Un cielo plomizo cubría los primeros rayos de sol sobre la villa costera de A Guarda. Nos despertó el frescor salino sobre la piel, una liviana ducha para activarnos y afrontar la etapa del Camino de Santiago Portugués de la Costa hasta Mougás.
Las siluetas de gaviotas haciendo picados sobre un mar en calma llamaban nuestra atención durante nuestro desayuno. Resuelto la matutina rutina de acumular energías que dilapidar pasito a pasito, nos ponemos en marcha mirando siempre hacia al norte.
Plaza mayor de A Guarda
Calles tan empinadas como empedradas nos ponían en caliente nada más comenzar la jornada, cosa de agradecer a tenor de la hora temprana y la ausencia del calor del sol naciente. Tomábamos altura poco a poco, y eso nos causó la primera alegría del día para nuestros ojos: la afilada costa rocosa que como cuchillo rasgaba una y otra vez las aguas bravas del Atlántico. Olía a mar por todos los poros de la piel, cuyo frescor y sabor ya no nos abandonaría en muchos días.
La senda costera se convirtió en un espléndido escaparate de pequeños rincones con encanto que surgían inesperadamente a nuestro paso. Pequeñas calas desiertas, lavaderos de piedra, antiquísimas cetáreas abandonadas y sobre todo la imponente estampa del Monte de Santa Tegra, que poco a poco se iba perdiendo a nuestras espaldas por el efecto de la bruma y la distancia.
Vistas de A Guarda y el Monte de Santa Tecla
El encanto de las sendas por las que discurría el Camino de Santiago hacia Oia, nos hizo perder la sensación del paso del tiempo, nos sumergió en un paseo atemporal donde los sentidos revivían cuerpo y espíritu, convirtiéndonos en infatigables viajeros en busca de recónditos tesoros naturales.
Poco a poco las nubes bajaban de las montañas buscando navegar por nuestro propio Camino. La claridad se atenuaba por momentos, pero las vistas seguían siendo majestuosas hasta perder el poco aliento que ya teníamos. La silueta del Monasterio de Oia empezaba a vislumbrarse entre la bruma y la niebla. Unos de los hitos del Camino de Santiago por la Costa estaba a nuestro alcance. Pocas veces he tenido la intención de no querer avanzar en el Camino, me apetecía permanecer en esa senda infinita senda de arena y mar que me regalaba frescor permanente a mis cinco sentidos.
Pero toda senda tiene su destino, y el Camino en esto no es muy distinto a cualquier otra ruta para mochileros. Llegamos a Oia, el eco de nuestros pasos sobre sus calles empedradas anunciaba nuestra llegada al monasterio. Se alzaba soberbio mirando al océano, imperturbable ante su belleza. Ambos océano y cenobio convivían en perfecta simbiosis. Dejamos nuestras mochilas sobre el suelo empedrado de un cercano mirador, con el único ánimo de simplemente descansar admirando el espectáculo.
Vistas del Monasterio de Oia
Tras Oia, un breve tramo de costa nos condujo a Mougás. Estuvimos de nuevo caminando bajo el batir de las olas, tierra en los talones, sal en la ropa, brisa en la cara y el sonido envolvente de una mar de verano. ¿Se puede pedir más al Camino de Santiago? No es un secreto mi inevitable debilidad por la mezcla mar y Camino en una misma aventura diaria de la que no quiero desprenderme ni siquiera en el momento de escribir este post.
De A Guarda a Mougás. (Camino Portugués de la Costa)
Fotos de Woman To Santiago
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