En banderas, pancartas, camisetas, pañuelos y lazos, los distintos tonos de morado se han asociado tradicionalmente con el movimiento feminista e inundan hoy las calles para reivindicar la igualdad entre hombres y mujeres en ámbitos que van desde la vida profesional, con la equiparación de sueldos y responsabilidades, pasando por la educación, hasta llegar al reparto de tareas del hogar y cuidados.
Pero, ¿en qué momento empezamos a identificar la lucha feminista con los tonos morados? Solo una cosa es segura: es un símbolo que el propio movimiento adoptó ya en sus orígenes, aunque el proceso exacto siga sin estar del todo claro a día de hoy. Exploramos tres de las teorías más populares al respecto.
Un incendio que cambió la Historia
El 25 de marzo de 1911, un incendio en la fábrica de blusas de la Triangle Waist Company en Nueva York acabó con la vida de 146 trabajadores, 123 de ellos mujeres. Aunque las causas del fuego nunca se esclarecieron del todo, hubo un factor determinante que enervó a la opinión pública: las trabajadoras no pudieron huir del incendio porque las puertas de la fábrica estaban cerradas para evitar que abandonasen sus puestos de trabajo durante la jornada laboral.
La catástrofe llamó la atención sobre las condiciones de trabajo de las mujeres del sector textil de la época y fomentó la fundación del ILGWU, uno de los sindicatos de trabajadoras más importantes de los años 20 y 30. Un paso importantísimo para la reivindicación de los derechos de las mujeres, pero, ¿qué tiene que ver todo esto con el morado?
Se dice que el humo que salía de las chimeneas de la fábrica tenía este tono, debido al color de las telas con las que allí se trabajaba, aunque es un dato que nunca se ha confirmado. Y lo cierto es que, varios años antes, las sufragistas inglesas ya habían adoptado el morado en sus reivindicaciones, como veremos más tarde.
La igualdad entre géneros
Otras teorías apelan a una explicación mucho más práctica: el morado, como color resultante de la mezcla de azul y rosa, sería el término medio entre estos dos colores, tradicionalmente asociados a los sexos masculino y femenino, respectivamente. Pero lo cierto es que esta asociación tiene apenas cien años, y ha ido cambiando a lo largo de las décadas, por lo que esta es una teoría hasta cierto punto dudosa.
En efecto, en EEUU, antes de los años que rodearon a la Primera Guerra Mundial, los bebés vestían simplemente de blanco, sin importar su género, y solo a partir de entonces empezaron a utilizarse los tonos pastel para la ropa infantil. E incluso cuando empezó a hacerse esta separación por géneros, encontramos que, dependiendo del país (¡o incluso del estado de EEUU!), a veces el azul era para niños y a veces para niñas, y lo mismo con el rosa. Sí, un mundo en el que los bebés varones visten de rosa y las chicas de azul: una muestra de que muchas de las asociaciones inconscientes de color que hacemos no son más que estereotipos que responden a una convención, y no a un principio inmutable.
El color de las almas nobles
La más probable de todas las teorías está relacionada, como mencionábamos antes, con los orígenes del movimiento sufragista británico. Ya en 1908 la WSPU inglesa, el movimiento político solo para mujeres que luchó durante las primeras décadas del siglo XX por el derecho al voto femenino, incluyó en una de sus manifestaciones tres colores que buscaban representar sus valores: el blanco, el verde y el morado.
Como dejó explicado Emmeline Pethick-Lawrence, una de las activistas más importantes de la época y la mujer acreditada con haber decidido el uso de estos tres colores, "el morado, el color de los soberanos, simboliza la sangre real que corre por las venas de cada sufragista, simboliza su conciencia de libertad y dignidad. El blanco simboliza la honradez en las vidas privada y política. Y el verde simboliza la esperanza por un nuevo comienzo."
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