Y, después de historias así, con personajes de carne y hueso, te preguntas si realmente, en este mundo paralelo de filtros y likes, llegamos a conocer a alguien de verdad.
Sí, no, sí, no. Hemos cambiado el deshojar margaritas por la aplicación de Tinder y nuestro dedo vuela por la pantalla. Encontrar el amor nunca había sido tan fácil, o tan difícil, como cada uno lo quiera ver. Dicen que ya no hay que esforzarse en iniciar la conversación en el autobús o atravesar con la mirada a la chica apoyada en la barra, ahora nuestra mejor arma está en el bolsillo: nuestro móvil.
Algunos dicen que se trata del mejor invento y que sirve de gran ayuda cuando eres tímido o vives en ciudades grandes. Cuando entro corriendo en el metro de Madrid y tengo la fortuna de encontrar un sitio libre, miro a mi al rededor y la mayoría de las personas que me acompañan apenas despegan la cara de las pantallas de sus móviles. Me gusta observarles desde mi sitio, imaginarme sus vidas desordenadas y ajetreadas y, cuando les veo salir corriendo del vagón, me replanteo lo difícil que es conocer a alguien en una gran ciudad si no has vivido siempre en ella. Siempre con prisas, con tantas cosas que hacer, con largas distancias y horas muertas en el metro, con tanta gente pero tan pocas personas. Otros dicen que este tipo de aplicaciones sólo nos vuelven más fríos, que frivoliza las relaciones y que, en el fondo, solo es una herramienta para buscar sexo y evitarse las copas de la discoteca.
Pero yo creo que de lo que se trata es de seguir conectando, a través de Internet o corriendo por el parque, pero que al final del día acabe en unas copas, en una película, en un paseo por el centro, cara a cara, de la mano, cruzando miradas y compartiendo sonrisas. Que cada uno utilice sus propias técnicas, con Tinder o con un postit en la mesa, pero que el objetivo sea una buena conversación, sean sentimientos disimulados en gestos y no en iconos. Que no haya tiempo de buscar en Google para ser el más interesante, que no haya tiempo de borrar y escribir de nuevo, que no haya margen de error y seamos naturales, magníficamente imperfectos. Y, sobre todo, que no utilicemos al amor para acabar en la cama de nadie, que podemos ser claros con nuestras intenciones y, si en algún momento cambiamos de opinión, ya nos dice Vetusta que dejarse llevar suena demasiado bien.
El amor sigue ahí, dispuesto a encontrarte y a darte todo lo que tiene, y cada puedo puede encontrarlo a su manera. Antes y ahora, en tiempos de Tinder.