Pizza para principiantes

Siempre que se acerca Nochevieja me da por hacer esto: el típico post de “qué ha pasado en los últimos doce meses y qué deseo que pase en los doce siguientes”. Es ya una tradición, algo sin lo que siento que no puedo recibir en condiciones el año que llega. Además, el 2018 no ha sido un año sin más. Han pasado muchas cosas y muy variadas. De diferentes ámbitos y condiciones. Buenas, muy buenas, malas, fatales, regulares y maravillosas. Algunas me han hecho inmensamente feliz. Otras, en cambio, me han hecho más vulnerable… pero también más valiente y sincera conmigo misma.

Sea como sea, agradezco al 18 todo lo aprendido. Todo lo vivido. Todo. Lo positivo quedará para siempre en mi corazón. Lo negativo, supongo que en algún momento me dará achuchón, me acariciará la cara y me susurrará al oído “¿ves como no fue para tanto?”. Creo que esto ya lo he escrito alguna vez, pero nunca nada es para tanto. Aunque en el momento de vivirlo sea como una pesadilla de la que cuesta despertar. Aunque todo parezca que se tambalea, como una mesa cuando le falta una pata o una chica con el tacón del zapato roto. Sé que cuesta creerlo, pero a veces nos hace falta ese tambaleo para poder encontrar nuestro propio equilibrio sin necesidad de nada ni nadie más.

Os lo digo yo, que siendo experta en ahogarme en vasos de agua, ahora doy las gracias tanto al vaso como al agua: de no haber sido así, jamás habría aprendido a nadar.

El 2018 me ha dado tanto que no puedo ceñirme a resumirlo con cuatro o cinco pinceladas. Estrené mis treinta eneros. Sentí por primera vez que había llegado a la última estación. Leí el libro más precioso del mundo. Supe lo que era el amor con una ‘h’ delante. Visité Venecia. Y Frankfurt. Descubrí secretos y jugué al Trivial. Morí de vergüenza en Salamanca. Aparqué mi ilusión de ser escritora por un momento. Me reí por encima de mis posibilidades. Bailé en tres bodas. Visité el sur con la persona adecuada. Me quedé sin trabajo. Empecé a opositar. Volví a compartir hogar. Tuve que ser fuerte. Adopté un gatito que me ha cambiado la forma de entender la vida. Sentí mil emociones distintas en un solo minuto. Metí mi corazón en una caja de pizza. Compré un sombrero con forma de corazón. Lloré. Grité en una Montaña Rusa. Bebí vino caliente. Sentí el calor de las amigas. Las de verdad.

Y cuánta suerte. Y qué afortunada por el simple hecho de existir y de haber pasado justo por el momento y por el lugar apropiado para encontrarte ya casi dos años atrás. ¿Cómo podría seguir resumiendo toda esta locura de año sin sonreír pensando en todo el amor que hemos generado casi sin darnos cuenta? Supongo que nunca es tarde para creer que nuestra risa puede curar cada herida, que puede hacer crecer flores en el asfalto, que puede -básicamente- con todo. Dos personas que tienen el poder de sacarse sonrisas hasta en los días más nefastos deberían ser eternas. Y es que esa capacidad de pintar un poco más bonito todo es, sin lugar a dudas, lo que nos hace tan especiales.

Tú y yo observamos el lado contrario de todo. Del atardecer sobre todo. Y de la foto de la foto. Y de la dedicatoria dentro de la dedicatoria. Y de la frase que nadie lee. Tú. Y yo.

Quién va a curar todos mis males, como dice la canción.



Ahora, mientras por aquí está nublado, pienso en el frío, en Roma, en abril y en qué me traerá. Pienso en la magia de caer cerca de personas increíbles cuando más lo necesitamos -casi por casualidad- y en cómo nos salvan la vida sin ser conscientes de ello. Pienso en tus manos. Y en las mías. En las estaciones de tren. En cada viernes. En cómo pueden ser tan poderosas las rutinas. En cómo nos cambia por dentro el amor. Siempre que nos transforme en mejores personas, fue amor de verdad y mereció la pena. Ahora sé que jamás me equivoqué con nosotros.

Gracias al 2018. Ha sido una batalla que jamás olvidaré y en la que nunca me sentiré perdedora. Ahora brindo por el futuro, por la incertidumbre que nos hace humanos, por los planes que todavía no han surgido, por ti. Pero sobre todo, brindo por mí. Porque hubo un día en el que pedí una pizza con forma de corazón de un sabor que ni me gustaba especialmente solo para sorprenderte y, solo por eso, me merezco un copazo.

Feliz año nuevo a todos. Os deseo todo el amor del mundo.

Fuente: este post proviene de La chica de los jueves, donde puedes consultar el contenido original.
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Etiquetas: Relatos

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