Tenías que ser tú. Capítulo 21.



Calor. Ya hacía calor. El verano se había instaurado entre ellos. Olía a verano por todas partes. Estaba deseando volver a casa, a su tierra, a su mediterráneo. La maleta ya estaba preparada para las más que merecidas vacaciones. Hacía meses que no veía a su familia, a sus amigos de toda la vida y estaba deseando verlos, abrazarlos y compartir con ellos largas charlas mientras tomaban una copa en una terracita frente al  mar. Uhm, casi puedo oler el mar.

Se miró en el espejo. Sí, necesitaba con urgencia ir a la playa. Estaba blanca. No, más que blanca. Traslucida. Sonrió al imaginar la charla que le iba a soltar su madre al verla. No sólo por su inexistente color, eso era lo de menos, sino por los kilos perdidos en los últimos dos meses.

Dos meses. Dos meses sin saber nada de Roberto. Dos meses en los que había llorado noche sí y noche también. Dos meses en los que había tenido el apoyo incondicional de Fran.

Sí, Fran se había comportado con un auténtico amigo. No la había dejado sola ni un solo día. Cada día pasaba por su casa al terminar de trabajar para saber cómo estaba. Cada fin de semana la obligaba a salir, a divertirse? a vivir. No le había permitido regodearse en su pena.

Fran?Fran?Fran, eres mi caballero andante. Mi fiel Don Quijote le había dicho una noche con un par de Gin tonics. A lo que él respondió Dulcinea creo que no deberías seguir bebiendo con una de sus perfectas, maravillosas y eternas sonrisas.


No había habido nada entre ellos. Nada de besos, sólo dulces y cándidos besos en las mejillas en las despedidas. Abrazos muchos. Fran le había regalado un millón de ellos. Cada vez que la veía baja de moral allí estaba él  con sus confortables abrazos y una película en la mano con la que desconectar.

Sí, Fran se había instalado en su vida. Se había hecho necesario en ella. Si no llega a ser por él y la novela hubiese terminado loca. Loca de amor. Loca por amor. Ahora la etapa Roberto estaba superada.

No. Raquel no podía decir tajantemente tal afirmación. La etapa Roberto no estaba superada. Había pasado página. Escribía nuevos capítulos en su vida pero esa etapa estaba por cerrar. No sabía cuándo ni cómo ni dónde pero algún día firmaría ese final.

Encendió el ordenador. Revisó las últimas páginas escritas. Poco le quedaba para terminarla. Con un poco de suerte la terminaría antes de finalizar el verano. Estaba ensimismada en la historia, en las vidas de Claudia y Hugo. Tan absorta estaba en la lectura que no vio una pantallita del Messenger que la saludaba.

Cinco minutos habían transcurrido desde que Roberto la había saludado. Ya pensaba que lo estaba ignorando, lo cual no le resultaba extraño. Raquel no debe querer saber nada de mí. Normal Roberto, tú solito te lo has buscado, pensaba cuando le llegó un saludo de Raquel.

Roberto: Hola, ¿cómo estás?

Raquel: Bien, con ganas de irme a casa.

Roberto: ¿Dónde estás?

Raquel: En Londres.

Roberto: Ah

Raquel: ¿Por qué?

Roberto: Como decías lo de ir a casa.

Raquel: Porque mañana vuelvo a Valencia.

Roberto: ¿Vuelves?

Raquel: Sí, de vacaciones.

Roberto: Ah

Raquel: ¿Y tú?

Roberto: Bien, también de vacaciones.

El silencio se hizo entre ellos. Ambos miraban fijamente la pantalla de su ordenador. Ninguno decía nada. ¿Qué decirse? ¿Qué se podían decir cuando todo estaba dicho entre ellos? Ninguno tenía la herida lo suficientemente cerrada para hablar con total tranquilidad con el otro. No, era inviable comportarse como si nada hubiese pasado entre ellos.

Roberto: Que tengas buen viaje.

Raquel: Gracias. Buenas noches.

Roberto: Buenas noches.

Raquel apagó el ordenador. Estaba temblando. No, definitivamente, el capítulo Roberto no estaba cerrado. Roberto, ¿por qué has tenido que saludarme? Y ya que te has molestado en hacerlo podías haber intentado averiguar algo de mí, ¿no? Podías haberme preguntado cómo estoy. Es fácil de describir: hecha una mierda. Sí, para qué dar más vueltas para decirlo. Es así de manera clara y concisa. No hace falta usar más adjetivos. Raquel, podías haberle dejado caer que pasarías un par de días en Madrid. ¿Para qué? ¿Acaso quieres verlo? ¿Para qué? No, no quiero que me vea así. Raquel podías haberle dicho que pasarías esos días en Madrid con Fran, podías haber omitido lo de editorial. ¿Y, qué ibas a conseguir con eso, Raquel?¿Darle celos? Te recuerdo que si no estáis juntos es porque él no ha querido continuar.

Sí, sí, sí, vale, está todo ese rollo de la distancia pero ¿no podíamos haber aguantado un poco más? Seguro  que con un poco de paciencia hubiésemos encontrado alguna posible solución pero no él cortó por lo sano. ¿Total para que íbamos a intentar salvar la relación?

Raquel hablaba consigo misma. El saludo de Fran había vuelto a sacudirla por dentro. Guardó el portátil en su bolsa. Necesitaba llevarlo con ella. Quería aprovechar las vacaciones para escribir. Seguía temblando. El corazón le iba a cien por hora. Se sentó en el sillón. Respiró profundamente una vez, dos veces, tres? Cerró los ojos un momento. Necesitaba concentrarse en su propia respiración. Respira, Raquel, uno?dos?tres?

Llamaban a la puerta. Miró la hora en el móvil. Las nueve. Volvió a respirar profundamente y se dirigió a abrirla. Fran. Un sonriente Fran estaba al otro lado.

?Hola, venía a concretar la hora de mañana. ?comentó mientras se percataba de la cara de Raquel. ?. ¿Qué te ha pasado?

Fran entró cerrando la puerta tras de sí. Raquel no podía más. Seguía en un temblor. Sus labios temblaban y las lágrimas comenzaban a salir.

?Hey, ¿qué te ha pasado?

?Soy imbécil, Fran. Eso es lo que pasa.

?No digas tonterías. Tú no eres imbécil, ¿qué te ha pasado?

?Roberto.

?¿Le ha pasado algo?

?No, sólo que acaba de saludarme por el Messenger y?

?¿Y te has hundido? Raquel es normal. Todo es muy reciente pero ya verás que las vacaciones te van  a venir muy bien.

?Eres encantador, siempre dándome ánimos. No sé cómo me aguantas. Yo ya me hubiese pegado dos patadas de haber sido tú.

?Ja ja ja.

?No te rías hablo en serio. ?contestó con una sonrisa.

?Eso me gusta, parece que lo he conseguido.

?Eres un sol?dijo dándole un par de besos en las mejillas. ?.Dime, ¿para qué has venido?

?Para quedar para mañana.

?Podías haberme llamado.

?Sí pero prefería venir e hice bien.

Raquel sonrió. El silencio se hizo entre ellos. Fran se moría por besarla. Raquel lo sabía.

?Fran, podrías venirte un par de días a la playa. ?dijo sin ser del todo consciente. ¿Qué haces, Raquel? Estás idiota, le vas a crear falsas esperanzas, pensaba sin dejar de sonreír.

?¿Es una proposición indecente? No, no. No pongas esa cara de susto y arrepentimiento?bromeó Fran?, en realidad, para ser sincero pensaba pasar en Peñíscola un par de días. Igual podrías ir conmigo??dejó caer Fran.

?Me lo pienso.

?Me parece perfecto pero sólo admito respuestas afirmativas.

*  *  *  *  *

Roberto seguía con los ojos clavados en la pantalla del ordenador. Sin palabras se había quedado. No estaba preparado para aquel encuentro. No estaba preparado para aquella charla. ¿Charla? No, Roberto, eso no fue una charla. Eso ha sido el momento más incómodo, extraño y desafortunado que jamás has tenido y tendrás. ¿Acaso pensabas que podrías hablar con ella como si no hubiese pasado nada? ¿Acaso pensabas que podrías mantener una conversación amigable y distendida? Roberto te has comportado como un auténtico gilipollas con Raquel. Dudo que  te pueda perdonar en la vida.

En su cabeza sólo se escuchaban sus pensamientos y las voces de Drexler acompañado de Sabina:

Olvídame, 
esta zamba te lo pide. 
Te pide mi corazón 
que no me olvides, que no me olvides. 
Deja el recuerdo caer 
como un fruto por su peso. 
Yo sé bien que no hay olvido 
que pueda más que tus besos. 
Yo digo que el tiempo borra 
la huella de una mirada, 
mi zamba dice: no hay huella 
que dure más en el alma


No. El masoquismo no era su estilo. No tenía necesidad de torturarse más de lo que lo había hecho en los últimos meses. Sí, cierto, suya había sido la decisión de acabar  con la relación pero no por ello estaba siendo menos doloroso para él. Varias veces había estado a punto de ir a Londres y pedirle a Raquel, suplicarle una nueva oportunidad. Ya construirían un puente si fuera necesario. Sin embargo, la sensatez, el sentido común lo detuvo. Más tarde o más temprano la distancia los volvería a  separar y sería empezar innecesariamente con aquella tortuosa y lenta agonía.

Apagó el ordenador. Raquel hacía tiempo que se había desconectado. Mañana vuelves a España. Mañana nos separarán menos kilómetros. Irónico, más cerca yo más lejos al mismo tiempo. Sí, como aquel cuento que tantas veces nos contaba mi madre de pequeños, Cerca y lejos, siendo la misma distancia para aquella niña no era lo mismo ir al cine que ir a hacer los recados a su abuela.

*   *  *  *  *  
Cada vez estaba más cerca de su ciudad, de la terreta. Sus ojos escrutaban cada detalle del camino. El azul de su cielo era impresionante. Le parecía más azul, más limpio, más nítido. Era su cielo, su ciudad, su casa? Allí había crecido, vivido toda su adolescencia, sus primeros amores?Le vino a la mente aquella canción de Revolver, Dentro de ti. Canción que siempre escuchaba cuando sentía aquella morriña mediterránea.

Nada más bajarse en la Estación del Norte percibió el olor. El olor de su mediterráneo, del azahar de los naranjos. Olores antes imperceptibles para ella y que ahora resaltaban sobre todos los demás. Respiró profundamente al mismo tiempo que una amplia sonrisa se dibujaba en su cara. Allí de pie al otro lado de la valla estaban sus padres. Su madre meneaba la cabeza con aire desaprobador al verla acercarse arrastrando su maleta.

?¿Dónde está el resto de mi hija? ¿Tú estás comiendo?

Un batallón de preguntas salía de la boca de su madre al tiempo que la estrechaba en sus brazos. Aquellos brazos que la reconfortaban tanto. Raquel se dejó estrujar, voltear de un lado a otro al tiempo que escuchaba: ¡estás en los huesos! Una y otra vez de boca de su madre mientras xsu padre intentaba abrazarla y le decía: ?deja a la xiqueta ya comerá tu arros al forny cogerá un par de kilos.?

?Ven aquí que te dé un abrazo, cariñet.

Su padre estaba en lo cierto. Nada como la comida de mamá para recuperar algo del peso perdido. La comida de mamá, los mimos de papá, la risa con los amigos, la playa, las largas charlas y risas en compañía de los amigos de toda la vida,  las interminables y cálidas noches de verano, las llamadas de Fran? Las llamadas de Fran cada vez  más largas y cercanas las unas de las otras.

No. No dijo que no. Aceptó aquella invitación. Sí, disfrutaría de un par de días en Peñíscola junto a Fran. ¿Por qué no? Se lo merecían. Ambos se merecían tener algo de intimidad. De aquella intimidad que había surgido entre ellos. Tú me lanzaste a sus brazos. Tú le pediste que me cuidaras, pensaba mientras veía las fotos de Roberto en su móvil.

No sabía que ocurriría entre ellos pero ese fin de semana lo pasaría con él y con él volvería a Madrid. Sus vacaciones estaban a punto de llegar al fin y debía visitar la editorial. Eso no le hacía tanta gracia porque justo en ese edificio lo había conocido.

Elva Marmed

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