-Walt Disney
Buscando las llaves en la mochila, he visto que todavía llevaba la cuerda fina, la grapadora y las chinchetas que usé el domingo por la noche. Qué desastre. Bricomanía sobre mis hombros y yo sin preocuparme. Llevo un estado de dejadez, que ni me reconozco. Bueno, qué narices. Claro que me reconozco.
He subido a casa. He abierto el armario. Debería dejar de comprar ropa y empezar a centrar la atención en arreglar la que ya tengo, simplemente. El ordenador estaba encima de la cama, el pijama tirado en el suelo. Las cajas, el papel y los restos de tela, bajo el armario, así, metidos, como cuando mi sobrino dijo que había arreglado su cuarto y en realidad había metido todos sus muñecos y juguetes arrepretujados debajo de la cama. Epic day.
Han sido días frenéticos. Tengo el tinte por hacer, las cejas por arreglar y las piernas…mejor no hablemos de las piernas. Si no me lo hago ver, voy a terminar encerrada en mi cuatro, escribiendo a saber sobre qué.
Estoy cambiando. No sé si para bien o para mal. He descubierto que mis prioridades han cambiado el orden. Que ya no me preparo la ropa del día siguiente, de hecho, cojo vaqueros y suéter al azar, en plan ruleta de la fortuna…”a ver qué toca hoy…venga!”. Que cada vez soy más cerebral (tú? cerebral?). Que cada vez pienso más en futuro a corto plazo. En acción y reacción. En realidades que se cumplen y en sueños que se sueñan. En ser valiente o tal vez osada…quién sabe.
He afinado mis cuerdas. Ahora creo que sueno mejor. O al menos eso parezco. Ya sabéis, a veces basta con parecerlo.
Hace una semana y un día decidí que iba a hacer algo que nunca había hecho. Y compré cuerdas. Y mil cosas para mí inútiles hasta ese preciso instante. En otro post contaré la inspiración, el momento click que provocó toda esta locura: gracias, mil gracias a Rocío y a Casandra (sin vosotras no habría pasado todo esto).
Ayer. Ayer entendí por qué escribo.
Al principio pensaba que era un desahogo. Luego un hobbie. Más tarde, empecé a verlo como un posible negocio. Un poco más tarde, justo ayer, lo vi todo claro. En estos años he escrito por amor al arte, por amor a la vida, a las letras y muy a mi pesar, por amor a los halagos. Engancha leer comentarios bonitos y ver subir el contador de fans y visitas. “La felicidad engancha”, eso tiene mi mejor amiga de estado en Whatsapp. Pues bien, esto también engancha. Es una droga muy peligrosa, la peor de todas: es la que más pronto sube y la que peor te deja cuando cae en picado el efecto.
He escrito para mi y para mis nostálgicas manías. No vamos unidas, somos entes separados, aunque a veces nos choquemos y pidamos un vino a medias para calmar los nervios. Ellas, mis manías, me suelen decir, cuando vamos ya por la segunda copa, que me olvide de prejuicios y que firmemos un contrato indefinido. Ellas y yo, un equipo imperfecto pero eficaz.
He escrito para envolver y para recordar la vida a cada paso. He escrito para decorar el presente, para evadir los problemas y maquillar la intensidad. He escrito para crecer. Pero todo eso ya no es. Porque ya no tiene sentido.
Ahora ya lo entiendo todo.
Ayer, a eso de las 19:30. Nosotras cinco sentadas en una de mis mesas favoritas. Vino, té y tarta. Nervios. En la mesa de al lado, dos señoras. Ojeando la pared, leyendo los carteles, comentando la jugada. De repente, abre el sobre una de ellas. Etcétera está dentro.
“Abre el sobre, a ver qué lees…”
Desde donde estoy sentada, puedo ver perfectamente a la señora que ha cogido el texto y que se dispone a leerlo.
(Gracias por la foto Claris)
Coge el texto con ganas. Se acomoda las gafas sobre la nariz. Se acerca algo más a la lámpara.
Empieza a leer. Sonríe mientras lee. Pone la misma cara que pone mi madre mientras me lee. Amor de madre, pienso. Pero no. Esa señora no era mi madre. Y sonreía también.
Ella sabía que yo estaba por ahí, pero no sabía que era yo. La chica que tenía enfrente y que intentaba disimular sin mucho éxito. Ella no sabía que me había cambiado la perspectiva de la copa casi vacía por los nervios. Ella no sabía lo feliz que me había hecho su expresión en la cara.
Veréis, no sé por cuánto tiempo escribiré, ni si esto se quedará en un blog o acabará en un libro. No sé a donde irán los nuevos pasos que dé, ni si me pararé a mitad camino. No sé nada. Porque lo cierto es que nunca sabemos nada. Todo se aprende sobre la marcha (o a marchas forzadas). Todo se aprende mientras queramos seguir aprendiendo, mientras nos atrevamos a aprender.
Veréis, no sé cómo acabará esto, porque sólo acaba de empezar. Sólo sé que ya lleva un continuará y que aquéllo que empieza con un continuará, no puede acabar mal.
Sólo sé que nunca me olvidaré de esa señora.
Ni de todos estos días.
GRACIAS por compartir tanta magia.
Gracias a mi hermana por ayudarme, por darme ideas y por apoyarme en todo. Gracias a mi madre por ser mi fan más incondicional, por ayudarme a montar, a perforar folios y a poner cintas y cuerdas. Gracias a mis amigas, porque son las mejores. Gracias a mis pats por venir ayer a aguantar mi crisis…”DIOS, QUE SE ME DESMONTAN!”. Gracias a mis compis, por guardarme cartones y por su interés. Gracias a Ro por darme la idea para su desfile y a Cas por sus brillantes ideas y por diseñar los primeros carteles (en otro post, os los enseño). Gracias a La Petite Brioche. Gracias por los croissants de frambuesa, por el boli y las sonrisas. Gracias a ti, que estás leyendo esto.
GRACIAS por este año y casi cinco meses.
GRACIAS por soñar conmigo.
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