¿Lo hacen aposta? ¿No deberían, verdad? Si una se ve mona, pues compra más. ¿O es a la inversa? Sea como sea, creo que no existe una sola persona en la faz de la Tierra que salga de una tienda creyendo que está buena. En cambio, llegas a tu casa y tu espejo como que te quiere. O es que tu ojo ya se ha hecho a él y viceversa. Ahí es cuando dices… “no estoy mal, de hecho… ¡No estoy nada mal! Venga, voy a hacerme un selfie”. Ahí es cuando la cagas. Existen personas, al menos en Instagram, que salen bien en los selfies y para celebrarlo, se hacen miles (siempre acompañados de frases profundas). Pero vamos, yo me hago un selfie y no sé si abrir la ventana y tirarme o directamente ir al programa ese en el que arreglan las cirugías desastrosas (que es el lugar en el mundo más parecido a Lourdes).
A quién hacemos caso entonces, ¿al espejo o al selfie? Yo no sé, pero casi que prefiero la foto hecha de lejos y mejor aún si está tirada por alguien que me vea con buenos ojos, que dicen que todo suma.
Que nos miren con buenos ojos… eso queremos todos. Ya sea con un objetivo de por medio o sin él.
Tal vez, por esas ganas de ser bien mirados, nos obsesionamos tanto con salir guapos, con no asustarnos al mirar nuestro reflejo, con no cabrearnos con nosotros mismos al darnos cuenta de que no somos tan perfectos como querríamos. Por ello le damos peso a esa imperfección que se ve en un probador bajo un foco fabricado por el mismísimo demonio, a esa cicatriz, a ese pelo, a ese grano, a la coleta mal hecha, a la ropa de diario (que no siempre es muy diferente a un pijama por lo menos en mi caso) y hasta a las benditas ojeras. De repente, toda nuestra valía palidece ante lo superficial. Y da igual que creas que tu seguridad está protegida tras una barrera inquebrantable, porque hasta el más pintado necesita que alguien le diga de vez en cuando lo guapo que está y lo majo que es. Y que el mundo sería un poco más triste sin él. Un poco bastante.
Yo soy muy pro quererse a una misma como única vía para ser feliz. Soy muy pro “tú vales mucho”, “tú puedes con esto y más”, “si crees, creas” y cosas como las que los chicos de Mr.Wonderful escriben en sus productos. Pero, y aunque cuidarse a una misma es primordial, creo que todos en el fondo deseamos sentir que los demás también piensan eso de nosotros, aunque fastidie un poquito reconocerlo. Porque si no, la vida sería como un continuo like a ti mismo, como el auto-choca esos cinco o besarte en la mano con lengua (como cuando en la Bravo daban consejos para aprender a darse besos de tornillo, que una tiene memoria). Todos necesitamos que alguien nos recuerde que somos queridos, que estarán ahí si nos hace falta, que respirarán por nosotros cuando nos falte el aliento o gritarán cuando nos quedemos sin palabras.
Que apretarán nuestra mano con fuerza aunque no siempre lo merezcamos.
Que nos verán siempre guapos, aunque no lo estemos.
Porque todos nos sentimos algún día de la semana un poco menos atractivos y simpáticos, un poco más rancios y menos guapos. Y se nos pone cara de culo. Y parece que todo se pone del revés. Entonces, aunque menos parezca que queremos un abrazo, es con diferencia cuando más lo necesitamos. Y ojalá a nadie le falte ese alguien que le ponga el suelo en los pies cuando lo sienta en otro lado. Y ojalá todos tengamos gente que nos espabile, que nos toque con cariño y que nos quiera.
Y que les den a las luces de los probadores, a las imperfecciones y a las inseguridades que nos convierten en ogros. Que les den a las tallas, a las sonrisas forzadas y a lo que se supone que debemos ser pero que no somos. Y que se repartan más piropos y menos opiniones no solicitadas. Y que se ponga más de moda el “qué guap@ estás hoy” que el “qué mala cara traes”. Que le gane el “qué tipazo te gastas con ese modelito” al “te veo más flaca o más gorda”. Que queden los ratos en los que hicimos reír a alguien y no esos en los que despertamos un cabreo o una lágrima. Que nos digan de vez en cuando un “cuánto te echaba de menos” o un “qué suerte haberte conocido”. Que arranquemos, aunque sea por una sola vez un “te quiero” sincero y un “el mundo sería mucho más triste sin ti”. Puede parecer difícil pero no lo es tanto. ¿Sabes cómo se alcanza lo que se desea? Haciendo que lo que quieres para ti mismo, lo tengan también los demás. Al final, lo que das, vuelve a ti. Como un préstamo sin intereses.
Porque seguro que tienes cerquita a un montón de personas sin las que el mundo sería un poco (bastante) más triste.
No esperes a las uvas para decírselo, tal vez necesiten escucharlo hoy.
M.
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