Cantabria, la Tierra Infinita (IV)

Y nuestros andares nos llevan de nuevo cerca de mar, concretamente al Paseo de Pereda, una de las vías más antiguas y originales de la ciudad, ya que el incendio de 1941 apenas afectó a sus edificios.
Encontramos en ella lugares singulares, como el Palacete del Embarcadero, levantado en un espacio ganado al mar y que se terminó de construir en 1932 para ser destinado a estación de pasajeros. Hoy en día es sede de exposiciones de arte fijas e itinerantes.


Un poco más adelante vemos un curioso conjunto escultórico, Los Raqueros, que recuerda a aquellos niños muy pobres y humildes que sobrevivían a base de sacar del fondo del mar las monedas que les tiraban los transeúntes. Es una original, y querida por los santanderinos, obra de José Cobos.


Seguimos adelante pasando por el Real Club Náutico de Santander. Levantado sobre los pilotes de hormigón armado que conformaban el atracadero para los transatlánticos que llegaban a la ciudad, el actual edificio fue diseñado en estilo estructuralista, tan en boga en los años 30 del siglo pasado. Es inevitable ver que el arquitecto se inspiró en esos grandes navíos para dar forma a la estructura que parece flotar sobre las aguas de la bahía.


Dejamos momentáneamente el paseo para hundir nuestros pies en la arena de la Playa de los Peligros, separada de la Playa de la Magdalena por la Punta de San Marcos.




No hay duda de que estas dos están en mi top ten de las playas urbanas más hermosas de España. La primera se llama así por constituir un riesgo para los grandes barcos que entran a la bahía debido a la poca profundidad de sus aguas; la segunda porque antecede a la famosa península del mismo nombre y a la que nos encaminamos.




Pero antes debemos acercarnos a la Playa del Camello, y ver la estatua del Niño Neptuno que protege a la ciudad de los embates del mar desde 1979, oteando los peligros en lo alto de un promontorio unido a la costa en las mareas bajas.


Ya vimos anteriormente, que para escapar de los calores de Madrid, la familia real de Alfonso XIII y su corte eligieron en varias ocasiones la costa cántabra. Fueron nada menos que 18 los años que el rey y lo más granado de la aristocracia española acudieron cada verano a Santander, convirtiéndola en uno de los destinos de moda más cotizados.


Y claro, la que era primera familia española y su ejército de cortesanos y sirvientes requirieron de un lugar acorde con su rango y necesidades de alto copete. Y para ello qué mejor que regalar toda una península al monarca, desde donde ver el mar y la ciudad, complementado con un palacete de estilo inglés.


De nuevo salió a la palestra la famosa "suscripción popular" para sufragar los gastos de construcción, que se elevaban a más de medio millón de las entonces pesetas. Mucho éxito no tuvo, ya que tuvo que ser uno de los indianos más ricos del país, Ramón Pelayo, futuro marqués de Valdecilla el que acabara pagando gran parte del importe de la construcción.


Una vez terminado en 1912, el palacete se entregó a los reyes en una ceremonia que fue el pistoletazo de salida de los veraneos en Santander, y que se extendería hasta 1930. Con la II República el edificio pasó al gobierno de la nación, que le proporcionó un uso eminentemente práctico, con la fundación de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.


A principios de los 80 la península y sus construcciones reales fueron declaradas Monumento Histórico Artístico de Carácter Nacional y restauradas durante los primeros años de los noventa para lograr su estado actual.


Actualmente el palacio es sede tan sólo en verano de la Universidad, El resto del año su uso es multidisciplinar, ya que se convierte en un centro de congresos y reuniones de toda índole y nivel.


Paseando por los jardines no podemos menos que envidiar las vistas que tenían los monarcas y su corte. Como la isla de Mouro, con un faro que en temporada de tempestades recibe el embate de olas que llegan a superar su altura.




Recorramos ahora el este de la península, que completa la visita con dos espacios singulares. Por un lado tenemos la exposición "El Hombre y la Mar" que rinde homenaje a las 9 expediciones realizadas entre 1966 y 1992, por el santanderino Vital Alsar.


Aquí encontramos los tres galeones con los que llevó a cabo sus aventuras oceánicas y la balsa con la que cruzó el Pacífico en 1970.


Por otro lado tenemos, para finalizar nuestro paseo por la ciudad, el llamado Parque Marino, construido en 1986 y con acceso gratuito.


Aprovechando el litoral rocoso y la entrada de agua de mar se construyó este pequeño zoo donde viven focas, leones marinos y pingüinos.


Es un espacio que claramente sobra, ya que no es de mi gusto ver animales encerrados, por muy bien que se les trate. Pero es casi inevitable pasar por aquí.






Lo que si vale la pena, aunque suene repetitivo, son las vistas que desde aquí se disfrutan, como ésta de la Playa del Sardinero con la que decimos adiós a la capital de Cantabria.


De nuevo tomamos las carreteras y nos acercamos hasta Noja, donde se encuentra la Reserva Natural de las Marismas de Santoña y Noja.


La zona es rica en humedales de gran valor ecológico ya que es hogar de infinidad de aves como ánades, garcetas y gaviotas.


Pero realmente es conocida por la belleza de dos de sus playas, Joyel y Ris.


Contiguas, están divididas por el llamado Mirador del Monte de la Cabra, al que podemos acceder con marea baja.




A escasos kilómetros nos sale al paso Santoña, pegada al monte Buciero como si se protegiera del mar. Famosas son sus anchoas, pero nos hemos acercado para visitar la curiosa iglesia de Santa María del Puerto, un pequeño pero muy interesante templo protogótico.


Se cuenta que la iglesia, que formaba parte de un monasterio ya desaparecido, fue fundada por el mismísimo Santiago Apóstol. La leyenda se amplía al decirnos que la pequeña imagen de la Virgen titular, que es patrona de la ciudad, fue a América en el viaje del Descubrimiento. Al parecer tiene la historia parte de verdad, ya que los marineros cántabros solían llevar pequeñas imágenes en sus barcos para sentirse protegidos ante los peligros de lo desconocido.


Intentamos acceder al interior del templo pero de nuevo era hora de misa, así que dimos un paseo para admirar el exterior.




En el jardín que precede a la entrada y que se encuentra rodeado por un muro observamos cuatro campanas en el suelo. Pertenecieron a una torre postiza que se derribó en 1976.


Frente a Santoña, y una vez cruzada la ría de Treto, se encuentra Laredo. Aparcamos el coche a la entrada del casco histórico, cerca del antiguo ayuntamiento.


La Casa Consistorial ocupa un antiguo edificio que data de 1562, con ocho elegantes arcos y un corredor cubierto donde tenían lugar las apariciones públicas del alcalde y su corporación.

La zona que vamos a visitar y que empieza aquí es la denominada Puebla Vieja, declarada conjunto histórico artístico. Ha visto Laredo entre sus murallas, la visita de huéspedes de rancio abolengo, como Isabel la Católica y sus hijas Juana y Catalina, el emperador Carlos I y el rey Felipe II. Otras visitas han sido de lo más nefastas, como varios incendios en los siglos XIV y XVI, la peste traída por los restos de la Armada Invencible e incluso saqueos corsarios.


La importancia estratégica y económica de la pequeña ciudad hizo que en ella se instalaran nobles y religiosos que construyeron grandes casonas y majestuosos templos, como la Iglesia de Santa María de la Asunción.


La iglesia es un edificio que parece contener todos los elementos del gótico clásico, aunque para mí, lo más notable del exterior es la galería que se abre a la calle, protegida por rejas que se añadieron posteriormente.


Tampoco esta vez pudimos acceder al interior, ya que por la hora, el templo estaba cerrado. Así que desde aquí empezamos a recorrer las 6 calles que forman la Puebla Vieja.


Caminando por la calle San Martín pasamos por debajo del arco del mismo nombre, o arco de la Blanca, que formaba parte de las murallas de la ciudad y era puerta de entrada de comerciantes y sobre todo agricultores que acudían al mercado de la ciudad a vender sus productos.


Debemos pasar bajo ella para acercarnos a la iglesia más antigua y curiosa de la ciudad, San Martín. Como hemos visto, el arco que dejamos atrás formaba parte de la muralla, por lo que la iglesia se localiza en la zona exterior del núcleo urbano.


Vale la pena acercarse hasta aquí para admirar la recia construcción románica que no tiene ni una sola ventana en la nave y que está datada en el siglo XI. La espadaña de siete huecos es una de las mejores de España de este tipo.


Perteneció desde tiempo inmemorial a la Cofradía y Cabildo de Mareantes, Navegantes e Hijosdalgo de la Villa de Laredo, que era la más antigua de España, tal y como confirmó Felipe II.


Vamos dejando atrás la Puebla Vieja, deambulando por sus estrechas y añejas callejuelas.


Que no pueden dejar de recordarnos la nobleza de sus raíces, como la Casa Torre Villota del Hoyo, construida en el siglo XV por la familia del mismo nombre, una de las cuatro que fundaron y gobernaron Laredo desde la época medieval. Destacan sus tres escudos de la fachada, siendo el central el original de la familia y los laterales correspondientes a las que fueron emparentando con ella.


Casi volviendo al punto de partida nos acercamos a la Plazuela de Cachupín, donde se levanta la Casa Palacio de la familia Zarauz. Desde siempre este punto fue punto de partida y final del llamado Camino Real o de Castilla, por el que circulaban mercaderes, comerciantes, viajeros y peregrinos. En la enorme casona vivió José Benito Zarauz, militar, navegante y armador tal y como puede verse en los símbolos y elementos que componen el gran escudo nobiliario.


Un poco más arriba y para despedirnos de Laredo, se levanta el convento de San Francisco. La historia del edificio es cuanto menos curiosa, ya que los monjes franciscanos habían intentado, en vano, instalarse en la villa para fundar un monasterio.


Tan sólo consiguieron autorización tras ver compensada su valiosa ayuda a los habitantes de Laredo durante la peste de 1508. El interior destaca por su retablo mayor del siglo XVII, dedicado al santo que da nombre al convento, y ocho capillas privadas que pertenecieron a las familias nobles de la ciudad, ricas en decoración, simbolismo e incluso leyendas, como la que cuenta que la de Felipe Vélez Cachupín fue edificada con el oro traído del Perú.




Nuestra siguiente parada será Castro Urdiales.

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