Una de las cosas que más he disfrutado en todos estos meses que llevamos ya de viaje son nuestros pequeños encuentros con la vida animal de la zona que estamos visitando. Nunca pensé que algo así me iba a hacer tanta ilusión.
No soy mucho de mascotas, he tenido solamente dos a lo largo de mi vida y tampoco es que sienta una conexión especial con ellas. Pero en este viaje he descubierto que me encanta ver a los animales. A cualquier tipo de animal. Hasta con las ardillas, que te las puedes encontrar en cualquier parque grande de cualquier ciudad, me puedo pasar horas observando e intentando sacarles una bonita foto.
Pero los encuentros de los que guardo mayor cariño y que cada vez que ocurren hacen que me suban las pulsaciones a mil y me ponga como un flan, son los avistamientos de osos.
No sé por qué, pero de todos los animales que nos hemos encontrado, los osos son los que me producen una mayor sensación de paz y una cierta conexión con ellos.
La primera vez que vimos uno fue un pequeño osezno, en el Parque Nacional de Yosemite, y de lo rápido que ocurrió se podría pensar que en realidad no lo vimos.
Estábamos en el inicio de una pequeña excursión que nos iba a llevar a un lago cuando en el silencio del bosque escuchamos el crujido de las hojas y ramas al romperse.
Nos quedamos en completo silencio, sabíamos que podíamos tener un encuentro de este tipo ya que por todo el parque te avisan de que tengas cuidado con los osos y de la posibilidad de que te cruces en su camino.
De repente el pequeño osezno salió corriendo de unos matorrales cruzando el sendero justo detrás de nosotros. Nos quedamos mirando unos a otros sin saber bien qué hacer o qué decir. Si él estaba tan cerca de nosotros era posible que la madre también estuviera por allí y podía resultar peligroso ya que los osos son muy protectores en lo que respecta a su descendencia, (perfectamente comprensible).
Decidimos continuar nuestro camino, sin poder creer nuestra buena suerte y sin poder hablar de otra cosa.
Desde ese momento quedé enamorado de estos peludos habitantes, y decidí realizar un pequeño archivo fotográfico de todos estos encuentros que esperaba que se repitieran en mi futuro más inmediato. Por fortuna desde ese día nos hemos encontrado con muchos de ellos en diferentes lugares y he podido capturar esos momentos únicos con mi cámara.
En Jasper, Canadá, tuvimos otro encuentro fortuito con uno de estos simpáticos animales. Íbamos de camino hacia un lago llamado Maligne y en un lado de la carretera encontramos un ejemplar de oso negro disfrutando de un almuerzo de hojas. Parecía disfrutar de lo lindo con su comida ajeno a todos los conductores que nos paramos para contemplar semejante espectáculo. Estuvimos un buen rato observando desde la distancia y disfrutando del momento tan maravilloso que la naturaleza nos brindaba.
Cruzamos la British Columbia y nos acercamos a Hayder, que pertenece al Estado de Alaska (USA), un pequeña porción de territorio con un pueblo fantasma y con un mirador llamado Fisher Creek, donde puedes pasar el día esperando a que algún oso se acerque al río para pescar su comida preferida, un salmón. Por desgracia estuvimos más de 6 horas esperando a que apareciese alguno, pero no tuvimos esa suerte. El día anterior hubo tres avistamientos de diferentes osos de la zona pero no contábamos con la diosa fortuna de nuestro lado ese día.
Eso sí descubrimos que hay todo un mundo de gente que se dedica, en sus vacaciones o tiempo libre, a intentar fotografiar a estos increíbles mamíferos y cuentan con equipos de fotografía increíbles y se intercambian información de cuáles son los mejores lugares para avistar osos. Me sentí un poco avergonzado de lo que yo estaba intentando con mis escasos recursos, pero tuvimos la recompensa de ver algunas de las fotos que estos cazadores de imágenes tenían.
No termina aquí la historia de Fisher Creek, ya que aparte de estar en un paraje espectacular pudimos observar de camino a nuestro camping, después de pasar el día allí, un esquivo osito negro que pasaba cerca de la carretera. Al final tuvimos nuestra pequeña recompensa, pero no cambiaría para nada aquellas horas que pasamos viendo los salmones en el río y esperando a que alguno de ellos se acercara por allí.
Nuestro camino nos llevó hasta el corazón de Alaska, el Parque Nacional del Denali. Un paraje bastante salvaje y poco modificado por el hombre que se conserva muy virgen. En el Denali existen solo dos zonas de camping si quieres pasar el varios días allí, pero al ser verano cuando fuimos nosotros no tuvimos la posibilidad de quedarnos en ninguno de ellos.
Pese a ser un inconveniente, no nos desanimamos y decidimos intentar pasar la noche por allí por nuestra cuenta. Eso sí previo paso por todos los trámites que tienes que realizar para poder hacerlo. Es algo que mucha gente hace y que nos pareció una experiencia de lo más tentadora. Ya os contaremos esta pequeña aventura en uno de nuestros próximos artículos.
La particularidad que tiene este Parque además, es que no puedes recorrerlo en coche, sino que existe un solo autobús para recorrerlo y tarda más o menos unas 9 horas en hacerlo.
Durante el trayecto que nos llevaba a nuestra zona, (previamente elegida y aconsejada por uno de los guardabosques del parque) en el que tardamos unas tres horas, pudimos ver todo tipo de animales incluyendo un hermoso ejemplar de oso Grizzly.
¡Nuestro primer Grizzly!
A pesar de la distancia a la que nos encontrábamos pudimos observar las diferencias entre estos osos y los que habíamos visto anteriormente. La principal y más llamativa, y que nos explicó muy amablemente el conductor del autobús, es que los Grizzly se diferencian de los osos pardo o de los osos negros en una pequeña joroba de grasa que tienen en el lomo. Y claro también en su tamaño, algo más grandes que sus parientes. La foto está tomada a una gran distancia, pero se puede apreciar la joroba que os comentaba antes.
Y por fin llegamos al gran Territorio del Yukón, donde tuvimos la fortuna de atravesar una de las carreteras más hermosas que he podido ver en mi vida. Un espectáculo de naturaleza salvaje donde cada pocos kilómetros podías encontrar manadas de búfalos, elks, cariboos y familias de osos negros. Si habéis oído bien, familias. Nos encontramos con tres diferentes familias de osos, la mama y siempre dos pequeños oseznos. Debe ser que siempre tienen dos crías o quizá fuese casualidad.
Un espectáculo que jamás pensé que verían mis ojos. Disfrutar de esos momentos en que mamá osa les enseña a sus crías la vida en el bosque, y que nosotros tuviésemos la posibilidad de verlo es algo que probablemente nunca pueda olvidar.
Canadá nos ha brindado la posibilidad de ver todas estas maravillas y espero que alguna más que aún no hayamos descubierto, y por eso cada día me gusta más este país.
Y todo esto me lleva a una pequeña reflexión, que quizá compartáis conmigo. La mejor forma de ver la vida salvaje es en su propio hábitat e interfiriendo lo menos posible. Los animales no deben estar en jaulas o en pequeños hábitats controlados por el hombre. Deben vivir en libertad y tenemos que tratar de conservarlos interfiriendo lo menos posible.
En Alaska la caza es legal, y puedes escuchar los sonidos de disparos en cualquiera de los campings en los que pases la noche. Es algo terrible, porque se están quedando sin uno de sus principales recursos. Es algo que nos causó mucha pena cuando supimos todo esto, y llamó mucho nuestra atención que en Alaska no viésemos ni un solo animal a nuestro alrededor. Y el motivo es que cazan a todo bicho viviente con cuatro patas. Excepto en el Denali, un parque tremendamente protegido por la gran diversidad y riqueza de su ecosistema.
Y por último no quiero olvidarme de unas amigas que nos han acompañado en todos los lugares que hemos visitados y que siempre que las veo me alegran el día.
¡Ardilla!
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