Giles: Mira, ni siquiera es humano.
Elisa: (en lenguaje de signos) Si no hacemos algo, nosotros tampoco.
(La forma del agua)
Falta de atención. Se podría decir que sufro de eso, de falta de atención. Miro muchas cosas a la vez pero en realidad, no miro ninguna. Mil estímulos, imágenes, sonidos; mil “hazme caso a mí, que yo sí que molo”; mil mensajes que llegan como un bombardeo en plena guerra que no me apetece contestar, de personas que en realidad ni fu ni fa. Que la educación ante todo -que no falte- pero lo cierto es que en mi cabeza, conforme más mayor me hago, menos cosas caben -aunque más me afecta todo-. Sí. Es una contradicción, porque cuantas más canas me veo (aunque ahora lleve el tinte recién hecho), más me agobia todo lo que en el presente pueda afectar al futuro de los que vengan detrás, pero al mismo tiempo, menos ganas tengo de fingir, de actuar, de dar de mi lo que no quiero dar salvo a las personas que cuento con los dedos de mis manos. ¿Será el egoísmo del mundo adulto? ¿Coste de oportunidad? ¿Valorar lo importante? ¿Gilipollez humana de la que luego te arrepientes al empezar a caer mal? No lo sé, pero el caso es que es así.
Ayer, en uno de esos momentos tan míos de mirar sin mirar el móvil y sus noticias recomendadas de Google, entre las típicas chorradas como… “Descubre el vestido camisero de Zara que te queda bien con todos los zapatos de tu armario” o “Paula Echevarría se cansa se esconderse y dice que su novio es guapo por dentro también”, encontré algo que sí me hizo frenar. Se trataba de una noticia de El País en la que contaban cómo Guillermo del Toro había ido a su México natal para dar una clase magistral a un grupo de jóvenes universitarios. Leyendo, leyendo, leyendo. Algo tiene la gente que hace arte -criticada o no, o con mejor o peor fama- que me obliga a leerla hasta el final.
Precisamente esta es su película “más amorosa”, reconoce, también la más esperanzadora, que llega además en uno de los momentos más difíciles de su vida. “Los últimos cinco años han sido muy duros, en muchos sentidos. Tengo atragantado el momento actual como mucha gente. En estos tiempos escasea la esperanza. Necesitaba un ungüento para el alma.”
Tras leer ese párrafo me quedé pensativa. ¿Quién no ha necesitado alguna vez un ungüento para el alma? Pero conforme pasaron las horas y llegó el momento del informativo de mediodía, más sentido cobró mi pregunta y su afirmación: Cuando las malas noticias aterrizan contra la mesa, nadie sale ileso de ese golpe. El séptimo aniversario del tsunami de Japón, el catorce aniversario del 11-M y… lo que nadie habría querido escuchar jamás y que me niego a poner por escrito para no proporcionar más dolor todavía. Cuando algo así sucede, no hay razonamiento posible. Supongo que por eso se inventaron los demonios, para tratar de no reconocer que dentro de cada uno de nosotros se esconde un monstruo dormido que por desgracia, a algunos se les despierta con consecuencias nefastas e irreversibles.
No entender. Esa creo que es una de las peores sensaciones. Como cuando por mucho que te lo expliquen, no te entra en la cabeza un problema de matemáticas. Eso. Eso justamente es lo que nos pasa cuando la maldad hace acto de presencia. ¿Pero cómo puede ser eso? ¿Me lo podría repetir otra vez, por favor? Siempre he pensado que la persona que arrebata una vida debería cumplir una pena con relación a todos los años que está robando, pero ni aún así llegaría jamás a saber todas las primeras veces que ha quemado, todos los intentos que se ha llevado de un plumazo, los golpes, los sueños, los amores, los libros no leídos, los viajes no hechos, las ilusiones, los partidos, los besos. ¿Quién suma todo eso? ¿Cómo se arregla el alma rota de quienes se quedan? Y las preguntas nos dan vueltas una y otra vez por la cabeza, pero la conclusión siempre es la misma: no hay explicación. Y es que las buenas personas no podemos interiorizar que esa clase de maldad realmente exista. Y qué miedo da.
Supongo que ayer todos perdimos un poco de fe en el mundo, pero hoy, al menos yo la he recuperado un poco. Hoy, una mujer llena de dolor, la única que de verdad está sufriendo -junto con el resto de la familia- y sufrirá esta tragedia para el resto de sus días, nos ha pedido que no extendamos la rabia, que a su hijo no le gustaría. Creo que tratar de frenar el odio es la muestra más grande de amor. Al leer sus declaraciones, creo que me ha venido de nuevo a la mente aquello del “ungüento para el alma”. Creo que ella ha sido un ungüento para una sociedad llena de dudas, llena de rabia. Y qué grandeza de ser humano. Y creo que si algo podemos sacar de esto los que seguiremos con nuestras vidas, los afortunados no-protagonistas de esta terrible historia, es lo siguiente:
Por mucho que nos creamos yendo cada uno por su lado, jamás conseguimos nada si no remamos en la misma dirección en este mundo lleno de maremotos, monstruos marinos y remolinos de agua donde todo se pierde, hasta la cordura. Porque todos somos pececillos asustados alguna vez, todos estamos expuestos a monstruos con aspecto de persona sin darnos cuenta, todos necesitamos ayuda en algún momento de nuestras vidas y si no permanecemos unidos… el grito tarda más en escucharse.
No sé vosotros, pero yo, cuando siento demonios cerca, meto la cabeza bajo la manta… y me acuerdo de las personas que me quieren de verdad, esas que cuento con los dedos de las manos. Entonces, solo entonces, se me va el miedo.