Alguna que otra vez he tenido que hacer algún post defendiendo a los jóvenes de mi generación de las acusaciones varias que nos van regalando. Y con ello no me refiero a las señoras mayores cuando se quejan de que la juventud ya no es lo que era, sino de las críticas que recibimos a diestro y siniestro por parte de cualquier otra generación. Primero nos llamaron la generación ni-ni, porque había algunas ovejas descarriadas que no trabajaban ni estudiaban, pero a todos los demás que nos partíamos la espalda para sacar adelante ambas cosas no nos regalaron ninguna palabra bonita. Luego nos dijeron que éramos muy exigentes, por eso de que aceptamos a regañadientes prácticas sin cobrar o nos quejamos de la precariedad del trabajo y las condiciones. Cómo somos, ¡el caso es quejarse!
Pero es que hoy he sido consciente de lo que sucede en realidad. Los millennials no sólo somos unos llorones, sino que tenemos la culpa de todo. Sí, somos gente terrible y despiadada. Somos la prueba viviente de que “todo pasado fue mejor” y a golpe de like vamos perdiendo nuestros valores. Porque no sólo estamos obsesionados con las redes sociales, también con mostrar una imagen distorsionada de nosotros mismos, incapaces de mostrarnos sin algún que otro filtro que nos haga más guapos y, por qué no, más majos. Si compartimos coche no es para ahorrar gastos y pensar en el medio ambiente, sino para hundir al sector del taxi. Si no salimos de casa de nuestros padres no es porque no tengamos dinero para independizarnos, sino porque somos unos vagos y nos gusta que nuestra madre nos haga la cama. Y si no tenemos hijos no es porque ni nosotros mismos podemos llegar a fin de mes, sino que forma parte de un urdido plan (gestionado a través de un grupo de Facebook donde estamos todos los millennials) para acabar con la especie humana.
Pero ahora las acusaciones han ido más lejos. Y resulta que también hemos demonizado a la bollería. Un artículo de BuzzFeed explica los 14 pasos en redes sociales para terminar acusando a los millennials de que nos gusta la fruta y odiamos los Bollycaos. ¿Estamos locos? ¡Quién odia a un Bollycao! Pero también nos han acusado de querer acabar con las servilletas de papel (cuya supervivencia es imprescindible para el bien del universo, claaaro), de la pastilla de jabón, la insdustria del golf, la televisión, pff. Busco en Internet y sólo me encuentro perlas, como “10 claves para que su hijo no se convierta en un millenial fracasado” o “Las desventajas de contratar a un millennial”, porque tenemos bajo compromiso, somos informales en el protocolo y la vestimenta (yo soy de ir en pijama al trabajo), y somos muy emocionales. Lloro.
Pero lo que demuestra que nuestro plan para acabar con todo está diseñado al detalle, es la impresionante forma que tenemos de disimularlo (aunque algunas personas lo hayan descubierto, ¡linces!). Y es que nuestra generación sigue gastándose un dineral en hacer másters para mejorar el currículum, se ofrece a enviar un email o configurar la nueva televisión cuando nadie sabe, regala su ideas de becario para que otros las firmen con su nombre, comparte piso hasta los 35 años, y otra larga lista.
En cualquier caso, millennials del mundo, hay cientos de miles de estudios que saben más de nuestra generación que nosotros mismos. Así que no perdamos el tiempo en hacerles cambiar la opinión y simplemente, ¡continuemos con nuestro plan!