A lo que iba. Sin música en el bus, te enteras de todo. Las dos señoras que tenía a la izquierda, al otro lado del pasillo, iban comentando que “no saben nada de Enriqueta desde hace un año!”. Con su edad, y sin caer en la crueldad, igual deberían plantearse si la pobre Enriqueta, a la que están poniendo de vuelta y media, está viva o si tal vez, ha pasado a mejor vida. No sé. Tal vez, deberían llamar a su casa ya que la tienen tan en mente, no? Es curioso cómo el critiqueo sobrevive generación tras generación. Increíble.
A mi derecha, nadie, sólo la ventana. Delante de mí, una chica mona, bastante mona, de hecho. Da rabia que huela a tabaco. ¿Por qué fuma la gente? Qué rabia me da. En fin. Enfrente puedo ver a “jovencitos” (no como yo, claro) que vuelven de clase. Y detrás, la conversación que ha captado mi atención (y supongo que la de todo el bus, ya que hablaban tan fuerte que hasta mi abuela podría haberlos escuchado).
La conversación ha empezado con el típico…”uy, no te había visto!” (eso es….MENTIRA). Chico y chica. Del “cuánto tiempo” han pasado al “y qué haces con tu vida?”. Que si él había terminado la carrera y ahora estudiaba idiomas. Que si ella hacía un módulo y en verano se iba fuera. Por Europa, muy arriba. Y ahí ha empezado la desmotivación. Otra vez. Han empezado a hablar sobre lo que todos hemos pensado alguna vez: irnos de España. “Aquí no hay futuro”. Eso he oído. Varias veces. Y vaya, tienen razón en un grandísimo porcentaje. Pero resulta que justo hacía media hora, venía de hablar con un amigo al que le está yendo muy bien. Y resulta que, hay gente, a la que también le va bien. ¿Entonces qué hacemos? Muchas cosas van mal, pero os juro que otras van bien, os lo puedo prometer.
Mientras ellos seguían hablando sobre lo que todos sabemos y odiamos, he intentado hacer lo que mejor se me da: poner la mente en blanco. He mirado a mi derecha, por la ventana. Luna llena, más grande que nunca. Ha valido la pena girar el cuello en ese momento sólo por ver esa luna enorme. Me ha hecho pensar en los milagros. No sé por qué. Es una tontería, pero tiendo a pensar que en las noches de luna llena pasan cosas extraordinarias. Que de normal nunca suceden, y lo más extraordinario que me sigue pasando es sentarme en el sofá a ver la tele, pero nunca pierdo la esperanza.
¿Y qué haría yo si me fuera? Podría estar en este preciso momento en alguna ciudad europea, montada en una bici con cesta, tarareando alguna melodía francesa. Podría estar bebiendo un litro de cerveza junto con un grupo de guiris sonrojados (bueno guiris guiris…la guiri sería yo, no?). Podría estar contando mis peripecias, como en el diario de viaje, viviendo aventuras alejada de casa, sin dar explicaciones, sin estar pendiente. Podría desconectar mi Iphone los fines de semana y desayunar Cheerios en bragas por la casa.
Podría estar cobrando el triple de lo que cobro (en el hipotético caso de conseguir mi trabajo soñado, claro), compartiendo un apartamento con una excéntrica o con un violinista estresado (sólo pienso compartir piso con gente así, lo siento). Podría estar ligando con tipos de diferentes nacionalidades hasta dar con mi ligue azul. Qué bonito. Lloro.
Pero sé que no habría noche en la que no me acordara de esta casa. De esta humilde casa plagada de luces y sombras, como todas. Y no habría noche en la que no pensara que “¿pero dónde estoy? ¿Por qué no me despierto en mi cama?” Y por supuesto, que no habría noche en la que no me pesara la otra casa, esa que vive un par de barrios más atrás. Y sobre todo de ellos, que hacen que la vida sea a todo color. Porque no me perdonaría no verles crecer. Sé que no habría sueldo que consiguiera lo que consiguen ellos. En absoluto. Que no habría momento en que no echara de menos cada rincón de sus caras. Ni las risas, ni los lloros.
Y sé que tampoco encontraría mejores amigas. Eso lo tengo claro. Ni mejores tapas, ni mejores vinos (sí, os comparo con comida y vino).
Y también sé, que andaría por la calle echando de menos la ciudad de la que tanto me quejo. La pesadilla andante. La que me encrespa de humedad y me crispa los nervios. La de las vocales abiertas y las flores (y la luz y el amor, eh!). Y encima, aún tendrán el valor de decir que las valencianas somos estúpidas. ¿Lo habéis oído alguna vez? Yo sí. Que no es que sea yo un remanso de dulzura con los desconocidos que me entran a golpe de cubata, perdónenme, que igual se dice por eso.
Igual.
Igual resulta que en el fondo, estas calles me gustan más de lo que creo.
Sí. Supongo que me gusta todo esto. Que me gusta la rutina y saberme los caminos de memoria. Me gusta mi ciudad. Me gustan las señoras que te llaman “bonica”. Me gusta el caloret y buscar memes de Rita Barberá en las noches de insomnio para mandárselos a mis contactos. Me gusta lo que se avecina, aunque todos los años diga un “uff, qué poco me apetece”. Porque resulta que luego siempre me acaba apeteciendo.
Y no. Aunque tenga esta continua relación amor-odio con este nuestro país, y con mi ciudad en particular, nunca, jamás, me gustaría hacer la maleta para más de unas semanas.
Y estoy segura que a la mayoría tampoco.
Así que no nos obliguéis.
Qué rabia. Mucha más rabia que el olor a tabaco, os lo juro.
Pero seamos positivos, porque como antes os decía, en una moneda siempre hay dos caras. Siempre hay cosas que salen bien, gente a la que le va bien. Y es verdad, no es el mito misterwonderfuliense. Hay más gente a la que la actitud positiva le está salvando. De verdad.
No nos quedemos con lo malo, porque si vuelvo a escuchar lo de la generación perdida, cuelgo las teclas.
Por cierto, la conversación ha terminado con un “nos vemos pronto, que no pase un año…”. En fin, todos sabemos que nunca se cumplen esos comentarios, aún no sé por qué los hacemos.
O igual me toca comerme mis palabras y quedan mañana mismo.
En fin. Me voy. Yo sí que os veré pronto :)
Un beso.
M.
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