Aunque se estrenó en 1998, hoy he visto por primera vez El Show de Truman (ya sé que ha llovido desde entonces, pero soy de las que piensa que las cosas llegan cuando tienen que llegar, o sea, en el momento justo... ¡positiva que es una!), una película que traza un indiscutible paralelismo con la alegoría de la Caverna de Platón. Existen otras películas que también se centran en esta clásica teoría platónica, como la archiconocida Matrix o La Rosa Púrpura de El Cairo, de Woody Allen (para algunos la más clara materialización del mito, cosa que yo dudo...), pero es en El Show de Truman donde mejor se puede entender el significado profundo de esta enseñanza.
Aunque la alegoría es conocida por todos, siempre hay algún "mesuenaperonomeacuerdo", léase un despistadillo... por lo que resumiré su contenido en unas breves líneas: cuenta Platón que en una caverna oscura y tenebrosa (no sé en el original, pero en mi imaginación es así) había un grupo de seres humanos que, encadenados por piernas y cuello, miraban hacia una pantalla en donde se proyectaban imágenes. Éstas eran el resultado de las maniobras que los amos de la caverna (los listillos de turno, que son como las setas en otoño, ¡brotan por doquier!) realizaban con objetos que colocaban delante de un fuego, de tal forma, que su sombra se proyectaba en la pantalla y era lo que los espectadores veían, tomando las sombras por realidad. Cuenta la alegoría que si uno de los seres encadenados consiguiese liberarse, podría mirar hacia la hoguera descubriendo una nueva realidad. Y que si, una vez superada la inicial ceguera producida por el paso de la oscuridad a la luz, siguiese caminando y escalase la caverna hasta llegar a la entrada, saldría a la luz del sol, la realidad UNA símbolo del Bien.
Ésta es, muy resumida y adaptándola a mis propias palabras, la alegoría platónica que el director Peter Weir reflejó en El Show de Truman. En la película se aprecia clarísimamente el alto grado de manipulación al que es sometido el protagonista y cómo este lo acepta como realidad, ya que no conoce otra cosa (como los seres de la caverna). Y cómo, poco a poco, va descubriendo incongruencias a su alrededor que le hacen plantearse su forma de vida y el sentido de la misma, hasta que un día decide "salir de la caverna", enfrentarse a sus miedos y buscar la liberación.
Un simple vistazo a los informativos diarios -digitales, en papel o televisivos- nos da una idea de hasta qué punto nosotros también vivimos en una caverna, donde somos vilmente manipulados para conseguir unos propósitos que desconocemos. Las corrientes de opinión son tan poderosas que es difícil no dejarse arrastrar por ellas y los mecanismos para generarlas son igualmente poderosos. Que hay que crear un climax de terror e inseguridad, bombardeamos desde los medios de "información" con catástrofes, terrorismo, violencia, caos... Y ya parece que no hay más realidad en el mundo que esa: no existen las buenas acciones, la justicia, la bondad, el arrepentimiento, el libre albedrío, la capacidad de redención... Hay una auténtica obsesión por informar de todo y en todo momento, como en el show de Truman, sin que la conciencia tenga un papel activo en lo que vemos o escuchamos. Nos convertimos así en marionetas pasivas y vivimos la "realidad" que ellos, los amos de esta caverna, quieren que vivamos.
Si después de leer todo lo anterior alguien piensa que tengo la fórmula de la liberación, se equivoca. Estoy, como muchos otros, luchando por encontrar la salida y me sirvo, en este mi propósito, de la Filosofía como camino. Que... ¿qué es la Filosofía? Pues para mí, expresado de forma sencilla, es como la linterna que nos va alumbrando el camino que seguimos; lo que va poniendo luz allí donde hay oscuridad, lo que nos permite ver los objetos, los detalles, el entorno con claridad. Pero yo soy torpe con las palabras y aprendiz en el arte de ser filósofo. Otros, mucho más grandes y sabios, nos dejaron sus enseñanzas para guiarnos en este caminar, para que sean un hilo de Ariadna que nos ayude a salir de la prisión: Sócrates, Platón, Aristóteles, Confucio, Buda, Séneca, Livraga... y tantos otros que, por su extensión, sería tedioso nombrar aquí ahora.
Salir de la caverna no es fácil ni rápido, pero como en cualquier caminada, lo importante es comenzar a caminar.