Cantabria, la Tierra Infinita (II)

No podemos abandonar el municipio de Santillana sin visitar una de sus joyas más preciadas, las cuevas de Altamira.



Situado a unos minutos en coche de la villa, el complejo museístico engloba un maravilloso espacio didáctico donde podremos descubrir cómo era la vida en los tiempos en que aquellos primeros artistas plasmaron sus impresiones en los techos de la gruta, la Neocueva y el terreno exterior donde se ubica la caverna original, hoy cerrada al público.

Puesto que hay que solicitar cita para la visita a la Neocueva, aprovechamos la media hora que tenemos antes de la nuestra para visitar el Museo Nacional y Centro de Investigación, inaugurado en 2001, que nos brinda la oportunidad de conocer no sólo los entresijos de la cueva y su historia sino también los de otros descubrimientos similares de todo el mundo.



Llegado el momento pasamos a la Neocueva, una reproducción exacta de la cueva original que nos transporta en el tiempo entre 35.000 y 13.000 años atrás, concretamente al Paleolítico cuando la gruta estuvo habitada por varios grupos de cazadores-recolectores que fueron los primeros en experimentar con las primeras formas artísticas. Para ponernos en situación, la visita comienza con una breve proyección de una película en la que vemos cómo era la vida cotidiana de los primeros habitantes de la gruta, así como el descubrimiento de las pinturas de manera accidental por Marcelino Sanz de Sautuola en 1879. Aquí vemos la masificación en las visitas que sufrió la gruta en los años 70, que provocaron un deterioro en las pinturas que obligaron a su cierre definitivo.

Pasamos al interior donde unos dioramas nos muestran una reproducción del día a día de los habitantes de la cueva.



Fantásticamente localizada cerca de la costa, de ríos y praderas, los primeros habitantes de Altamira tenían acceso a una dieta variada, que incluía caracoles y lapas, truchas y otros peces de agua dulce y por supuesto ciervos y otros grandes mamíferos.


El plato fuerte de la visita es el llamado Techo de los polícromos, localizado muy dentro de la gruta, donde apenas llega la luz del sol, un espacio que se utilizaba para ritos y donde encontramos un catálogo de pintura rupestre que abarca 20.000 años.



Cientos de imágenes pueblan el techo. Ciervos, bisontes, caballos y cabras, signos y figuras casi humanas, expresan la forma de entender el mundo de estos cazadores del Paleolítico.

Los colores usados son el rojo y el negro, para representar imágenes solitarias o grupales, con una delicadeza y exactitud que nos llevan al éxtasis.



El conjunto de bisontes es la expresión más espectacular del arte paleolítico. Representados en las más variadas posturas y diferenciando a machos, hembras y terneros, el o los pintores aprovecharon las protuberancias naturales del techo para reproducir bisontes tumbados en la pradera. rascando su cuello contra un árbol o pastando plácidamente.



Hacia el fondo de la cueva encontramos una cierva pintada a tamaño natural con una particularidad, su vientre presenta un abultamiento que nos hace pensar que está embarazada, y con ello nos damos cuenta de la exactitud con la que el artista quiso plasmar con sus pinturas la vida animal de la que dependía su sustento.



Al salir de la Neocueva entendemos la razón de que a este lugar se le llame la "Capilla Sixtina del Arte Paleolítico". Es sin duda la culminación del arte rupestre y el más hermoso repertorio de pintura prehistórica que hasta la fecha conocemos. Por ello es Patrimonio de la Humanidad desde 1985. Recordamos al perrito de un lugareño, Modesto Cubillas, un aparcero de Sanz de Sautuola, que se introdujo en una cavidad del terreno en 1875 por primera vez y que informó de unas pinturas en el techo a su propietario, Este luchó por el reconocimiento del valor de las pinturas hasta su muerte y fue tan sólo bien entrado el siglo XX, que gracias al descubrimiento de otros grabados y representaciones en Francia de similares características, las de Altamira fueron definitivamente reconocidas como auténticas.

Nos acercamos para ver la entrada, hoy cerrada, de la caverna donde se encuentran las originales.


Y seguimos camino hacia nuestro siguiente destino, Comillas.

Aparcamos nuestro coche a las afueras de la ciudad antigua, cerca del llamado Cementerio Gótico de la ciudad.


Situado en un promontorio que es perfecto telón de fondo y acentúa su belleza, el camposanto fue en sus orígenes una iglesia del siglo XV, hasta que unas desavenencias entre el Duque del Infantado, su administrador y los vecinos del pueblo, hicieron que estos últimos decidieran no acudir a ninguna misa desde ese momento en el templo. La iglesia llegó a excomulgarlos incluso. Durante un año los vecinos rebelados no pudieron tomar la excomunión en ninguna de las parroquias del municipio, hasta que llegaron a un acuerdo y se levantó otra iglesia donde todos pudieran acudir a los oficios religiosos en igualdad de condiciones.


Abandonada como lugar de culto, fue desmoronándose perdida en el olvido de un mal recuerdo por parte de los vecinos de Comillas, hasta que éstos pensaron que sería un buen lugar, ya que aún era terreno sagrado, para enterrar los cuerpos de sus familiares difuntos.

Y no me extraña, ya que las vistas desde el promontorio son realmente espectaculares. Por un lado tenemos la abrupta costa con Punta Lumbreras y Punta Cambarro como protagonistas.


Por otro, la vista de la Playa de Comillas, con su arena blanca y fina, que es lugar de asueto y relax de los habitantes de la ciudad universitaria.


Mirando hacia el interior, señorea nuestra visión la fabulosa casa palacio del Duque de Almodóvar del Río, con su siempre inseparable monumento al Marqués de Comillas, gran benefactor de la ciudad.


Cuando enfilamos la entrada del cementerio, entendemos el porqué de su magnetismo para los necroturistas, entre los que me incluyo. No es la truculenta atracción por la muerte en sí misma, sino por todos los elementos arquitectónicos, históricos y artísticos que los cementerios del mundo atesoran.

Este de Comillas nos regala una portada modernista diseñada por el mismísimo Lluis Domènech y Montaner que por aquellos tiempos andaba metido en las obras del Palacio de Sobrellano y la Universidad Pontificia en la ciudad.



No hay duda de que lo que más impresiona y llama nuestra atención es el ángel que parece vigilar amenazante desde lo alto de uno de los muros. Según consta en la historia de la ciudad, esta figura encargada al escultor Josep Llimona, tendría que haber formado parte del mausoleo del hijo del marqués de Comillas, muerto con tan sólo 24 años y que está situado junto al palacio de Sobrellano. Pero debido a su enorme tamaño no pudo colocarse en el lugar que se le destinaba y el noble la donó a la ciudad. Representa a Abaddon, el ángel de los Abismos, que aparece en el Apocalipsis.



Ya dentro del camposanto encontramos joyas de la arquitectura funeraria, como el mausoleo de la familia Piélagos, cuyo principal miembro, Joaquin, aprovechó la ventaja de ser yerno del marqués para traer el agua corriente a la ciudad. Esto le valió el reconocimiento de los ciudadanos, en una época en que tener agua en los hogares de Comillas era todo un lujo. El mausoleo, completamente hecho en mármol blanco, lo forma una ola (sepamos que piélago significa mar y es el apellido de la familia) sobre el que cabalga otro ángel, más pequeño y menos amenazante que el que domina el cementerio.



El resto de la pequeña necrópolis es una amalgama de estilos, mármoles y nichos, escondidos entre sus intrincados pasillos que han ido adaptándose, según crecía éste, a las paredes de la antigua iglesia.









Dejamos a los difuntos en su descanso eterno para continuar nuestra visita a Comillas.

Nuestro siguiente punto de interés es el Capricho de Gaudí.



Situado en un pequeño promontorio en los terrenos propiedad del marqués, fue mandado a construir por Máximo Díaz de Quijano, que era concuño del noble y que disparaba alto, ya que encargó su diseño nada menos que a Gaudí para que fuera su residencia de verano.



Impresiona su volumen, aunque sea tan sólo un palacete de tres pisos, de los que sólo el central servía de residencia, ya que el sótano y la buhardilla servían de cochera y cocina.



Destaca sobre todo, por su manera de romper la horizontalidad del edificio, la esbelta y elegante torre, que más parece un minarete, como homenaje al orientalismo tan en boga en aquella época. Los trabajos de forja son realmente delicados, así como la cerámica que adorna el ladrillo visto con el que se construyó el Capricho, y que representan motivos vegetales, como el omnipresente girasol, y algún que otro animal, como libélulas, gorriones y golondrinas.


Si seguimos camino hacia lo alto de la loma nos encontramos con el impresionante palacio de Sobrellano, obra del arquitecto Joan Martorell, en estilo neogótico inglés, y que se inauguró entre grandes fastos en 1888.


Como podemos ver la fachada es espectacular, con unas elegantísimas balconadas abiertas, con finos pilares que aligeran un poco el pesado volumen del edificio.


Si nos fijamos un poco vemos que dichas balconadas están rematadas por flores de lis, coronas y pegasos, al más puro estilo de la realeza europea.


Realeza con la que llegó a intimar casi por casualidad.

Veamos su historia, ya que es de lo más interesante. Antonio López y López, hijo de una honrada lavandera, no quiso ver pasar su vida en Comillas como jornalero, zapatero o cualquier otro honorable oficio a los que su clase social debía dedicarse según la represiva sociedad de la época. En vez de eso marchó a Cuba, aprovechando que con sólo 14 años se vio envuelto en una pelea callejera que lo convirtió en prófugo de la justicia. Una vez allí, y tras años de trabajo y un buen casamiento, logró amasar una inmensa fortuna gracias a la explotación de plantaciones de cafetales, caña de azúcar, comercio de textiles y...trata de esclavos, Si, han leído bien.


Veinticuatro años después de su marcha regresa a España, literalmente nadando en riquezas. Pero no vuelve a su pueblo, sino a Barcelona, donde funda una empresa naviera que se encargará entre otras cosas del transporte del correo a las islas españolas del Caribe y de las tropas nacionales que debían luchar en Marruecos. Aparte, funda el Banco de Crédito Mercantil, el Hispano Colonial, la Compañía General de Tabacos de Filipinas, promueve la urbanización del Eixample barcelonés y la expansión del tren en nuestro país. Todo ello lo enriquece aún más. Pero aquí no acaba la historia, ya que usando sus influencias y dineros contribuyó a la vuelta de la monarquía a nuestro país. Como gratitud, el rey Alfonso XII lo nombra Marqués de Comillas y Grande de España.


Este nombramiento fue decisivo para la entonces pequeña ciudad, ya que el rey y su familia veranearon en el palacio y atrajeron a otros nobles que pronto construyeron palacetes en el lugar, situando a Comillas en el mapa de los lugares de moda en España tal y como ya había ocurrido en Santander. Y la historia no acaba aquí, el hijo y heredero del nuevo aristócrata muere con sólo 24 años y éste profundamente afligido por la pérdida decide levantar un mausoleo, donde yace su cuerpo, en los jardines en los que más tarde levantaría su palacio.


El panteón, concebido como tumba y al tiempo iglesia sonde celebrar oficios religiosos, se inauguró en 1881, coincidiendo con la visita del rey. Tiene aires de catedral a pequeña escala y en su interior está enterrado el citado hijo primogénito así como varios miembros de la familia.


Gárgolas, espectaculares vidrieras, pináculos neogóticos y una altura que marca la estrechez de la nave nos hacen pensar que todo era poco para el primer Marqués de Comillas, en un claro intento de demostrar el poder que le otorgaban las riquezas.






Desde los jardines podemos disfrutar de otro de los puntos fuertes de la ciudad, la Universidad Pontificia de Comillas.


Encaminando nuestros pasos al centro, pasamos por calles flanqueadas por casas, algunas abandonadas, que son espejo de las influencias que tuvo el modernismo traído por Gaudí y Domènech a Comillas.




Así como pequeños palacios que nos hablan de la nobleza de las familias de la ciudad.


Cerramos la visita acercándonos a la plaza de la Constitución, donde se levanta el ayuntamiento antiguo, del siglo XVIII, que ocupa el lugar de un anterior hospital para peregrinos, y la famosa iglesia de San Cristobal, levantada y costeada por los propios vecinos de la ciudad y en la que trabajaban un día a la semana. Es éste templo el que sustituyó al que alberga ahora el cementerio del que hablamos al principio de la visita, el de la disputa.


Volvemos a nuestro coche siguiendo el paseo Manuel Noriega, que bordea la Playa de Comillas.


Y de un espacio urbano con tesoros arquitectónicos de incalculable valor, nos vamos a otro donde la naturaleza nos sorprende de una manera única.

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