De ahí nos fuimos por una calle donde había montones de tiendas y todas te ofrecían que probaras su tarta casera de Santiago. Cada vez la tarta estaba más buena! y entre tanto trozo al final te pegas un buen almuerzo de tarta con unos trocitos de chocolate. Después de esta invitación... qué menos que comprar una (o varias) tartas.Fuimos también a ver unos jardines y el Museo do Pobo Galego (en castellano pueblo gallego). Sinceramente no me pareció nada interesante y todo el mundo flipaba con unas escaleras de caracol (curiosas) pero me pareció un poco coñazo! Muestra la historia del pueblo gallego con maquetas y otra clase de recreaciones pero... es para quien le interese, y no soy esa persona! con lo bonita que es la catedral...
Se hizo la hora de comer y mis padres se fueron a un restaurante a comer una mariscada. Con lo reacios que somos mi hermano y yo a comer marisco acabamos en un burguer. Lo confieso, estaba de calamares y pulpo a la gallega hasta las cejas! Tenía antojo de hamburguesa con queso, lechuga, ketchup... mmm!!!! y terminamos antes que mis padres así que fuimos al restaurante. Allí estaba mi madre peleándose con las pinzas de un centollo, saltaban patas de cangrejo a todas las mesas de alrededor!! No le veo el glamour por ningún lado a eso comer marisco eh? Y aun así me atreví a pelar y comerme unos percebes , brrrrrr!! y sabía a mar!
Ya por la tarde, nos tomamos un batido en una terraza con vistas a la catedral y tras una buena siesta de un día muy perruno (en comparación con el resto), como no era de extrañar, decidimos subirnos al coche y terminar el día fuera... pusimos rumbo a A Coruña. No nos movimos por la ciudad, nos quedamos en el faro de Hércules a ver atardecer así que no podemos decir que conozcamos la ciudad, pero nos quedamos con un atardecer precioso, de los más bonitos que he visto!
Por la noche volvimos a pasear por Santiago y terminamos tumbados en el suelo de la plaza del Obradoiro, contemplando la fachada iluminada de la catedral (sí, todo muy bohemio!). La verdad es que era una sensación mágica y de la que al día siguiente (y último) nos costó desprendernos.
Playa de Riazor