Hace días, en una charla de Google sobre el liderazgo de las mujeres en las empresas, una importante científica hablaba del tema con claridad. La desigualdad en el trabajo es una realidad, no sólo porque los sueldos de las mujeres sean más bajos que los de los hombres en el mismo puesto, sino que los puestos más importantes recaen sobre ellos. Según el Global Gender Parity Report, la brecha económica de género no se reducirá hasta el año 2.133, y si lo miráis cada cierto tiempo, podéis ver cómo sorprendentemente esta fecha va en aumento en vez de disminuir.
¿Y esto nos afecta? No sería la primera vez que responden a una de mis propuestas porque “las mujeres tienen carácter y no se las puede llevar la contraria” o porque “me ha quedado muy mona la presentación”. Yo no he oído ninguna respuesta parecida a ninguno de mis compañeros. Y quiero que si se acepta una de mis propuestas, sea porque el trabajo sea bueno, y porque he trabajado duro. Lo comentaba con una compañera, llegando a la conclusión de que son pequeños clichés que se dicen de manera inconsciente, resultado de una cultura patriarcal, pero que te llevan a dudar de tu trabajo, y que generan un terrible miedo al fracaso, dos de las carencias del emprendimiento femenino según el GEN Global Report 2016-17.
Pero estos comentarios no son los únicos a los que estamos acostumbradas. No sabría decir cuántas veces han relacionado un éxito de alguna colega asociándolo a la imagen: “es que quiere ligar contigo”, o a la forma de vestir “traes escote para convencer al cliente”. Tal vez para alguien pueda ser una broma, o nuestro punta de vista una exageración, pero con un ejercicio de empatía es fácil darse cuenta que es una situación desagradable (especialmente si se repite a lo largo de tu vida). Por eso hay muchas mujeres que sufren el llamado “Síndrome del impostor” y, ante un éxito, son incapaces de asumir sus logros y tienen baja estima.
Continuando con la espectacular presentación de la científica, nos decía que en esta lucha, en este cambio, no deberíamos estar sólo las mujeres. Al fin y al cabo, seas hombre o mujer, la situación tiene que ser incómoda para ambos. Que si tienes una hija o una hermana, aunque no tendría que ser necesario argumentarlo con lazos familiares, te gustaría que tuvieran las misma oportunidades que cualquier hombre. Y es que, al final, todo recae en la educación. La directora en España de una conocida red social nos decía que el ambiente en el que te eduques es primordial. En mi casa siempre me han dicho que soy capaz de conseguir lo que me proponga, y que no soy mejor o peor que nadie por mi sexo, edad, o cualquier otra condición.
Al terminar, una mujer del público hizo comentó que, con estos datos, parecía inevitable desanimarse con la situación. La respuesta fue clara: todo lo contrario. Estos datos no se aportan para que nos derrumbemos, sino para darnos toda la fuerza que necesitamos para cambiarlos.