No olvides que hay que sacar adelante ese proyecto, que tienes que terminar eso que está a medias, que tienes que cumplir tiempos y objetivos. No olvides que ese plazo acaba, que tu cuenta decrece, que deberías ir preparando algo que estudiar o un plan B si el A no te acaba de convencer. No olvides tus obligaciones, tus facturas, tus citas médicas, tus visitas ineludibles fruto del mundo adulto, las llamadas de teléfono que por más que pospongas al final acabarás atendiendo. ¿Por qué la gente llama por teléfono? No lo entiendo. Odio hablar por teléfono. Odio esa clase de cosas de las que no me debería olvidar.
Odio que acumulemos tantas cosas irrelevantes en la lista de tareas pendientes. La vida no es una lista de la compra. No se trata de ir tachando lo que vas haciendo, se trata de ir haciendo aquéllo que nunca jamás querrás tachar.
¿Qué cosas nunca tacharías de una lista? ¿Qué momentos jamás borrarías de tu vida?
¿Ya los tienes? Pues borra los dos primeros párrafos. Los dos primeros párrafos no quedarán cuando todo a tu alrededor muera, cuando la todo tiemble, cuando todo acabe. Los dos primeros párrafos puedes ir olvidándolos para hacer hueco a lo que de verdad no debes olvidar.
No olvides tus ilusiones, podrías necesitarlas en cualquier momento del día, aunque creas que mueren con la primera alarma del despertador. Nunca mueren de tan cruel manera: siempre están, aunque no seas capaz de verlas. La ilusión es algo tan frágil como una pompa de jabón. Hay que saber guiarla, llevarla por el camino correcto para que la empuje el viento, para que no explote, para que no choque contra nadie. Cuídala, entonces. Porque aunque siempre se pueda reconstruir tras una catástrofe, es conveniente no jugársela. Cuando la ilusión se rompe la esperanza muere. Y quién sabe lo que tarda en resucitar la esperanza.
No olvides tus sueños. Los más locos. Los que crecieron contigo. Los que todos te dijeron que jamás te darían de comer. En este mundo hay muchos locos que lo consiguieron, que sí que comen, que sí son felices. ¿Por qué no podrías ser tú? Aunque la cuesta parezca siempre imposible de asumir, aunque creas que hay gente que lo hace mejor que tú o que lleva ya más camino andado, inténtalo. Apuesta por ti. Confía en lo que late cuando duermes, en lo que queda cuando te desmaquillas, en lo que grita cuando callas. Sé uno de esos locos. Arriésgate. Lánzate. No seas un número más. No seas un secundario en tu propia vida.
No olvides a quien te quiere: llévalos siempre contigo. Olvida la cartera, el bolso, la agenda, el plazo que se pasa, el tren que pierdes o eso que nunca llega. Olvídalo todo. Pon la mente en blanco, pierde la memoria, borra todo lo que tu responsabilidad te obliga a no borrar… pero por favor, no les olvides a ellos. Las personas se van, se cansan, se mudan, se mueren. Llega a tiempo a ellas. Qué más da que no llegues a todo lo demás. Todo lo demás no te quiere, a todo lo demás no lo amas. No las olvides porque —hazme caso— ellas son las únicas que no te olvidan a ti, ni aunque seas gilipollas y vayas a tu bola. Ni con esas. Y merecen más.
Y por último, no te olvides de ti. En general y en particular. Desde las puntas de los pies hasta las puntas del pelo. Desde que te levantas hasta que te acuestas. Desde afuera hasta adentro. No te olvides de quién eres. Que el espejo no te pille un día por sorpresa preguntándote quién es esa persona que tiene peor cara, que ya no brilla tanto, que ya no siente tanto. Que la vida no te pille sin mimarte, aunque sea por un rato.
Salva el tiempo, tu tiempo, el único tiempo que tienes. Y baila. Salta encima de la cama, vuelve a la infancia, juega con fuego, ríe porque sí, aunque no tenga sentido. Disfruta del viento en la cara, de tus rizos despeinados, de tu vello erizado por algo que valga la pena no tachar. Lucha por conservar lo imborrable. Tatúa las palabras que no quieras olvidar, los verbos que suenen mejor que otros en tu cabeza, las canciones que te hagan feliz por cursis que sean. Y besa. Menos selfies ridículos con morritos y más besar en los morros a quien está a tu lado, a quien ha decidido quedarse contigo a pesar de tus listas con tareas de más y momentos de menos.
Y conserva tus rutinas preferidas. Visita ese café de nuevo y reinvéntate como una flor tras el invierno. Y coge uno a uno los pedazos de las sonrisas que dejaste caer al suelo, agárralos y haz que luzcan de nuevo. En tu cara. En tu preciosa cara.
No te olvides de ti.
Nunca.
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