Lo cierto es que el libreto del que parte The Revenant, el sexto largometraje del cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu, no es, precisamente, para darse con un canto en los dientes. De hecho, lo sencillo y ciertamente previsible de su planteamiento, nudo y resolución podría leerse fácilmente -y estoy seguro de que así lo hará más de uno- como una ostensible carencia: partir de una narración decidida a obviar los giros argumentales, las grandes sorpresas y las transformaciones complejas de sus personajes ha supuesto, muchas veces, colocar esa primera piedra que, de poco pulida, ocasiona el completo derrumbe de una película.
“Es mala porque no tiene argumento” y/o “Si no tienes un buen guion, difícilmente podrás hacer una buena película”. Tal “argumento”, pregonero incansable de la supuesta necesidad de “argumentos” es, a pesar de su dudosa validez, recurrente y ampliamente señalado por muchos -quienes priorizan “la historia” sobre “la mirada”- cuando procede debatir acerca de una película compleja que, lejos de luchar por ser “cuento”, opta por el frágil y críptico terreno de convertirse en “experiencia”. Bien: El renacido es la película perfecta para echar por tierra tales razonamientos.
Si bien es innegable que “el guion” es la piedra angular de casi cualquier película narrativa, The Revenant supone la demostración patente de una heterodoxia necesaria en un “nuevo cine comercial” que posibilita, al fin y al cabo, “hacer las cosas de otra manera”: un film de Hollywood, de tan prominente presupuesto y con tan bienpagadasestrellas, al que la sencillez -e incluso superficialidad- de su entramado narrativo, lejos de hacerle daño, favorece por completo su discurso casi exclusivamente audiovisual, un discurso que, cuando comienzan a deslizarse los créditos, se ha conformado claramente como el verdadero y único centro de la película.
Permite esta reflexión intuir que Iñárritu -y, cómo no, Lubezki, cuyo trabajo de cámara merece reseña al ser éste culpable de una gran parte del valor cinematográfico del film-, decidido a hacer cine y no literatura, agarró las escasas páginas del guion con plena consciencia de que la exigüidad de grandes pautas sobre el papel le permitiría alcanzar sus verdaderas intenciones sobre el terreno: alejarse de la mera retransmisión, acercarse a la verdadera sensación.
En una frase: lo último de Iñárritu se aproxima peligrosa y acertadamente al concepto de “cine puro”.
Pelayo Sánchez.