Y bien, ahí va. ¿Alguna vez habéis dicho eso de “al cuerno…!”, en lugar del clásico
Al cuerno. Es como cuando las niñas repipis dicen “córcholis” o “mecachis”. ¿A quién se le ocurre decir “al cuerno con (lo que sea)”? Pues os lo diré. Yo creo que lo dice sólo o la gente fina y educada, o hasta donde yo recuerdo, en las pelis americanas. Pelis protagonizadas por actrices como Diane Keaton o Meryl Streep (por poner ejemplos). Pelis americanas, comedias románticas en las que queda mal que el doblaje contenga una expresión malsonante. Como este blog, esta ñoñez de blog en el que me cuido bastante de no poner las palabrotas que se me pasan por la cabeza muchas veces.
Así que como se ve que decir “al cuerno” es bastante aceptable y no suena mal, hoy voy a mandar varias cosas al cuerno. De hecho, creo que deberíamos mandarlo todos juntos, en amor y compañía.
Porque sí.
Empecemos.
Al cuerno con la gente que nunca se salta las normas, con la que nunca hace nada espontáneo, con la que nunca llega tarde a nada. Que se vayan al cuerno los que no saludan ni dan las gracias. Al cuerno con todos los que no miran a los ojos cuando hablan con alguien. Al cuerno los que no suman, los que más bien restan. Los que restan buen humor, los que hacen sombra, los que quitan la ilusión. Al cuerno con la gente que siempre lo ve todo medio vacío, desde vasos hasta corazones. Los que siempre te buscan la vuelta y las cincuenta mil patas al gato.
Al cuerno con todos ellos. Y también con los que no saben apreciar un buen gesto. Con los que hablan por hablar, con los que tiñen la mala educación de sinceridad, con los que no saben ni cuándo callar ni cuándo parar. Al cuerno. Que se vayan al cuerno todos esos cobardes llenos de palabrería, y también quienes juzgan sin saber y opinan por empatizar. Los del “quedabien”. Al cuerno, también, los buenos que no hacen nada por condenar a los malos. Los que miran a otro lado. Los que duelen, los que dañan, los que roban.
Y al cuerno también con las apariencias. Y con la gente que decidió dejar de luchar, con la que decidió rendirse, con la que no se quiere. Al cuerno los que dejan de arreglarse cuando ya se han ganado a la novia (y viceversa). Al cuerno con las dietas y los complejos. Con los estereotipos. Con las barbies y los héroes fibrados. Con la piel de naranja y las patas de gallo. Con el running de postureo y los gimnasios. Y al cuerno también con los vestidos ajustados y los tacones altos. Y sobre todo, al cuerno con las necesidades que nos hacen creer que tenemos y que NO tenemos. Y a tomar por saco (ups) la publicidad engañosa. Y la gente que critica los kilos de más y los kilos de menos. Que cada cual es como es, y quien no lo entienda, ya se sabe el camino “al cuerno”.
Y que se vayan al cuerno también los miedos. Todas las inseguridades que nos evitan avanzar y ser felices. Todas las lágrimas que no sean de alegría. Todo lo que nos meta en una burbuja y nos impida ver la realidad. Que la realidad está para verla y, por supuesto, para vivirla.
Qué narices.
Y que nos quede algo bonito cada día, aunque sea un euro en el bolsillo o una última cerveza en la nevera. Que nos quede la alegría de mandar al cuerno lo que no nos guste, lo que nos amargue la existencia. Que nos quede todo lo pequeño, todas esas tonterías que se nos pasan por la cabeza a mil por hora, esas piezas pequeñas como roscas de pendientes, que crees que no valen para nada, pero que son las más necesarias.
Que nos queden los topicazos y los refranes. Los comentarios superventas. Los grandes éxitos de ayer y de hoy. Los clásicos. Que nos quede lo que no pasa de moda, por favor. Que nos queden las llamadas porque sí y no por obligación. Que nos queden las bienvenidas de aeropuerto y las cartas de despedida. Que nos quede el amor. Y los besos con rabia. Y los abrazos con fuerza.
Que nos quede París. Y muchos paseos por las nubes. Y muchos viajes sin maletas. Ojalá perdamos muchos más trenes y sepamos disfrutar del tiempo que pasa mientras esperamos a que pase el siguiente. Y no quejarnos tanto. Y no fruncir tanto el ceño. Y no agobiarnos tanto. Y disfrutar de las horas sin contarlas, sin querer que pasen rápido, porque llegará el día en el que las deseemos de vuelta, seguro.
Y que nos quede la risa cuando nada más nos quede. Que nos salga la risa de cuando estás enfadada y no te quieres reír. La risa de cuando la paz, la paz de cuando se acaba la guerra. La risa que sale de dentro. Que todos tengamos algo o mejor dicho, alguien, que consiga provocarnos esa clase de risa. Que todos tengamos algo que contarle a la almohada esta noche, algo que sentir, algo por lo que vivir, algo que cuente. Porque lo demás, no cuenta, de verdad.
Lo demás, en serio, está de más.
Lo demás, que se vaya al cuerno.
M.
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