Eso era todo lo que decía el email pero venía acompañado de algunas fotos mías muy reveladoras que quería evitar a toda costa que se hicieran públicas.
El pervertido de mi jefe me montó una trampa perfecta para poder chantajearme. Siempre se me había insinuado, más aun luego de que se enteró por una indiscreción de mi parte que me gustaba mucho el juego de las ataduras y las mordazas. Siempre lo había rechazado, pero ahora ya no puedo.
Ahora todo es diferente. Todo cambio de una situación muy molesta e incómoda a un verdadero peligro de terminar en la cárcel por sus mentiras bien elaboradas.
Ahora solo quiero que se acabe esta pesadilla pero dentro de mi sé que solo es el principio.
Parada frente al espejo de la habitación de ese hotel de mala muerte era la enésima vez esa noche que releía ese nefasto email en mi celular. Me veía a mi misma, cubierta por una bata larga, víctima de toda esta situación que mi misma imprudencia creó.
Él fue muy específico de como quería encontrarme vestida. Y lo que quería era verme como en las fotos que encontró por mi descuido en mi computadora cuando se puso a revisarla sin mi permiso, cuando yo no estaba en la oficina.
Ya era hora.
Deje caer mi bata frente al espejo y me vi de cuerpo entero, solo vestida como ropa íntima, ligueros, medias y tacones. Y al lado mío una silla. Y sobre la silla una bolsa.
Era mi bolsa de "juguetes". Ahí guardo mis cuerdas, mordazas, vendas y todo lo demás que uso en mis momentos de auto complacencia.
No puedo negar que disfruto mucho de las ataduras, pero no así. No ser obligada por las circunstancias. No ser chantajeada por un pervertido despreciable. Así no.
Camino lentamente hacia la puerta mientras escucho el sonido de mis tacones en el piso y le quito el seguro. Ahora cualquiera podrá entrar a a habitación.
Regreso nuevamente frente al espejo, me siento en la silla y tomo mi bolsa.
"Ya sabes lo que tienes que hacer". Su mensaje resuena en mi mente. Sí, ya sé lo que tengo que hacer.
Suspiro profundamente resignada y comienzo a hacer lo que él me ordeno. Tomo una cuerda y comienzo a atar firmemente uno de mis tobillos a una de las patas de la silla. Luego repito la operación con mi otro tobillo.
Tomo otra cuerda y ato uno de sus extremos por encima de una de mis rodillas y paso el resto de la larga cuerda por debajo de la silla hasta el otro extremo donde comienzo a atarla por encima de mi otra rodilla. Mientras más tensión le doy a la cuerda más se abren mis piernas. Cada vez más.
Al final levanto la vista y me veo en el espejo nuevamente y veo mis piernas enfundadas en el nylon de las medias firmemente sujetas a cada lado de la silla. Estoy completamente expuesta y vulnerable.
Mejor continuo. Tomo otra cuerda para atar mi torso al respaldar de la silla. Aunque no quedó tan firme servirá muy bien para impedir que me mueva mucho ahí sentada.
Sigue la mordaza. Una ballgag roja. La coloco entre mis dientes y la dejo un poco suelta aunque luego decido apretarlo solo un agujero más de la correa. Tal vez uno más? Ok, tres agujeros más. No más. Quedó más ajustada de lo que tenía pensado. Sin quererlo, veo en el espejo que el rojo del ballgag combina muy bien con mi ropa íntima negra de encajes. Que mal, el muy pervertido creerá que lo hice a propósito para él.
Finalmente saco una venda y unas esposas. Esto no es para nada una buena idea pero fue lo que él me ordenó. Lo pienso y lo pienso y llegó a la conclusión que no quiero que exponga todos mis secretos al público así que dejo la llave de las esposas en la bolsa, tomo la venda y la coloco en mis ojos y, a tientas, coloco las esposas a mi espalda entre la cuerda que até a mi torso. Seguidamente coloco una de las esposas a mi muñeca izquierda.
Coloco mi otra muñeca dentro de las esposas. Y me quedo así unos segundos que parecen una eternidad. Finalmente sin saber como oigo el clic de las esposas cerrándose, atrapándome en esa silla, en esa habitación de hotel, frente a ese espejo.
Ahora sí, estoy completamente indefensa como nunca antes. Y todo hecho por mi propia mano. Pruebo mis ataduras. No dejarán que me escape de esa silla. Quiero probar mi mordaza pero me aterra pensar que alguien pueda escuchar mis gemidos.
Estando vendada, mis otros sentidos se agudizan al máximo. Escucho cada sonido. Cada paso, cada voz de las personas que caminan por los pasillos hacen que se me erice la piel. Me hacen sentir vulnerable, indefensa. Si esas personas supieran que encontrarían con solo empujar un poco la puerta de mi habitación ¿lo harían?
Pierdo la noción del tiempo. Se me hace una eternidad.
De repente, oigo unos pasos que se acercan y se detienen de repente. Mi corazón se detiene cuando escucho el sonido de la puerta al abrirse.
Y de repente, una voz...
"Despierta que se nos va a hacer tarde otra vez"
Entre abro los ojos y veo a mi esposo parado frente a mi. Otra vez en la realidad.
Nunca me dejan dormir lo suficiente para enterarme de lo que pasa al final de mis sueños. Debo dejar de tener estos sueños raros o mejor guardarlos solo para los fines de semana que puedo dormir 5 minutos más. O tal vez un poco más.
Ojalá mi esposito fuese mi jefe. Tal vez deba hablar con él para que me contrate. Pero más tarde, ahora quisiera dormir un poquito más.