Oigo el móvil vibrar en repetidas ocasiones, pero me da igual. Mi prioridad es recuperarte a ti en este momento. Abro la nevera y cojo la botella de benjamín en la que no quedan más que restos de cava desventados. Me da igual que sus burbujas hayan pasado a la historia. Me sirve. Me vale para brindar conmigo misma por este año que cierra y por el próximo que abre. Por ti. Créetelo. Por si esta noche, entre uvas y besos te olvidas de ti, ahora es tu momento.
Bien por este año.
Bien por ti, blando y patoso corazón de fondant.
La Nochevieja me obliga a escribir. La quiero y la odio a partes iguales. No soy de salir hasta quemar la noche. No soy de llenar listas con propósitos —más que nada porque sé que no los cumpliré y no estoy para perder tiempo rellenando hojas por completar huecos—, no soy de taconazo y vestidazo. Pero sí necesito sentarme conmigo misma un rato y procesar lo vivido. No me gustan los planes inseguros y poco probables, pero sí me gustan los balances. Hacer números, sacar cuentas, pensar en lo bueno, en lo malo y en lo mejor imposible. No entiendo de contabilidad, pero sí de latidos por minuto… así que supongo que empezaré las operaciones así, como si el universo sumara o restara en función de las emociones vividas.
2016 ha sido el año. El año en mayúsculas. No recuerdo ninguna despedida como esta y sé que me va a costar sacar el pañuelo blanco por la ventana y decirle adiós. ¿Cómo se dice adiós a un año? ¿Cómo dices adiós a tantas cosas que te han cambiado la vida? Difícil. Trataré de guardarlas en mi caja de cartón blanca, la que guardo en el armario, la que encierra horquillas, postales, pases VIP y pulseras que nunca me pongo. Las guardaré ahí para no olvidarlas. Nunca. Jamás. Imposible olvidarlas.
2016 siempre será el año de las dudas. De la negación como última opción. De la imposibilidad de la palabra imposible. De la fuerza, de la rabia y el amor convertido en letras. Del “me falta tiempo”. De los horarios interminables que acababan en noches de insomnio acostándome a las tantas escribiendo. De domingos enteros en casa como una loca sabiendo que de este ordenador salía un libro por mis ovarios. De entrar en librerías sabiendo que tarde o temprano se llenarían de acuarelas rosas y montones de azúcar. De miedo. De decisiones. De momentos de estrés sin saber si saltar o esperar. De hacer cosas que nunca pensé que haría. De momentos históricos como aquel 17 de marzo en el que, en plenas Fallas, conseguí poner a la venta en Amazon “Obras de arte y otros relatos”. Y de cuando quise que estuviera en papel sin saber si hacerlo yo, si llamar a puertas o si quedarme con las ganas. Emails a editoriales. Negativas. Esperas. Silencio. Hasta septiembre. Y una nueva versión de mi misma. Un título nuevo acorde con la artífice de todo, y no a quien se marchó y nunca más volvió. Corazón de fondant. De un simple post un libro.
De un libro un montón de magia.
2016 siempre será el año en que decidí dejar mi taquilla vacía y conservar ocho años en ellas, en sus risas y sus ocurrencias, en las vidas que encierran, en sus miradas llenas de sueños e ilusiones. Ellas son la mejor caja fuerte, sin lugar a dudas. Mi taquilla vacía. Eso sí que fue un salto. Salté y caí en una silla azul con un ordenador delante. Y ya no era la “nena, mírame una talla”. Ya no era nada parecido, aunque en algunos momentos lo echara de menos. Pasé a engordar a base de no estar de pie y de comer Tigretones. Pasé de estar seria a reírme cada cinco minutos más o menos. Y me convertí en varias personas a la vez. Y descubrí que, además de escribir sobre amor o historias para no dormir, podía ser también un adolescente y hacer un regreso a los años de instituto brutal. Por cierto, a ver si la gente deja de entender un CM solo en masculino, sería genial que se diera por hecho que una chica también puede ser un “puto amo”, como se suele leer en Twitter siempre sobre CMs creyendo fielmente en su masculinidad. Pues no, amigos. No.
Quitando este apunte, diré que 2016 ha sido un regalo. Me ha regalado creatividad, viajes a Barcelona y lágrimas de felicidad. Me ha traído un premio, además de todo. Me ha vestido con faldas de tul y me ha hecho caminar por el centro de Madrid con un cabezón con una placa dorada con el nombre de mi blog. Me ha dado momentos de querer dejarlo todo, de sentirme insegura con el rumbo de mis letras, de enfadarme conmigo misma por sentir que escribía de cara a la galería y que ya no era mi tan especial diario. Me he cabreado y he ansiado escribir solo para mi en muchos instantes. Me ha dado rabia ver cada vez más post pagados llenos de “sentimientos”. Personas que venderían hasta a sus padres solo por un puñado de visitas y lograr así monetizar las emociones. Ha sido un año de altibajos en ese sentido, la verdad. De peleas internas y de no saber para dónde tirar algunos días. Pero al final, sin saber cómo, llego de nuevo a este borrador. Aunque pasen meses entre momento y momento. Pero llega.
Siempre vuelve ese pinchazo en el corazón que me hace sentir de nuevo libre para expresar todo lo que tengo dentro.
El 2016. El año de “El Regalo” y de “El laberinto de los espíritus”. El año de @barbijaputa, la chica miedosa que fingía ser valiente muy mal. El año de los viajes que se hacen para olvidar a alguien y no hacen más que recordártelo, o lo que es lo mismo, de libros rojos preciosos llenos de fotos y palabras bonitas. El año del arte. El año de “Un monstruo viene a verme”. De Coruña, Santiago y Pontedeume. De nuestros momentos impagables juntas. De tantos nuevos paisajes. 2016. El año en que recibí el mejor regalo de amigo invisible que me hayan hecho jamás. El año en que volví a darme cuenta de que las amigas son lo más bonito de la vida y que todas las decisiones se toman por alguna razón oculta que escapa de nuestro entendimiento.
El año de los zumos y los batidos. De ir de paquete en una bici. De cometer los mismos errores y de tratar de burlarme de ellos como si no importaran, como si no fueran conmigo. Ojalá 2017. Ojalá a mi lado en cualquier forma posible. Porque de este año he aprendido que solo se es feliz en el momento en el que entendemos qué clase de personas queremos tener a nuestro lado y la importancia de cuidarlas cuando llegan. Cuidemos mucho a los nuestros este 2017. Ellos duran más que un directo de Instagram, que una foto, que un texto chungo copiado para tener likes, que una cena capturada con un “yummy” o un “picoftheday”. Perdón: #yummy #picoftheday. Cuidemos de ellos tanto como cuidamos esa imagen que esperamos que el resto del mundo tenga de nosotros. Cuidemos de ellos, porque ni en la salud ni en la enfermedad, ni en la riqueza ni en la pobreza, estarán esas personas que ahora te dan like por dejadez o desidia dominguera desde el sofá. Cuidemos de nuestro tiempo. De nuestros niños. De nuestros padres y hermanos. Y amigos. Cojamos los existentes, los de siempre, los que no fallarán y dejemos de pensar en chorradas que morirán tras la siguiente actualización.
Yo por mi parte, os deseo amor del bueno, valentía, salud y risas. Porque podrá faltar una falda nueva, un viaje a Nueva York, una cuenta llena de ceros o una entrada para ese musical. Pero sin esas cuatro cosas tan poco valoradas muchas veces, la vida sí que está vacía del todo.
Nosotros pronto nos veremos por aquí de nuevo. Prometo serle fiel a la esencia del blog y volver a los comienzos. Porque siempre hay que volver a la línea de salida cuando una se pierde. Porque un blog en el que no se muestra en realidad lo que se siente, no es un blog.
Feliz entrada de año.
Que 2017 sea bueno con todos vosotros. Y si no… coged un bote rosa de pintura y cubrid todo el gris.
Se os quiere.
M.
Imágenes extraídas de https://es.pinterest.com/
Archivado en: Relatos Tagged: Año nuevo, balance, Nochevieja, reflexiones, Relaciones