A dos semanas de comenzar con este proyecto intensional, tomé una decisión que hacía tiempo debí concretar. Una de esas decisiones en las cuales lo que te paraliza no es la falta de motivación sino el miedo. Un miedo como todos los miedos: irracional pero racionalmente justificado con unos cuantos argumentos de muy sólida apariencia. Fue un ejercicio de valor, no crean. Aunque la idea tenía meses verbalizada, su maduración fue lenta y no estuvo excenta de dudas. Pero después de muchos avances y retrocesos, hice conciencia del espíritu indomable de los cinco principios del Tae Kwon-Do. Esos que pretendo que mi hijo aplique pero yo...Y lo hice porque predicar con el ejemplo es la única forma coherente de promover la transformación para quienes -en algún momento- se comprometen con este cambio intensional.
¿Valiente o temeraria?
Es natural que los grandes cambios generen temor. Nunca que tuve que tomar decisiones de cambio fueron fáciles. Es una respuesta valiosa de nuestra psiquis que nos defiende de la temeridad. Porque ser valiente es virtud pero ser temerario es arriesgarse sin prudencia alguna. O desde la perspectiva intensional, arriesgarse sin un propósito definido. Por lo general, mi cerebro me lleva por los más retorcidos caminos. Y si bien creo que verbalizar es el fundamento para acercarme a mis propósitos, también es cierto que el lenguaje puede retorcerse e interpretarse de formas poco amables pero muy convincentes. Entre ser "valiente" y ser "temeraria", me tuvo en vilo por seis meses...Hasta que encontré la primera de las formulaciones verbales para comenzar a dejar de lado el temor.
Mi mayor miedo es ser juzgada temeraria y que ese juicio sea válido.
Y en esta formulación de pocas palabras se encierra un mundo de miedo:
1- Al juicio ajeno. A pesar de lo que estés pensando en este momento, no existe un ser humano que viva ajeno a la opinión del otro. De los que convivimos socialmente, claro. En general, suelo pasar de la opinión pública sin trauma alguno. Si alguien que apenas conoce mi vida, juzga mis acciones, me tiene muy sin cuidado. En mi caso, la familia es el parámetro importante. Cuando era adolescente, pre-concebir la reacción de mi padre frente a mis actos era el principal freno a la "temeridad". Hoy que mis vínculos afectivos tienen otra configuración, la única opinión que puede afectarme (no necesariamente detenerme) es la de mi familia inmediata: marido e hijo. Quizás en tu caso sean los amigos, las relaciones laborales... Tu entorno inmediato, sea cual sea. Tenga la forma que tenga, para vos es un auditorio de testigos.
2- A no percibir la temeridad. Personalmente, me paraliza el temor de no darme cuenta si estoy cometiendo una locura que compromete la seguridad de mi familia. Cuando no tenía hijos, era más sencillo tomar decisiones arriesgadas porque no comprometían a otra persona que a mí. Ya fuera cambiar de carrera o dejar una relación, lo que estaba comprometida era mi seguridad física o emocional, económica, laboral, etc. Cuando tenés más de treinta y un hijo menor, tomar decisiones arriesgadas es un proceso de larga maduración porque tus acciones repercuten necesariamente en la vida de alguien que no puede valerse por sí mismo. En ese sentido, me doy cuenta que el miedo que sentía no era miedo al cambio necesariamente sino a los efectos que este cambio pudiera tener en la vida de mi familia.
Cuando todo ese proceso estuvo cumplido (y esto pasó hace seis meses) me animé a pronunciar en voz alta que quería darle fuerza a mi propio emprendimiento y restarle tiempo e importancia al trabajo para el cual me formé profesionalmente. Con la decisión verbalizada, estaba claro que lo que me daba miedo era ver comprometida la seguridad económica de mi familia por una decisión caprichosa. Y que el padre de mi hijo, una de las personas más prudentes que conozco, opusiera a mi decisión los reparos basados en la razón. En definitiva: que me dijera lo que no quería escuchar sobre la oportunidad financiera, los riesgos, las desventajas.Este temor era infundado: no los opuso. De ninguna forma. Aliviada por esta respuesta, intenté renunciar a la carga de horas de trabajo. ¿Sabés que pasó? No pude. Te lo imaginabas, ¿verdad? Porque el verdadero freno no era mi hijo o mi no-marido sino yo. Casi tan obvio como todas las obviedades que no somos capaces de ver.
Seis meses después.
Seis meses después estaba en el mismo lugar que al principio: con el propósito de dedicarle más tiempo a un emprendimiento que me permite expresar una parte de mi personalidad -más creativa y menos administrativa- que estuvo por mucho tiempo olvidada. ¿Por qué? Por temor. Pero la mañana del viernes me levanté y con el impulso de buscar una mejor forma de vivir, concreté esta decisión que había sepultado por meses. Ahora, el propósito cambia de forma. Porque tengo un mundo de ideas a las cuales quisiera darle un espacio y todavía no sé exactamente cómo. Definitivamente sé que se aproximan momentos de inseguridad y de lucha por mantenerme firme en mi decisión sin claudicar en función de la estabilidad económica.. pero el miedo ya no está. Llegarán otras emociones, y en consecuencia, otras reflexiones registradas en este blog. Si alguna vez tuviste que tomar una decisión difícil seguramente conocés todas las etapas del proceso, ¿te animás a contármelas?