Así que claro, tras confesar esto, cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en mi contra. Pero aun así seguiré escribiendo.
Para continuar. El otro día me pasó algo. Estaba en el trabajo, aunque eso no es novedad. Atendí a una señora muy maja, una de esas personas que miran a los ojos, sonríen, saludan y dan las gracias. Hablaba de una forma muy dulce, con una entonación casi musical, casi con sentimiento, casi con algo parecido a la magia de la Navidad tal y como yo la entiendo.
La señora, que quería comprar un abrigo para su hija, me pidió por favor que me lo probara. Yo, la verdad, es que cuando me piden que me pruebe algo y más estando en caja, me siento ridícula a la par que pardilla, pero bueno, accedí e hice un pequeño y patético pase de modelos con una vuelta incluida, en mi particular pasarela de un par de metros de distancia. “Si a ti te queda bien, a ella también le quedará bien”, eso me dijo. Me lo quité y empecé a pasarlo por caja. De repente, su suave voz habló de nuevo.
“Verás, es que no quiero que se sienta decepcionada al abrir el regalo, quiero que le quede bien y que le encante… “
¿Sabéis el tiempo que hacía que no escuchaba eso? “No quiero que se sienta decepcionada si le queda mal”. ¿Quién compra pensando en el corazón de quien va a recibir el regalo? ¿Quién compra pensado en los sentimientos del otro? Os puede parecer una chorrada, pero sólo escucho a diario las típicas frases de “Si no le gusta se puede cambiar, ¿no?” o comentarios entre gente que compra rollo “Pues chica, si no le está bien, que se coja otra cosa”. Que son comentarios normales, efectivamente. Pero el hecho de que esa mujer pusiera tanto cariño en el abrigo que estaba comprando para su hija, me hizo sentir como una vil escoria humana que, a veces, sólo compra por cumplir.
Para seguir. Creo que el consumismo va ligado a nuestra falta de valores y de cariño, y cada día que pasa más lo pienso. Creo que poca gente compra regalos (a no ser que sea a niños) pensando en la cara de emoción del receptor, en sus verdaderas ilusiones, en lo que de verdad querría tener en su casa colgado de la pared, o adornando un estante o en el mejor de los casos, poblando su corazón. Creo que cada vez somos más fríos, más automáticos, más egoístas y más superficiales. Gente que compra por sistema, por obligación, por tradición, por defecto. Gente que no sabe qué hacer si no va de compras o no cuelga luego la foto de lo que se ha comprado.
Y creo que la inmediatez, el “compro ya lo que sea porque estoy hasta el moño de dar vueltas” o el “me lo quito ya de encima”, le resta valor a la grandeza de regalar, al detalle, al presente, al supuesto amor que queremos mostrar. Regalar tendría que ser algo más y mejor, algo que cuente, algo que llene no sólo el armario, cajón o bolsillo, algo que llene también a quien compra. Porque si no, ¿qué leches se supone que es la Navidad?
Prosiguiendo. No me gusta mucho la Navidad. Me encanta la gente que la vive con tanta ilusión, gente con esas familias enormes que parece que no vayan a caber en ningún sitio de lo mucho que ocupan, con esas parejas que se compran chorraditas románticas, con esos viajes con esquís a cuestas o comprando en mercadillos europeos plagados de luces y color, o con esas tardes de patinaje sobre hielo y orejeras peludas, y selfies con el árbol tras la cabeza. Me gusta la gente que vive así estos días.
Pero yo no. Yo trabajo, como muchas de vosotras y vosotros, mientras los demás viven entre villancicos. Somos la gente sin cabalgata, la gente sin noche de Reyes, la gente que llega tarde a las cenas, a las comidas, a todo. Somos los que compramos corriendo y como yo hoy, algunos domingos que no curramos, muy a nuestro pesar. Nosotros somos la cara B de las fiestas, los que tenemos que estar con mil oídos y mil manos para cumplir con los encargos de los elfos y de los pajes. Nosotros somos la cara cansada que nadie aprecia, la gente estúpida que sin querer, hace un amago de mostrar agotamiento y ya es crucificada socialmente y tachada de borde.
Yo formo parte de ese engranaje, de ese montón de cables bien conectados entre sí que se encargan de no dejar sin regalo a nadie. Y miro las bombillas cuando salgo a las tantas, y los restos de las risas, y las pisadas en las aceras y los papeles rotos que caen de las papeleras. Y a veces me quedo más tiempo del necesario en la parada del autobús mirando de lejos las flores iluminadas por el frío. Las miro pensando porqué nadie dice que, algunas veces, la Navidad es triste. Y no digo triste por tener que trabajar, para nada. Pienso que la Navidad es triste porque en realidad, no creo que sea una Navidad real lo que vivimos la mayoría de nosotros.
Yo echo de menos Expojove. Sí, era una horterada, pero lo echo de menos. Echo de menos no tener ni idea del gran secreto de los Reyes Magos. Echo de menos esos amigos invisibles en clase, con mis amigos del colegio. Echo de menos no tener un duro (que no es que ahora tenga mucho más) y estrujarme la cabeza buscando un regalo, el perfecto regalo que sea barato y precioso a la vez, y sentimental, y perfecto para quienes quiero. Echo de menos ir al cine a ver películas de dibujos y ponerme ciega con tanta palomita y chuchería. Echo de menos dejar los zapatos bajo el árbol y el vaso de leche para los camellos. Y tantas cosas.
¿Lo de ahora? Lo de ahora no me gusta un pelo. La Navidad para mí es echar menos, pensar en quienes no están, en esas personas con las que me gustaría entrar con el pie derecho en el año nuevo. Para mí es ir de cabeza de una punta a otra de esta ciudad, tratando de llegar a tiempo a todo, cumpliendo expectativas un año más. Para mí es un nudo, una especie de pellizco en el estómago que aprieta más cuando Sinatra suena de fondo, un golpe que acaricia temblando mis recuerdos y mis sueños.
Para mí es una bola de cristal, de esas que si las agitas cae nieve. Es algo que miro desde fuera, algo ajeno, algo que me gusta mirar sin meterme dentro. Y aunque estoy presente, es como si no estuviera. Y aunque estoy contenta la mayoría de veces, cuando dan las doce uvas o suena un piano por la tele, me da por llorar.
Creo que la Navidad debe ser como esta canción, como la dulzura de la voz de esta chica, como la inocencia de cuando éramos pequeños. Todo lo que no sea eso, no lo quiero, para mí no es.
Así que este año mi wishlist no tendrá wishes. Este año trataré de hacer como esa mujer, la señora que ha inspirado este post. Regalar con corazón (y regalar mi corazón), vivirlo de otro modo, hasta tal vez, dejar mi amargura vital a un lado.
Este año trataré de hacer lo que de verdad se ha de hacer en Navidad: pensar en los demás.
Feliz Navidad.
M.
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