Guipúzcoa siempre es una sorpresa para los sentidos. Es un lugar más que especial para mí. Sí, lo reconozco, no puedo ser objetiva ante una tierra a la que conozco y quiero desde que nací. Y de la que siempre me cuesta despedirme con un “agur” al irme, siempre aunque sepa que regresaré. Me siento tan de allí…
Vamos a centrarnos en la villa de Orio, como la ría que recorre una tierra preciosa, con gran sabor vasco y llega al mar. Allí se encuentra en un lugar privilegiado desde hace poco más de un año, la bodega Katxiña. Los hijos del mítico restaurante de genuina materia prima y que lleva unos 35 años a la brasa, han creado con enorme esfuerzo, ilusión y buen hacer un lugar impresionante y que impacta al llegar.
Katxiña es tradición y vanguardia. Ellos mismos cultivan, miman, seleccionan y elaboran su propia marca, respetando el entorno y siguiente los pasos de sus padres con la ayuda de la mejor tecnología. Y el resultado es un txacolí rico, fresco, afrutado y sin artificios, como son ellos.
María y Ana, grandes amigas vascas, llevaban un tiempo diciendo que teníamos que ir a conocerlo. Y no sólo hemos ido, sino que volveremos. El lugar está situado en un enclave que invita a todo y del que no hay que decir nada porque las fotografías que hice ya lo dicen todo. La comida es soberbia y acorde al nivel del lugar. Materia prima de primerísima categoría y en dónde la parrilla tiene un protagonismo enorme. Esa es la marca del buen hacer de Katxiña. Recomiendo el lenguado, “de cuchillo” como nos advertía acertada María. El tomate que sabe a eso, a tomate de verdad y que es de la zona. Los postres, uno más original y otro más de la tierra, como la mítica pantxineta de casa. Como me acordé de mi padre…
Katxiña son las personas que hacen cada día este proyecto tan bonito. “Convencidos de que el txakoli que veíamos elaborar a nuestros padres era algo genuino y nuestro, la nueva generación nos hemos lanzado a conseguir ese sueño. Con ocho hectáreas de viñedo y una bodega llena de ilusión” nos contaba Iñaki con energía arrolladora, mientras tomábamos el café con aquellas vistas.
Y qué decir de Feli, su cariño, su mimo, su sonrisa… la suya y la de todo el equipo. “Katxiña no tiene traducción en euskera” nos dijo Feli. Para mí significa el lugar en el que se celebra la vida. Gracias por acompañarme.