Y es que parece que los regalos, las luces y los dulces deberían ser motivo suficiente para que todos queramos Navidad en vena, y seamos adictos a los villancicos y al turrón. Desde el 20 de diciembre hasta el día 6 de enero debe inundarnos esa alegría tan tonta que podemos ver en las películas navideñas (con cursis finales). Y hablamos de esas fechas por decir algo porque, ¿qué día han puesto este año la decoración en las calles? Ya sabemos todos que la Navidad vende pero, al paso que vamos, un mes después de terminar el verano vamos a estar comprando polvorones en el supermercado. Y es que, hagas lo que hagas, la Navidad está en todas partes: el telediario, las calles, los centros comerciales, en la radio, y es normal que más de uno aproveche para viajar lo más lejos posible. El día 7 ya se quita el árbol, llegan las rebajas, las facturas pendientes, y la vida vuelve a la normalidad. Y, a partir de entonces, ya está permitido estar triste o amargado. Especialmente por la depresión post-vacacional.
Por eso son tantos los que no soportan la Navidad, y no sólo por reunirse con aquel cuñado que no soportan o por todos los gastos y el trabajo que conlleva, sino porque son días difíciles en los que tienes que tienes que sonreír a bocajarro y fingir que todo está bien cuando, tal vez, no lo está. Son días en lo que recuerdas, en los que echas de menos, en los que te falta, y lo único que puedes hacer es esperar a que pasen.
Por eso te digo que, si no te gusta la Navidad, no pasa nada. Que, si alguien no lo entiende, tampoco pasa nada. Que has necesitado estar triste, has pasado del espíritu Navideño y no te ha apetecido salir en Nochevieja, no es el fin del mundo y que, además, ni estás solo ni eres aburrido. Piensa que la Navidad es una fecha cualquiera y, si tienes que reunirte, que sea como un reencuentro cualquier otra época del año. La felicidad no puede forzarte.
Ya no queda nada.