Desde el valle donde el monasterio de Oseira hundía sus muros de piedra, se atisbaba la senda del Camino de Santiago Sanabrés serpenteando siempre hacia arriba. Había que salir de aquella verde depresión que el río Oseira había estado esculpiendo para peregrinos, monjes y viajeros de tiempos en los que ponerse en camino exigía mucho más que una guía, un buen par de buenas botas y una mochila con lo imprescindible.
¿Pero qué peregrino abandona sus botas?
La lluvia caída del día anterior había hecho casi impracticable el tramo hasta el monasterio, convirtiendo la andadura en una singladura a través de docenas de arroyos anónimos que surgían a lo largo de una senda, que ya no era tal si no el lecho de una corriente de agua cristalina y helada. Nuestras sensaciones al salir del valle fueron de penitencia cumplida con barro, sudor y lágrimas en forma de gotas de lluvia.
Quedaron atrás el rastro de aquellos mojones únicos del camino, a la vez arte pero también brújula apuntando hacia la estrella petrificada de Oseira. Volvían las vieiras de cerámica adentrándose en paisajes abiertos donde prados y carballeiras se turnaban en deliciosos paseos sin el desnivel y humedad del tramo anterior. Un descanso sin duda para la vista y los pies que empezaban a resucitar con el roce de la tierra cálida del camino.
Señal del Camino de Nicanor Carballo
Aldeas casi deshabitabas nos abrían sus puertas, incluso algún parroquiano avisado por el rumor de nuestros pasos salía a nuestro encuentro en busca de una sencilla conversación. Creo que la peor de las durezas de una vida en la campiña dedicada al ganado o agricultura, es la soledad en los días del crudo y húmedo invierno. De manera distinta dentro del Camino siempre podrás elegir si caminar sólo o acompañado, pero en ningún caso sentirás esa sensación de soledad ininterrumpida.
Ese día nuestra meta fue llegar a tierras del Pazo de Bendoiro, hoy exquisitamente restaurado como alojamiento y restaurante. Pero no dormimos allí, elegimos un lugar más apartado con vistas al valle. Una antigua casa de labranza también restaurada con mucho mimo, que además escondía un lugar mágico muy cerca de sus muros de piedras: un montículo de grandes piedras protegidas por una pequeña pero tupida arboleda en mitad de un prado de verde intenso. Dicen los habitantes de la zona que es una isla mágica de piedra, donde la buena energía se acumula y regala a quien descanse su espalda sobre una de sus rocas. Yo me uno a ellos, sin duda.
Camino de Santiago Sanabrés. (De Castro Dozón a Bendoiro)
Fotografía de Woman To Santiago
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