Fotografía: Nadine Wuchenauer
tomada de www.pexels.com
Elisa se había despertado esa mañana más temprano que de costumbre. Sabía que el día era especial, aunque al final no era muy prometedor.
Su economía estaba un poco restringida ese mes y, además, se ha recién mudado a un edificio en donde ya se notaba la diferencia entre ella y los demás habitantes.
Elisa no era mujer de muchos amigos. Era una chica más de límites que de excesos, porque los excesos ya los había conocido en sus años universitarios.
Elisa no era e chismes ni de sentarse en la entrada del edificio a escuchar o participar de la habladuría de la gente. Se consideraba más bien fina y distante.
Ese día era su cumpleaños número 40 y, aunque debería ser motivo de gran celebración para otras personas, para Elisa no significaba motivo de mucha fiesta.
Debía agradecer por estar aún viva y por haber logrado las cosas que se había propuesto, pero sentía que a esa altura de sus años pudo haber hecho más. Ahora se hallaba como en un contrarreloj pensando en los cercanos 50.
Aun en su cama, tomo su teléfono celular y comenzó a mirar en la galería de fotos imágenes de ella tomadas hace un par de años atrás y empezó a compararlas con las fotos que recién había hecho un par de días. Era increíble pero su rostro, actualmente, no daba con el mejor ángulo posible en una foto. Las fotos adorables de hace solo un par de años no podía ahora emularlas por más que quisiera.
Decidió detenerse a detallar una foto tomada actualmente y lo que vio la hizo reincorporarse de la cama e ir corriendo al espejo. Las mejillas que antes eran firmes, ya anunciaban su caída con unos pequeños pliegos alrededor de los labios, el entrecejo tenía un par de surcos que le daban un aire de seriedad espontánea y la papada de su cuello se hizo más notoria.
¡El paso de los años!
Era lógico que esto pasara pero creía que por la gran cantidad de cremas y potingues usados en años anteriores, la llegada de esos anuncios visibles en su rostro podía retrasarse un poco más.
No había maquillaje que pudiera arreglarlo, ni crema mágica que restituyera sus recién nacidos pliegos y surcos.
Suspiró. Lo pensó un poco y luego se reanimó. Esos rastros en su cara eran todas sus experiencias vividas en un resumen. Las iba a vivir y a disfrutar como cada año que paso por su piel.
Fue su habitación y tomo su teléfono celular, abrió la cámara y tomo una foto. Luego la miro y se dio cuenta nuevamente de la madurez de su rostro y en algo más que en el espejo no había advertido: los hilos blancos que salían vertiginosamente de su abundante cabello negro.