En The Invitation, film que resultó ganador en la última edición del Festival de Sitges, Will acude a la fiesta que su exmujer, Eden, organiza en la casa que un día fue hogar para ambos: un desafortunado suceso les distanció y tal encuentro servirá para aceptar el pasado y seguir adelante con sus respectivas vidas. Durante la velada, a la que asisten también un grupo de antiguos amigos de la expareja, Will presiente que algo no va bien; sin embargo, el hecho de que nadie más perciba tal sensación pone en cuestionamiento la cordura del joven.
El film, que supone el nuevo trabajo de Karyn Kusama -directora de las poco trascendentes Aeon Flux y Jennifers Body-, se configura en forma de thriller partiendo de una fórmula que hemos visto ya en numerosas ocasiones -aunque, todo sea dicho, no siempre tan correctamente ejecutada-: la narración, focalizada al completo en su personaje protagonista, incita al espectador a hacer malabares entre lo real y lo imaginario, pues el prisma subjetivo a través del cual asistimos a lo sucedido contamina nuestra visión de lo cierto y lo incierto, despertando dudas acerca de las percepciones del personaje central. Porque, si solamente ese él quien lo siente... ¿Son meras imaginaciones? ¿O acaso es Will el único cuerdo en un mundo de locos?
La dirección de Kusama cumple aquí con el acertado manuscrito a través de una puesta en escena pulcra, que se sostiene fundamentalmente en la construcción de una atmósfera opresiva mediante un cuidadoso uso del sonido; es, sin embargo, el apartado puramente visual el órgano del que más adolece la película: las excesivas convenciones en la planificación y el planteamiento formal de algunas secuencias debilitan la valía del conjunto, el cual, de haber adoptado un prisma más personal, hubiera hecho desfilar con total seguridad unas cuantas filas más de adeptos.
En una frase: Una grata sorpresa necesitada de una mayor valentía.
Pelayo Sánchez