Con la nariz roja y los labios helados pueden asistir nuestros sentidos con perplejidad a una de las maravillas naturales más espectaculares: las auroras (aurora boreal en el hemisferio norte y aurora austral en el hemisferio sur. Las noches nos llevan a contemplar el cielo bañado con colores a capricho de las radiaciones electromagnéticas que provienen del sol.
Este espectáculo de formas y colores que va cambiando cada noche, y modificándose en pocos minutos permitiéndonos captar unas imágenes sorprendentes en una misma sesión de luces, es sin duda algo que todos deberíamos ver alguna vez en la vida.
El color verde y el amarillo son los más comunes y se generan gracias al oxígeno. Pero en las auroras polares tenemos la suerte de observar más colores como el rojo o el azul, producidos por el oxígeno cin una longitud más alta y por el nitrógeno, respectivamente.
Ahora sabemos que esta maravilla tiene una explicación científica, pero con razón en la antigüedad quedaron estupefactos ante tal explosión de belleza y rareza a su vez, lo que les llevó a determinar que lo que contemplaban sus ojos no podía ser más que dragones y serpientes moviéndose a su propio son.
Pero independientemente de una explicación u otra, el sentir que produce contemplar esta incontrolada representación celestial va más allá de la razón. El sobrecogimiento de tanta belleza se puede sentir en los meses de septiembre a marzo en el polo norte, y de marzo a septiembre en el hemisferio sur, por lo que en cualquier época del año puede el turista hacer la maleta y no olvidarse, por supuesto, una buena cámara de fotos para inmortalizar el momento.