La vida, el amor, el sufrimiento, la elección.
Numerosas son las historias de amor que nos llegan a lo largo del año en forma de obra atrapada entre cuatro paredes. Y lo son más aún aquellas que comienzan su viaje sin entenderse a sí mismas, buscando la facilidad a la hora de contar a dónde quieren llegar y cómo hacerlo y dónde se quieren definir. Es el caso contrario al que nos encontramos con la última película de John Crowley, Brooklyn. Basada en la novela homónima de Colm Toibin, ocupada en representar el factor soñador de la emigración hacía América en los años 50, la historia narra la vida de una joven irlandesa, Eilis, que decide viajar a Estados Unidos en busca de una vida mejor. Una vez allí, comienza a establecerse y a buscar un nuevo futuro, pero las malas noticias que le llegan desde su tierra natal hace que se replantee todo aquello que forma parte de su vida.
En ocasiones estas historias se centran en las relaciones antes que buscar el sentido interno de cada personaje, definido desde el principio por valores a menudo muy cuadrados. Eilis (Saoirse Ronan) se convierte en una forma diferente de contarlo, ya que sin alejarse de ciertas reglas y construcciones, su personaje, asustado ante lo grandioso del nuevo mundo, va descubriéndose a sí misma. La historia de amor con el italiano Tony (Emory Cohen), cariñosa, frágil y sincera, forma parte de su asentamiento en la madurez, pero cuando el camino se bifurca y la elección se presenta, John Crowley tiene claras sus intenciones.
Necesidad, nostalgia y culpabilidad se unen para envolver al espectador en unos momentos de reflexión ante lo que se le presenta. Es aquí donde reside el valor de un título que define el deseo personal y egoísta, aunque nunca entendiéndolo como algo negativo, sino siempre como un choque entre el corazón y la cabeza. Porque al contrario que en otras historias de amor, y esta no esta no deja nunca de serlo, nos encontramos con la historia de ella. Los personajes se convierten en detonantes de aquellos cambios que se van sucediendo en su interior, porque no sólo reflejan ese amor de pareja, sino esa fuerza interior que toma las decisiones y siente el peso de cada una de ellas.
De una forma acertada, desde el inicio se nos invita a subir a ese barco transoceánico con la joven irlandesa y a no separarnos nunca de ella. Cómplice y protectora, la puesta en escena siempre nos lleva a crecer con Eilis de una manera muy inteligente. En todo momento las elecciones sobre qué contar o cómo hacerlo van de mano de sus inquietudes, ya sean instantáneas o sosegadas, con la fuerza y el corte necesario para mostrar únicamente aquello que su personaje necesita. Vivimos su nostalgia, nos emocionamos con sus deseos y la enjuiciamos por sus decisiones sin dejar de sentirnos culpables por ello en una historia que consigue un interés continuo.
La película ante la que nos encontramos se ama y se sincera con ella misma, respetando aquello que necesita y alejándose de endulzar cada momento de una forma banal. Brooklyn te deja acercarte o alejarte cuando quiere, convirtiéndose en una de las historias románticas más bonitas y mejor contadas de los últimos años.
En una frase: una preciosa historia de amor sobre aquello que se elige, se desea y se ama.
Víctor J. Alvarado