido darle vida.
En una sola frase: cine de terror con un toquecillo autoral.