Después de una azarosa historia de invasiones y saqueos, el rey Alfonso VIII le dio el empuje necesario para convertirla en un importantísimo puerto comercial y militar, que aún sufriendo los estragos de la peste, los incendios y ataques piratas, llegó al siglo XIX siendo una de las principales potencias nacionales en la extracción y comercio del mineral de hierro. Esta actividad decayó a partir del mediados del siglo XIX y la ciudad pasó a ser entonces conocida gracias a la industria conservera, la pesca y el turismo.
Y es precisamente el turismo el que se acerca en verano a disfrutar de playas como la de Brazomar, la mas cercana a Bilbao, de donde provenía la burguesía que la elegía para pasar los meses de estío.
De aquí parte nuestra ruta que siguiendo el Paseo de Luis Ocharán Mazas nos lleva al centro de la villa marinera.
Por el camino encontramos el Club Náutico, un edificio que inevitablemente nos recuerda aquel de Santander, también levantado sobre palafitos o postes de hormigón y que se edificó también en los años 30 del pasado siglo. Del mismo modo su arquitecto quiso enlazarlo con el mar dándole aspecto de barco, con sus barandillas y escaleras a modo de cubiertas, ojos de buey y terrazas voladas, aunque con una característica diferenciadora, su tejado en "V".
Mas adelante, y antecediendo al casco antiguo encontramos el Puerto de Castro Urdiales, abarrotado de embarcaciones de todo tipo y vigilado por el Castillo y faro de Santa Ana y la iglesia de Santa María de la Asunción.
Desde el Paseo Marítimo tenemos una vista espectacular de los edificios que rodean el puerto, muchos de ellos auténticas joyas modernistas.
Es esta zona la que concentra los mayores atractivos de la ciudad, como el puente medieval. Esta curiosa construcción de piedra formaba parte de un conjunto de otros puentes y pasarelas que unían el castillo con la Ermita de Santa Ana que en su momento estaba edificada sobre un promontorio aislado en el mar. Al construir el puerto se tuvo que destruir gran parte de las estructuras para instalar la maquinaria, quedando sólo este puente.
Bajo él, hay un entrante de mar que se asemeja a una piscina de piedra de forma cuadrada, que se llena y vacía por capricho de las mareas.
El puente unía, como hemos dicho el castillo y la iglesia con la curiosa ermita de Santa Ana, que antes de serlo tuvo funciones de faro e incluso centro de reuniones del Cabildo de Mareantes y Navegantes de San Andrés.
Normalmente el pequeño templo permanece cerrado a las visitas, abriendo sólo en verano, pero vale la pena subir las escaleras de piedra para tener una visión estupenda de la bahía.
Pero subamos el peñasco para seguir nuestra visita.
El castillo de Santa Ana es uno de los pocos castillos conservados en Cantabria. Construido a finales del siglo XII, formaba parte del conjunto defensivo de la ciudad, constituido por murallas que rodeaban el perímetro de la ciudad antigua y la línea costera que la unía al mar.
En la ciudad se le recuerda sobre todo por ser el último baluarte defensivo de sus habitantes contra las tropas napoleónicas, pero también y tristemente por haber sido cárcel de nacionales y republicanos durante la Guerra Civil.
Hoy en día, sus espacios se han dedicado a actos culturales y exposiciones temporales. Sin embargo tiene también otro uso, si cabe más importante, ya que desde 1853 es la base de un faro que levanta su luz hasta los 49 metros de altura para advertir de la cercanía de la costa a los navegantes que pasan ante Castro Urdiales, y que lo han convertido en uno de los faros más originales del mundo por su situación y entorno.
Separada del faro por el antiguo camposanto, encontramos la Iglesia de Santa María de la Asunción.
Este templo, visible desde casi todos los rincones de la ciudad, fue levantado entre los siglos XII y XV, y es el monumento gótico más importante de Cantabria, siendo declarada Monumento Nacional en 1931.
Fue la catedral de Burgos la que inspiró el estilo de esta iglesia que ha tenido infinidad de añadidos a lo largo de los siglos, como capillas funerarias, arbotantes de refuerzo, vidrieras y rosetones.
En sus recios muros de piedra arenisca podemos palpar el carácter no sólo religioso sino también defensivo, ya que recordemos que formaba parte del complejo amurallado de la ciudad. Prueba de ello son las cicatrices que el templo muestra al visitante y que recuerda que fue baluarte en la defensa de la ciudad contra las tropas de Napoleón.
Aunque el exterior conserva casi intacto su carácter gótico, en uno de sus lados se remodeló uno de sus accesos para levantar una entrada en estilo neogótico, que se conoce como Puerta de los Hombres, que contrasta claramente con el estilo predominante en el templo.
Frente a la fachada sur vemos también los restos de la antigua Iglesia de San Pedro, anterior a Santa María, ya que es del siglo XII, y que se considera el edificio más antiguo de la Villa y centro de reunión del Consejo.
Miramos atrás para decir adiós al templo...
Con una vista del ayuntamiento del siglo XVII, tomamos de nuevo nuestro coche para continuar la ruta.
Dejamos atrás la costa cántabra para enfilar nuestros paso tierra adentro, haciendo una parada en una pequeña localidad, Ampuero.
En esta villa, localizada en el curso bajo del río Asón, y según las crónicas históricas se construyó la nao Pinta, una de las tres que participó en el descubrimiento de América.
El lugar también es conocido en la comunidad autónoma por ser lugar de peregrinación de los fieles que acuden al santuario de la La Bien Aparecida, que luego visitaremos. Entrando por la calle principal vemos muestras de su arquitectura tradicional, abundante en casas con grandes balconadas.
Y la iglesia parroquial que se construyó entre los siglos XV y XVII en estilo barroco.
Pero quizá la construcción más famosa del pueblo sea la torre palacio de Espina, a la que envuelve una curiosa historia.
Juan de Espina Velasco, fue un clérigo erudito y coleccionista. Sus inquietudes le llevaron a reunir todo tipo de objetos que llamaran su atención y curiosidad, sobre todo instrumentos musicales y artilugios maravillosos como espejos que creaban ilusiones ópticas, raros objetos traídos de otros países, manuscritos y obras de arte de altísimo valor e infinidad de pequeños tesoros que guardaba celosamente.
La gran mayoría de estos objetos los guardaba en esta torre que formaba parte de un conjunto residencial levantado por su familia y del que desgraciadamente sólo se conserva este macizo cubo. Era tal la obsesión por mantener su colección bien guardada y apartada de ojos extraños e incapaces de apreciar su valor, que pronto se ganó la fama de nigromante y hechicero y por ello su pequeño palacio se ha conocido desde entonces como la Torre Mágica.
Hoy en día un museo recoge la historia de este científico y musicólogo para mostrar al visitante las inquietudes adelantadas a su época que le ganaron fama de brujo y mago.
Reforzando la leyenda, la portalada que da paso a la torre está guardada por dos gigantes de piedra, Hércules y Teseo, que vestidos a la manera romana sostienen dos mazas mientras pisan sendas cabezas de león.
Y hablamos ahora de la Bien Aparecida. Cuenta la leyenda que unos niños pastores subían con frecuencia a lo alto de San Marcos con su ganado para que las reses comieran de los ricos pastos de la zona. Un día vieron una extraña luz que salía de un ventanuco de la ermita del santo del mismo nombre. Cuando se acercaron vieron la imagen de la virgen que brillaba como el mismo sol.
Se desconoce el origen y autor de la talla, que con su pedestal apenas mide 21 cm de altura, aunque los expertos dicen que se trata de una obra gótica del siglo XV y de estilo hispano-flamenco. Clasificada como malines, por su teórica procedencia de la ciudad flamenca y figura de muñeca, su nombre le viene dado por una historia muy curiosa. Al parecer un devoto fue a dar gracias a la Virgen del Mar por haberle salvado de morir en el océano y viendo su estado de conservación la llevó a restaurar. Los vecinos de Marrón, barrio donde se situaba la ermita de esta virgen, creyéndola robada la buscaron durante meses sin hallarla. Cuando la imagen de la que es hoy patrona de Cantabria se apareció a los pastores, los de Marrón pensaron que era su virgen desaparecida y aunque se discutió mucho sobre cual de las dos era la del Mar, finalmente se aclaró la confusión concluyendo que la imagen no era la robada, sino la " Aparecida y Bien Aparecida".
Los peregrinos, deseosos de milagros y consuelo, llegaban en principio por centenares y más adelante por miles, por lo que la ermita primitiva se hizo insuficiente. Así que se mandó a construir el actual templo a principios del siglo XVIII en estilo barroco, justo donde se levantaba ésta.
Varios retablos barrocos completan la decoración interior de la iglesia.