Remontémonos treinta siglos atrás, cuando Leptis Magna pertenecía al imperio cartaginés y su esplendor brotaba partiendo de su puerto, punto de inicio de las caravanas que llevaban a Fezzan. La intensa actividad comercial daba paso al murmullo típico del momento, mientras el teatro, de la época latina de Augusto y Tiberio se alzaba ante los gritos y vítores del entusiasmado público. El vello se eriza y la imaginación vuela sin esfuerzo por las gradas, mientras la proximidad del mar envuelve de humedad el ambiente.
Mosaicos de los siglos I y II han salido a la luz hace unos años en las proximidades de la playa, dejando constancia de la grandiosidad de la urbe que alcanzó su época dorada de la mano de Septimio Severo, para ser abandonada poco a poco tras la crisis comercial que tuvo lugar en el siglo III.
Pero sus piedras se mantienen en pie, y su historia, y las ruinas cuyas murallas fueron destruidas para evitar la rebelión contra los vándalos que conquistaron la ciudad, y que aún perseveran en su intento de ser recordadas se alzan como una prueba de las más sobrecogedoras de todo el imperio romano.