Con un casco histórico tan bien conservado que parece recién construido, el enorme grupo de edificaciones de estilo montañés fue declarado Conjunto Histórico Artístico en 1979.
Como he dicho, el estilo predominante es el montañés, con edificios de piedra y balcones de madera cuajados de geranios, que aportan un toque de color al monocromático grupo.
Realmente es una suerte que Bárcena esté situado en un recóndito valle, ya que su difícil accesibilidad durante muchos años, antes de que las carreteras llegaran hasta ella, y que se mantuviera habitada desde la época de los visigodos, han contribuido a que hoy en día podamos disfrutar de ella tal y como la vemos en el presente.
La aldea fue levantada por los foramontanos, llamados así por provenir del norte de Cantabria, y acudir a la llamada del rey Alfonso II, que necesitaba poblar los territorios reconquistados a los musulmanes.
Los entonces recién llegados, impulsaron actividades como la ganadería y los trabajos en madera, llegando a formar un núcleo de población de más de 800 personas. Desgraciadamente, con el éxodo del campo a las ciudades en el siglo XX, Bárcena quedó prácticamente abandonada y apenas quedó una centena de personas como habitantes de la preciosa y pequeña villa.
Pero la situación económica dio un giro, ya que aparte de las actividades anteriores, los que se quedaron vieron llegar a un cada vez creciente número de visitantes, fascinados por la belleza del lugar. Y llegó el milagro del turismo.
Pronto se diversificó la oferta, surgieron restaurantes donde disfrutar del famoso cocido montañés, tiendas de recuerdos y artesanías como mimbre y madera, y cualquier elemento que pudiera llamar la atención del visitante.
La belleza de las construcciones, que básicamente se levantan en dos calles principales, se refuerza por la presencia del río Argoza que pasa por debajo de un puente de piedra del siglo XVI.
Desde él se tiene una preciosa vista del río y de un enorme restaurante de merecida fama, que debe servir una cocina montañesa digna de un rey.
Aunque todas las casas son diferentes unas de otras, básicamente la estructura es muy sencilla y funcional, y casi común, ya que se levantaron en los siglos XVI y XVII. En la planta baja el acceso a la vivienda y la cuadra, bajo un gran balcón corrido de madera, con las dependencias en el primer piso. Para aprovechar el sol y la luz, la mayoría de ellas se orientan hacia el sur o el este.
Como vemos en la imagen, el pueblo contaba con un lavadero común con agua proveniente del río y servía como lugar de reunión y mentidero, ya que mientras lavaban la ropa, los habitantes se informaban de las últimas noticias y por supuesto de los chismes.
Bárcena es el único pueblo situado en la reserva de Saja Besaya y fue declarado Conjunto Histórico Artístico en 1979.
Y nos vamos a pasar la noche en uno de los famosos valles Pasiegos, concretamente a su corazón, Vega de Pas.
Quizá sea éste lugar, cuna de grandes como Menéndez Pelayo, Gerardo Diego o el Marqués de Valdecilla, el que mantiene la esencia del ser cántabro, con una población muy vinculada a la tierra y el ganado, que ha sabido buscarse el sustento a base del trabajo duro y el buen comercio.El pequeño pueblo con una única calle y casas desperdigadas entre los pastos donde abundan ovejas y vacas, tiene una plazuela donde se levanta la Iglesia de Nuestra Señora de la Vega, de finales del siglo XVII.
No dejemos el lugar sin adquirir los famosos sobaos y quesadas y un buen cocido montañés, tras disfrutar de la tranquilidad del valle.
Nos vamos ahora a la localidad de Potes.
Potes tiene la categoría de capital histórica, geográfica y monumental de Liébana, con el añadido de ser punto de partida para casi cualquier ruta que se adentre en los espectaculares Picos de Europa.
Por ello su importancia estratégica fue fundamental a lo largo de la historia, como lo demuestran las continuas luchas entre las familias Manrique y Mendoza. Estas luchas feudales finalizaron cuando esta última se hizo con el poder, lo que les confirió el título de Duques del Infantado, con la torre del mismo nombre que es hoy símbolo de Potes.
El eje desde donde parten las visitas para conocer la villa es la Plaza del Capitán Palacios, inconfundible por su quiosco de música.
Al otro lado un inmenso pasadizo de soportales que sostienen enormes casonas, cobijan tiendas de recuerdos, bares y tascas.
Como he dicho, la Torre del Infantado constituye el más famoso e imponente símbolo de Potes desde el siglo XV, ya que representaba el enorme poder feudal de los marqueses de Santillana. La construcción perdió su carácter defensivo para adoptar un uso más útil, ya que hoy es un precioso espacio para exposiciones fijas y temporales.
Por la hora a la que llegamos no pudimos subir a lo alto, desde donde se dice que se contempla una formidable vista de los Picos de Europa y del conjunto de la Villa.
La cruzar el Puente Nuevo y mirar al río, tenemos una perspectiva de algunas de las llamadas "casas colgantes", la mayoría dedicadas a establecimientos hosteleros, como restaurantes y pequeños alojamientos.
Camino adelante encontramos la nueva Iglesia de San Vicente, que sustituyó a la antigua, que amenazaba ruina y que hoy es la oficina de turismo. También se decidió su construcción por haber crecido la villa lo suficiente para que no cupieran sus habitantes cuando habían oficios multitudinarios. Por fuera no llama mucho la atención, pero por dentro conserva retablos y pinturas de gran valor procedentes del Monasterio de San Raimundo.
Desde la Casa de la Cultura a orillas del río puede verse el Puente de San Cayetano, y tras él la Casa Bustamante Prellezo, con su capilla y molinos.
Desde aquí se tiene una buena vista de otro puente de la Villa, el Nuevo, por donde pasa la carretera que cruza el pueblo.
Nos adentramos ahora en los barrios del Sol y de la Solana, los más emblemáticos de la ciudad, con sus casas solariegas como la de La Canal, que muestran orgullosas en sus piedras, balcones y escudos el legado de siglos anteriores.
No podemos dejar Potes sin un paseo por una senda original y realmente instructiva, la del Deva-Quiviesa.
Para ello hemos de bajar por cualquiera de los accesos que nos llevan a un precioso camino fluvial que nos cuenta parte de la historia de la ciudad.
Ya que estamos en este lado del casco antiguo, descendamos por la rampa empedrada del puente de San Cayetano.
Aquí tras el puente a la izquierda, se conserva un molino, cuyas construcciones superiores ya hemos visto anteriormente, desde lo alto del puente. Es lugar de reunión de patos, ocas y ánsares, ya que las aguas del río Quiviesa se remansan en este recodo.
Siguiendo el curso del río pasamos bajo el puente Nuevo, que permite el paso de los coches y una la parte nueva y vieja de la ciudad. Y llegamos al punto más importante de este paseo, ya que vamos a ver el lugar exacto donde se unen dos ríos, el Deva y el Quiviesa.
Recordemos que hemos seguido las aguas del Quiviesa que vienen desde el Valle de Cereceda y ahora aparecen las del Deva, que lo hacen desde el de Camaleño. En épocas de poca lluvia tienden a secarse, pero cuando las aguas crecen se convierten en rápidos y caudalosos cursos de agua que tienen una gran pendiente aunque sean de corto recorrido.
Ahora, tras unirse los ríos siguen con sus aguas mezcladas su curso hasta el mar, y nosotros avanzamos un poco más, hasta el Puente del Colegio, llamado así porque une el Convento de San Raimundo con el colegio y el Instituto.
Y de esta manera dejamos Potes, o Pontes, según los romanos, que según la leyenda, bautizaron así a la villa por los numerosos puentes que salvan las corrientes de sus ríos.