Desde pequeña que me llama poderosamente la atención ese empeño que tienen nuestras madres y abuelas de limpiar la casa "a fondo" una o dos veces por año, tres o cuatro las más exageradas... Mi madre las hacía dos veces por año, una al llegar el verano "para abrir las ventanas" (que total, decía yo, si va a entrar más polvo) y otra al llegar el invierno "para cerrar ventanas"; para mí eran días de auténtica tortura: quita cortinas, lava paredes, saca colchones, abre cajones, pon patas arriba el armario, cuelga cortinas, mueve los muebles... y una colaboraba más por el miedo a la zapatilla voladora (mi madre era medalla de oro en "me-quito-la-zapatilla-te-la-tiro-y-te-doy-en-el-culete") que por convicción. Como con muchas cosas en la vida, no hay más que crecer para comprender las razones y ahora me quito el sombrero ante la sabiduría de nuestras madres y abuelas que, tal vez sin ellas ser conscientes, mantenían viva una de las tradiciones más antiguas y que tiene su origen en Roma: las lustratio. Éstas eran unas festividades de renovación en donde se deshacian de todo lo innecesario y conservaban lo realmente útil. También de purificación ya que barrían y limpiaban hasta dejarlo todo impecable.
Hoy, cuando me encuentro con la mitad de mi camino recorrido, entiendo que toda tradición es un símbolo más o menos fiel de otra realidad que se esconde en lo profundo y cuyo significado sólo alcanzamos a ver cuando encontramos las claves para descifrarlo. Hoy veo que esas limpiezas, además de ser prácticas y necesarias, son un reflejo en lo material de la limpieza o purificación que todos deberíamos realizar a nivel interno y que todos realizamos, queramos o no, en un determinado momento de nuestra vida. Es el momento en que volvemos la vista atrás y como decía el poeta "vemos la senda que nunca se ha de volver a pisar": los años vividos, los errores cometidos, los aciertos, los fracasos, los sueños cumplidos, los sueños sin cumplir... Y como en la limpieza del hogar, nos toca limpiar, limpiar, limpiar; desechar, purificar... para seguir adelante libres del peso de las experiencias pasadas, que ya no nos sirven, pero que seguimos cargando quizás habituados a su presencia y temerosos de sentirnos "vacíos" al desprendernos de ellas.
Es lo que yo llamo "la piel de la serpiente" un cambio necesario si queremos crecer. Y al igual que la serpiente, que no puede crecer si no se desprende de su piel vieja y que durante el proceso, doloroso e ineludible, queda expuesta mientras crece la piel nueva, nosotros debemos realizar un ejercicio de purificación consciente donde dejemos atrás los residuos de las experiencias ya vividas quedándonos con las lecciones aprendidas que serán las que nos ayuden a seguir avanzando por la senda de nuestra propia realización. Si la Naturaleza se renueva en cada estación dejando morir lo viejo para hacer nacer lo nuevo, nosotros debemos darnos la oportunidad de ver crecer nuevos sueños, nuevas esperanzas, nuevas ilusiones.
La vida es un camino sin retorno, un río de aguas fluidas, un tren de una sola dirección. No podemos dejar de caminar, ni estancarnos ni quedarnos en el andén, porque como decía el poeta:
"Caminante son tus huellas el camino y nada más
Caminante, no hay camino se hace camino al andar
Al andar se hace camino
Y al volver la vista atrás
Se ve la senda que nunca
Se ha de volver a pisar
Caminante no hay camino sino estelas en la mar"