Las cestas y cajas llenas de cosas estaban por todas partes y rincones.
Al entrar, eso era la primer parte del caos. Después te azotaba de lleno el olor a orines y excrementos de gato. Se metían hasta el fondo de las fosas nasales, para instalarse en las pituitarias y destrozarlas.
Todo el control se iba al garete. Aguantar el vómito era casi imposible.
Relaja, pensabas, respira despacio, deja que el olfato se acostumbre. Evade la vista, como si no estuvieras, bien, así. Distrae tu cabeza, busca otro aroma, lo notas? Huele a quemado, habrá habido alguien hace poco durmiendo dentro y haría una fogata, no sé cómo no ardería todo, supongo había chimeneas, no lo recuerdo.
El siguiente tránsito era pisar sobre aquello que en algún momento fueron ropas o algo hecho con tela. Cada vez que ponía un pie no podía evitar pensar en pulgas de gato saltando hacia mis tobillos, o piojos de cuerpo que se subirían a mi cuello para intentar hacer una cuerda y estrangularme.
Qué sufrimiento, qué nervios pensar que podría caerme o desmayarme si seguía aguantando la respiración.
Seguro que fue una casa preciosa, En algún tiempo estoy segura que no hubo humedades, ni mohos negros subiendo en escalera por las paredes, traspasando pisos para vete a saber si desparramarse por el desván o unirse allí a otra especie.
Y sin embargo, era tan hermosa! Se veía aún orgullosa al acercarte, con sus tejas negras cubiertas de musgos verdes. Parecía dormitar o estar esperando a sus dueños, aquellos que se fueron una mañana y no volvieron. Cerraron la puerta, como siempre, suave, dulcemente casi. Después el ruido del motor, tampoco volvió a escucharlo.
Tiempo después los niños miraban por sus cristales, alguno acabó tirando una piedra, un ejército de ellas estaba bajo aquello que había adornado sus ventanas, las telas de las mesas, los cubrecamas.
Tras los niños, las parejas, tras estas, gente de paso se quedaba a pasar un tiempo o alguna noche. Los pájaros anidaban ahora en la escalera. Ya a esas alturas los ratones habían dado cuenta de todo lo que encontraban. Cacas de ratón se confundían entre el barro que de alguna manera que ignoro, había llegado a los suelos. Y tras toda esta comida con patas, llegaron los gatos. En un principio eran la esperanza, pero tiempo después todo eran arañazos, pelos, cacas, orines, olor profundo y ácido. Ahora el aroma de aquella, aún preciosa casa, estaba definido por el horrible sabor a orín de gato que yo sentía en mi garganta.
Los alfeizares y la parte bajo las ventanas estaba cubierta de cadáveres de mosca. Porque aquello era una masacre, un cementerio que también estaba entre el marco y la hoja de al menos una de las ventanas que quise abrir.
Pero aquí estaba, dispuesta a hacer lo posible por volver a dar vida a aquel lugar que me vio nacer.
--Mayo--